¿La
población mundial ha crecido o disminuido a raíz de la pandemia de la COVID-19?
En particular, ¿qué pasa con Bolivia? A falta de datos confiables y
actualizados que me impide hacer un análisis cuantitativo, intentaré responder
a esa pregunta con base en consideraciones generales.
Se sabe que la población de un país varía debido a tres factores: los fallecimientos (que la disminuyen), los nacimientos (que la incrementan) y las migraciones (que pueden contribuir en positivo o negativo). Normalmente, los nacimientos prevalecen sobre los fallecimientos, aunque varios países industrializados sufren una reducción de la población debido a que allí muere más gente de la que nace. En algunos casos, las inmigraciones logran mitigar y hasta revertir esta tendencia.
Los fallecimientos, que son parte inexorable de la vida, obedecen a un comportamiento bastante regular, con excepción de los períodos de guerra o de pandemias, cuando la población sufre una disminución no homogénea, sino selectiva. A su vez, los nacimientos siguen patrones más complejos, ya que en ellos interviene una mezcla de factores sociales, económicos, culturales y sicológicos.
Debido a la pandemia los fallecimientos han tenido un pico el año 2020, pero que no debería ser sobredimensionado. Por ejemplo, en España el exceso de muertes en un año de pandemia ha sido inferior a 100 mil, un 23% más que un año normal, pero menos del 0.2% de su población. Además, ese exceso ha impactado de manera selectiva, afectando a la tercera edad y pacientes con enfermedades de base, más que otros grupos etarios. En comparación, durante la guerra civil española murieron unas 540 mil personas, sobre una población de 24 millones de habitantes: diez veces más que en la pandemia y con mayor impacto en la repartición demográfica.
En cuanto a los nacimientos, es conocido el fenómeno del “baby-boom” como consecuencia del fin de una guerra, de una bonanza económica o de políticas públicas de fomento de los embarazos.
Otras dos anomalías similares, de origen episódico y sicológico, han sido ampliamente documentados. Primero, mencionaré el gran apagón del área de New York del 9 de noviembre de 1965 que privó de electricidad (y televisión) a 30 millones de personas desde las 5:30pm hasta las 4am del día siguiente y que, nueve meses después, produjo, por obvios motivos, un pico de nacimientos en esa metrópolis.
Luego, se cree que el instinto de supervivencia de la especie humana ante una amenaza de extinción induce a las parejas humanas a reaccionar, subconscientemente, buscando perpetuar la especie: eso fue lo que cabalmente sucedió ante las desquiciadas profecías en ocasión del nuevo milenio.
Ahora bien, nada de eso parece que ocurrirá con la pandemia Covid-19: a pesar del confinamiento y de la amenaza mortal del virus, no se ha registrado ningún baby-boom en los primeros meses de este año. Al contrario, se tiene indicios claros de un derrumbe mundial de la tasa de nacimientos.
Eso puede deberse a distintas causas: la mejor educación sexual, el riesgo de acudir a centros de salud durante la pandemia, el acceso a diversión por televisión, cable y redes; la pesada carga de las clases virtuales de la prole, la restricción de la circulación que ha separado a parejas no convivientes y la diminución de bodas, entre otras.
Por tanto, mi conclusión cualitativa es que la pandemia sí ha traído un significativo desequilibrio demográfico, incluso en Bolivia; pero, no tanto por el incremento de fallecidos (que acá ha sido “solo” de un 16%), sino por la disminución de los nacimientos. Esa conclusión se confirmará cuando el INE entregue datos certeros, ojalá antes de que se termine de vacunar a todos los bolivianos.
Francesco Zaratti es físico.