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26/04/2020

Paralelos con la crisis de 1929

Resulta útil en esta coyuntura hacer un paralelo entre la actual crisis económica en curso, ocasionada por la pandemia del coronavirus, con la Gran Depresión de 1929, por una parte, por el deterioro que ocasionó a nivel mundial, y por otra, por el marcado contraste histórico (no así con la reciente crisis financiera global de 2008). La Gran Depresión fue una de las causas que gatilló la Segunda Guerra Mundial y en esos contextos líderes como Hitler, Mussolini, Stalin y Hideki Tōjō, se instituyeron como apóstoles de la catástrofe, exprimiendo el miedo social de sus sociedades en odio racial y nacionalista.

Entonces se erigió una heroicidad bélica cuya centralidad la tuvieron aquellos militares que desplegaron una hazaña excepcional en el campo de batalla. Y la manufactura que trajeron entre las manos y las armas fue la muerte. Mientras en la actual crisis de la pandemia ninguno de los gobernantes del mundo pretendió infectar adicionalmente a sus pueblos con el virus del odio, tal vez unos cuantos pretendieron anteponer los capitales económicos a los valores humanos, pero todos los restantes salieron al rescate de sus poblaciones.

Los líderes actuales tal vez pueden ser catalogados como “líderes pequeños para grandes problemas”, para decirlo con las recientes palabras de Moisés Naím, pero no como apóstoles de la catástrofe que transforman con premeditación y alevosía el mal en algo mucho peor. Y tenemos ante nosotros una heroicidad de nuevo cuño: la heroicidad médica, donde médicos, enfermeras, camilleros y personal de limpieza, realizan la tarea sobrehumana y majestuosa de salvar la vida de otros. La manufactura que traen entre guantes, pinzas y gasas, resulta siendo una ofrenda a la vida, luchando a brazo partido para que la pandemia no se parezca a un genocidio viral.

Archipiélago de alquimistas anónimos

¿Saldremos de esta multicrisis global como cuando uno baja de un avión sin recordar nada de lo dicho por las azafatas respecto de las medidas de seguridad? Millones de personas despertaron de esa fiebre del hiperconsumismo y de esa negligencia generalizada respecto de esas “mayorías irrelevantes”, gracias a una conciencia empática que no va rezagada respecto de lo que ocurre, sino que se acompasa y opera de manera sincrónica. Aquí y allá burbujean los alquimistas de la solidaridad –en su anonimato ejemplar, en su silencio ruidoso, en su quehacer obstinado–, pretendiendo transformar la penuria en una brisa de alegría y un rocío de esperanza, como lo expresé en un artículo anterior. La empatía se puso en combustión y la solidaridad entró en locomoción ligando a las personas entre sí al religarlas en su perenne humanidad.

¿Estas multitudes empáticas están generando un periodo ético constituyente? Si levantamos la vista sobre el drama de la coyuntura, ¿tendrá potencia de futuro? La sociedad es un campo de fuerzas y hasta ayer el capitalismo y su cohorte de valores materialistas llevaban ventaja y hegemonizaban frenéticamente el campo existencial, hasta que llegó esta multicrisis global y se convirtió en el banco de pruebas del sistema normativo capitalista, revelando su insuficiencia para resolver la propia crisis y menos aún para resguardar el vínculo social.

El sociólogo francés Edgar Morin escribió que “la historia no avanza como un río majestuoso o un glaciar; su progreso es más parecido al del cangrejo. Primero hay una pequeña desviación, luego esa desviación, si es sostenida, crea una tendencia que si desarrolla se puede volver universal”. ¿Creará residencia la solidaridad en el mundo post coronavirus? ¿Podremos avanzar hacia una visión mutualizada de la sociedad? Lo evidentemente cierto es que este archipiélago de solidarios va mostrando que escriben recto los principios intrínsecos del humanismo en los renglones torcidos y sufridos de la pandemia.

Dos conclusiones provisorias: la primera, el fracaso predictivo del dionisiaco Friedrich Nietzsche, pues no parece rasgar ni el presente ni el futuro de la humanidad la “moral de los señores”, militante de valores guerreros y de la “voluntad de poder”, más bien parece abrirse paso entre el tumulto de los siglos la “moral de los siervos”, hermanada en los valores de servicio, humildad y compasión; y la segunda, que bien vista la humanidad –hoy recobrada en su conciencia de especie ante el cambio climático y la pandemia del coronavirus– se despliega como una fruta que madura al sol lento de muchos inviernos.

César Rojas Ríos es conflictólogo. Asunción, abril de 2020



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