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23/04/2020

Alquimia solidaria en tiempos de pandemia

La crisis generada por la pandemia del coronavirus se puede desplegar como un tríptico nocivo. La primera parte consta de la crisis generada por la propia pandemia, que ocasiona la evolución exponencial de infectados y fallecidos a nivel global. Parecería que regresamos al sentimiento de fragilidad tan propio de la Edad Media, cuyas poblaciones eran asoladas por pestes y calamidades, haciéndoles sentir que la rueda de la fortuna las aplastaba de forma inclemente. Ningún experto hoy se atreve a poner una fecha de cierre a la crisis lúgubre del coronavirus. Estamos, por tanto, ante una incertidumbre estratégica: agita los espíritus y desestabiliza las certezas.

La crisis de salud a su vez está provocando una crisis económica (la segunda parte), debido a la cuarentena casi mundial y se expresa en una recesión económica agudizada por el paso de las semanas. En su camino deja incubando en millones de hogares un profundo dolor social de carácter multinacional. Es curioso, pero el coronavirus presenta un perfil sociológico totalizador, por tres razones distintas: no diferencia clases sociales, ataca lo mismo a ricos que a pobres; precariza de manera transversal toda la pirámide social: empieza a causar colapsos en gran cantidad de empresarios de las clases altas, a pauperizar a las clases medias y paulatinamente a empujar hacia el miserabilismo a las clases bajas; y no diferencia países desarrollados de subdesarrollados, sino que cruza las fronteras y abraza al mundo, convirtiéndose en un padecimiento global. En el caso de América Latina, fragiliza las ya quebradizas economías nacionales (¿más pronto que tarde se encontrarán en terapia intensiva como se entrevé en el caso de Ecuador?), que comienzan a caminar sobre los vidrios rotos de la iliquidez, el desempleo y el déficit.

¿Activará esta crisis a su vez una crisis social y política (la tercera parte)? La recesión económica puede muy bien sobrecalentar gruesos sectores de la población, incapaces de sostener el encierro que significa quedarse en cuarentena sin salir al mercado a obtener el ingreso de cada día para vivir. ¿Se puede estar incubando en los calderos de muchas de nuestras sociedades verdaderos tsunamis sociales, sobre todo tomando en cuenta que en muchos países de la región el año 2019 se habían destapado la caja de los truenos?

Y si fuera así, ¿qué hacer? Si tratamos de predecir por lo visto en el pasado, el patrón más recurrente entre los decisores políticos es la política del avestruz: no mirar el problema, evadirlo; la otra opción es prepararse para el tsunami social, la proactividad, empezar a construir aceleradamente diques de contención (léase unidades de gestión de conflictos), pero el golpe podría ser tan devastador que se los podría llevar por delante.

La solidaridad activa

Entonces, ¿qué? La prevención. Y prevenir, para el caso, resulta activar la solidaridad. En este punto se requiere hacer una aclaración: este artículo no es el llamado urgente y movilizador de un lobo estepario reclamando solidaridad, sino el reconocimiento –entre la niebla mediática de un acontecimiento global en curso– del ascenso a la superficie de un valor sumergido y desarticulado, de una voz apagada en el tráfago del mercado renacida en una sinfonía coral, del sentimiento residual de una cultura hedonista que recobra centralidad social en la emergencia actual. La solidaridad en nuestras sociedades está de pie y se puso en marcha sin preguntar ni pedir permiso: “¡Ahora es cuando!”, parecen decirse miles y miles de personas que dan la mano salvadora a otra mano necesitada.

La solidaridad activa se expresa en esta coyuntura en dos formatos distintos: la solidaridad vertical, del gobierno hacia la sociedad a través de bonos, depósitos directos, suspensión de pagos de servicios básicos, reducción de impuestos, subsidios y paquetes de estímulo económico. Y la solidaridad horizontal, de los favorecidos de la sociedad con los desfavorecidos (en mil iniciativas distintas). ¿Es una actitud interesada o desprendida? ¿Lo hacen por salvarse o por salvar?

En el caso de los gobiernos que se activaron (moldeados más por el cálculo político que por los sentimientos), parece tratarse de contener el dolor social para evitar que la frase sartreana se haga cierta: “El infierno son los otros”, es decir, que esa legión de pobres y hambrientos puedan llegar a incendiar la casa común con ellos dentro.

Pero en el caso de los ciudadanos, parece deberse a un movimiento del giroscopio interior –estimulado por los efectos sociales de la pandemia– hacia los vulnerables gracias a un ensanchamiento moral que sobrepasa el yo y se expande hacia los otros. No encallaron en el darwinismo social del sálvese quien pueda, sino que las personas solidarias se descubren como una intersección entre el yo y los otros, dejaron de estar autocentradas en sus intereses y bienestar para bicentrarse también en las necesidades y el bienestar de los demás. Entienden que no todos los ciudadanos estamos en el mismo barco, pero que absolutamente todos atravesamos por la misma tormenta: hay quienes pueden navegar (inclusive años de cuarentena) sin problemas económicos; otros acaso puedan navegar pocos meses; y muchos corren el riesgo de naufragar en semanas sino en días de encierro.

Entonces, tal vez porque comprenden que quien antepone en esta situación el egoísmo por encima de la solidaridad es alguien pequeño de espíritu, alteran la arquitectura de las jerarquías interiores y de esta forma ensanchan su régimen de valores. Entienden que solo una sociedad donde ves sufrir lo menos posible te habilita moralmente a gozar, porque una felicidad sin los otros se convierte a la larga en una felicidad banal. Y que una vida sin los otros se convierte en socialmente deficitaria, porque deshebra el tejido social para convertirlo en el bosque depredador de Hobbes.

César Rojas Ríos es conflictólogo. Asunción, abril de 2020



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