La oposición, es decir Comunidad Ciudadana, Creemos y organizaciones menores han desaparecido de la política nacional, junto a sus lideres. Es paradójico, pero incluso en la Asamblea Legislativa Plurinacional, que debería ser el escenario natural para exponer las discrepancias con el gobierno, no se escuchan voces de peso y mucho menos una “narrativa” – el término está de moda – que refleje no solo la posición actual de los opositores, sino sobre todo algo sobre su visión futura.
En Bolivia, ya se ha dicho, el único partido que ha hecho de la política una acción permanente es el Movimiento al Socialismo. Algunos los criticaban diciendo que estaban siempre en campaña, pero parece que de eso se trata, de mantenerse en el radar público a como dé lugar y, en la medida de la posible, dejar a los demás fuera, algo que aquí han logrado con creces.
Entre los líderes opositores, incluso aquellos que tienen partidos con representación parlamentaria, la política es electoral, es decir solo aparecen continuamente cuando son candidatos y, a veces, cuando son perseguidos. Y si se les pregunta qué fue de ellos, la respuesta es que “todavía es prematuro salir, pero que ya llegará el momento”. Cuando llega el momento, salen del claustro político sin percatarse de que, mientras estuvieron en silencio, dejaron pasar irreversiblemente muchas oportunidades afuera. Se trata de un cálculo de suma cero.
Algunos interpretan el apretón de manos casual, el saludo en la calle o la palmada alentadora en la espalda, como el resultado de una “encuesta” que anticipa un futuro favorable. Es decir, que confunden cierta notoriedad con posibilidad de voto y por eso creen que su estrategia de “clandestinidad” es la más adecuada.
Lo mismo pasa con los líderes locales de oposición en algunos municipios grandes o gobiernos departamentales, quienes creen que la opción nacional está a la vuelta de la esquina siempre y cuando sean prudentes y eviten enfrentarse al gobierno.
Mientras tanto, la vida y la política siguen. Eso lo saben bien en el MAS, que todos los días tiene una perlita para la repercusión mediática y el comentario público. La idea es que, para bien o para mal, de preferencia se hable solo de ellos.
Por eso hoy Evo Morales se ha convertido en un inesperado paladín de la lucha contra la corrupción en el gobierno e incluso en un actor relevante a la hora de cuestionar la estrategia contra el narcotráfico. A estas alturas, ya no son pocos los que dicen que, si no fuera por Morales, nadie echaría luz sobre el lado oscuro de la gestión.
Y a los opositores no les queda otra que formar parte del coro de quienes dicen que “la corrupción está carcomiendo al gobierno”. No investigan, ni denuncian, solo comentan o se lamentan, sin percatarse que quedaron atrapados por la narrativa de los otros. Es así de simple.
A los medios, incluso a los independientes o más críticos, no les queda otra que seguir las agendas visibles, la “narrativa” convertida en noticia, la noticia en el insumo del comentario y la conversación pública, del dice que rutinario. Y así el círculo se va cerrando.
La oposición ha demostrado una incapacidad total incluso cuando la realidad le ha entregado en bandeja de plata los temas que podrían formar parte de un discurso más o menos sólido. Si al gobierno le basta con su propio partido para “criticarse” en los temas sobre los que les conviene incidir, entonces lo más recomendable es que los opositores o los críticos en general, elijan un rumbo diferente que, de paso, les permita finalmente tener su propio cuento.
Hay temas que inexplicablemente, se dejan pasar, como el de la agonía y posterior intervención del Banco Fassil, cuyos ejecutivos incurrieron presuntamente en una larguísima lista de delitos a la vista y paciencia de la autoridad regulatoria y gubernamental.
Tal vez por flojera o finalmente porque no hay reflejos, la oposición no indagó más sobre este asunto y ni siquiera estiró alguno de los innumerables hilos que pueden conducir a que la quiebra salpique al gobierno, al partido y sus dirigentes.
En lugar de ello, el ejecutivo no ha dejado pasar la oportunidad para que los “bancovínculos” de Fassil sean una mancha sobre los movimientos de resistencia democrática y cívica de los últimos años. Si la cosa era inventar un cuento sobre la marcha, una ficción para compartir con la audiencia, el gobierno dio el primer paso.
Pero hay muchos otros temas que son relevantes, en Bolivia y los países vecinos, que podrían ser mejor aprovechados, no solo para aparecer en el radar, sino para marcar una tendencia.
Los argentinos, por ejemplo, se han tomado muy en serio el desafío de ser grandes protagonistas en la fiebre del litio. Todos los días llegan noticias sobre el interés de inversionistas estadounidenses, europeos o de otras partes del mundo, en ser socios de los proyectos relacionados con el desarrollo de este recurso.
Y es que, a diferencia de lo que pasa en Bolivia, en Argentina no hay una aduana ideológica que distinga la nacionalidad o filiación de las inversiones y que demore irresponsablemente la participación del país en una carrera en la que ya varios competidores se nos adelantaron. De este, como de otros temas y a pesar de la abundancia de información existente, no hay una voz orientadora que venga de nadie en las filas opositoras.
Y ojo, no es culpa del MAS que no exista oposición - porque finalmente ellos tienen la suya -, sino del síndrome de la liebre que espera hasta el final para ser parte de una competencia que, a esas alturas, ya esta pérdida.