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Columna de columnas | 15/01/2024

Órgano judicial, esa antiepopeya

César Rojas Ríos
César Rojas Ríos

La epopeya es un poema extenso que canta en un estilo elevado las hazañas de un héroe o un hecho grandioso, y en el que suele intervenir lo sobrenatural o maravilloso. Epopeyas universales son el Poema de Gilgamesh, la Ilíada, la Odisea, la Divina comedia, la Eneida. En Bolivia nosotros vivimos más bien una antiepopeya: no es un poema extenso, pero se trata de un acontecimiento prolongado; no se realiza en un estilo elevado, más bien en un perfil ruin; más que un hecho grandioso, se trata de uno monstruoso… como un Frankenstein, fue creado de las partes putrefactas de diversos gobiernos, pero que cada nuevo gobernante, revive y anima el experimento en el laboratorio nacional hasta lo terrorífico.

La justicia, esa es nuestra antiepopeya.

Oscar Ortiz (OO) en su columna “La crisis de la justicia, una crisis de Estado” (Brújula Digital, 9/1/2024), le dedica las siguientes notas: Bolivia no logró, una de sus fallas estructurales, lograr un sistema de justicia independiente que goce de credibilidad y legitimidad; el sistema judicial actual generó una vacío de poder por la conclusión del mandato constitucional de los altos magistrados de la nación; la pérdida de legitimidad del Órgano Judicial genera una verdadera crisis del Estado que tiene su origen en el desastroso sistema previsto en la Constitución de 2009, que considera la elección de los magistrados mediante votación popular; la solución es que la Asamblea Legislativa aprueba una ley donde se compromete a la selección de los mejor calificados; para lograr este cambio es imprescindible que quienes controlan el sistema político nacional renuncien al control partidario de los tribunales.

https://www.brujuladigital.net/opinion/la-crisis-de-la-justicia-una-crisis-de-estado

El diagnóstico es acertado, pero me restrego mis ojos y vuelvo a caer en cuenta que se trata del político Oscar Ortiz (OO). Voy a Wikipedia y me recuerda que OO, quien viste y calza los zapatos de político profesional, fue dos veces senador (2006-2010 y 2015-2020) durante un periplo de nueve añitos, exministro de Economía del Gobierno de Jeanine Áñez. Y que ahora, desde las páginas de Brújula Digital, levanta la trompeta sonora de la indignación moral. Y pone la cara, los dientes y la sonrisita.

¿Y por qué no hizo lo suyo cuando estaba en la osamenta del poder? ¿Desde qué materialidad moral habla? Estos políticos cuando se arriman a las buenas causas, las desportillan. Por favor, no pueden pretender que la nobleza de la causa los ennoblezca, más bien la causa (y deberían darse cuenta) los muestra fuera de juego. En franca posición adelantada. Pero claro, quieren sacar cabeza, pues no pueden con su instinto político; por favor, lo que les pedimos es que la metan y se olviden de nosotros, porque los ciudadanos sin ellos estamos muy bien y estaremos mejor.

No nos confundan, levantan el grito al cielo, pero no lo hacen por genuino interés público. Lo debieron hacer cuando estaban en el poder y tenían su manija para motorizar los cambios necesarios, pero ni se les ocurrió. Estaban plenamente instalados en el sorojchi político, ese mal de las alturas políticas que les acarrea una instancia con plazo definido en el cinismo. Lo suyo es egoísmo y puro protagonismo. Nada bueno, y por eso cuando arriban al poder tampoco hacen nada bueno. Porque su egoísmo y protagonismo ya los llevó donde querían, al sacrosanto Palacio de Gobierno. Ese lugar que se encuentra lo más lejos de las buenas intenciones, de las que luego se acuerdan cuando están fuera del castillo mágico y perverso –“Dios no existe”, dijo filosofando con su martillo en la mano el portentoso Friedrich Nietzsche, pero el diablo sin duda que tiene su legión de seguidores ajenos a la sobriedad moral–.

Sí, lo sé, ya nos lo dijo otro grande, Zygmunt Bauman, es el tiempo de la “política líquida”, de la acción estatal sin moral y apena sustentada en un secante instinto de sobrevivencia, y por eso, cuanto antes la liquidemos mejor nos irá, ¡y zas!, de una vez, con la misma fuerza vibrante del vapor y la electricidad, abramos de una vez el grifo.



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