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La curva recta | 22/06/2025

País corrupto

Agustín Echalar
Agustín Echalar

Así como no creo que se pueda hacer una lista de los 50 mejores restaurantes del mundo, tampoco creo que una lista de los países más corruptos del mundo pueda ser confiable. De hecho, realmente es muy poco importante saber si logramos un campeonato mundial en esa poco honorable categoría, o si estamos solo entre los 10 más aventajados. Lo cierto es que la corrupción la vivimos, la respiramos y, en cierto sentido, la ejercemos.

Cuando, en enero del año 2006, en su discurso inaugural, se lanzó con la abyecta frase de que él representaba (no se sabe si étnicamente o partidariamente) “la reserva moral de la humanidad”, lo primero que vi fue un acto de suma ignorancia, porque decir eso, como líder político, solo podía acercarlo, si se refería a su pertenencia étnica, al monstruo alemán del siglo anterior. Si se refería a su partido, estaba hablando de un partido fundado en el derecho a producir materia prima para quienes fabrican drogas, que son ilegales en el mundo entero.

Este último detalle no le importó a más de la mitad de los electores bolivianos. Así empezamos.  La corrupción no fue inventada por el MAS, pero en estos 20 años, no solo no se hizo nada por disminuirla, no solo se dejó que fuera creciendo en forma natural; sino que se dictaron normas y se crearon sistemas para que se implementara.

Es difícil decidir por dónde empezar. Está la corrupción a gran escala, la de los contratos millonarios secretos o de dudosa transparencia. Están los contratos directos hechos sin licitación, como por ejemplo el teleférico. No tenemos pruebas de que hubiera un sobreprecio, pero que fue mucho más caro que otros similares lo podemos comprobar. También está la compra del avión de Evo, un juguete carísimo, no solo a la hora de ser comprado, sino en su mantenimiento. También están las obras grandes en general, que de una licitación y de una comisión previamente concertada (lo sé de buena fuente).

Pero está también el cotidiano: las multas de la Policía de Tránsito que se arreglan con pagos bajo la mesa, a la entrada de los barrios más caros del país. Están las extorciones en las carreteras. Y no hablemos del mundo que no conozco, del contrabando de todo tipo de artículos, desde drogas, pasando por oro y mercurio, y terminando en autos, unos robados y otros simplemente usados. También está el contrabando de la ropa usada, tan prohibida como es puesta a la venta en la gran feria de la 16 de Julio, en El Alto.  Y no dejemos de lado cualquier trámite en Derechos Reales y en las alcaldías.

No creo que Bolivia pueda llegar a ser un país sin corrupción de la noche a la mañana, pero sí creo que ésta puede disminuir, si se toman las medidas correctas. Por ejemplo, si se transparentan los contratos y las compras del Estado; si no se hacen prohibiciones absurdas, como la importación de autos usados o de ropa usada; si se cobra impuestos más razonables de importación, y si realmente se demuestra una voluntad política para acabar con las coimas.  (Para empezar las que se cobran a los futuros policías y militares para que puedan ingresar a las respectivas academias).

El MAS es un partido tremendamente corrupto, pero la pregunta es si el resto de los bolivianos son menos corruptos, porque el año que el MAS no nos gobernó tampoco se caracterizó por haber registrado un comportamiento diferente. 

Creo que en el andamiaje de esta sociedad corrupta los factores se combinan, por eso la necesidad tiene cara de hereje, la ocasión hace al ladrón y el poder corrompe. Por eso hay que desarrollar un sistema en el que la gente no se vea obligada a corromperse; es decir, que no tenga acceso a un coche sólo si es éste es “chuto”, como sucede con la mayoría de la gente que vive en el área rural.

Que haya transparencia e institucionalidad, como se la fue estructurando en los denostados tiempos neoliberales, y que nadie pueda entornillarse en el poder. Que se recuperen las instituciones que frenan el poder de quienes manejan el Estado. Quiero una Defensoría del Pueblo que abogue en el cotidiano por mis derechos en las oficinas públicas.





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