Durante agosto y septiembre, muchos pensábamos que éste sería el octubre de los octubres. Con el alza de los precios de los productos incluso hasta el doble, la escasez de dólares, –aunque hubo un descenso en su cotización en el mercado paralelo que había llegado incluso hasta 14 Bs. y ahora se encuentra entre 10 y 10.50 Bs.-, la marcha de Evo y el acrecentamiento de la brecha entre el evismo y el arcismo, los resultados del censo, los incendios en la Amazonía e incluso la publicación de escándalos sexuales en ambos bandos.
Entre chalinas, taxis y órdenes de aprensión, se sentía una extraña atmósfera mientras todos nos preguntábamos si ya llegó el momento de comprar papel higiénico, hacer filas en los supermercados, comprar gasolina, organizar brigadas vecinales y recordar la voz de “salgan vecinos” y al mismo tiempo hacer memes o videos de TikTok ironizando la situación… pero el momento no llegó, y es posible que no llegue.
El jueves 10 de octubre se jugó el partido Bolivia-Colombia en el estadio de Villa Ingenio de la ciudad de El Alto. El anfitrión ganó por un gol a cero y la euforia de la gente, que ya venía en ascenso pues anteriormente la selección de fútbol había obtenido dos victorias, una contra Chile –lo que siempre resulta simbólico en nuestras cabecitas agotadas con la inculcada nostalgia de un mar perdido que ni siquiera conocimos como nuestro- y la otra contra Venezuela, que no es la gran cosa porque dicho país fue mayormente tan fuerte en el fútbol, como lo es su moneda actualmente.
Pero ganamos, y eso es lo que cuenta. Resulta curioso que siempre que hay victorias, hacemos el uso del yo mayestático donde quienes no hicimos nada más que mirar, nos sentimos parte de la hazaña y hacemos nuestros los goles anotados o las medallas ganadas; eso sí, si hay derrota decimos “esos troncos han perdido” y los maldecimos a ellos, al DT, a los dirigentes, al árbitro, al pasapelotas y hasta a los que venden café en el estadio. Pero repito, esta vez ganamos.
Como siempre, la opinión pública se ha dividido y mientras unos celebraban incluso alabando el hecho de que la victoria se diera en El Alto y fuera lograda por un camba, dejando de lado regionalismos y vivando a Bolivia con el mismo corazón, otros criticaban la euforia y la sencilla capacidad de olvidar que diez millones de hectáreas de bosque se habían perdido, quizás para siempre. Apocalípticos e integrados, diría Eco, pero eso poco ha importado a los muchos hinchas que se lanzaron a las calles a celebrar y sentir esperanza de nuevo, después de tantos años.
Y la esperanza es buena, en lo que cabe, es decir después de tanto tiempo el país entero se une para olvidar tanto agravios como crisis porque en esta olla a presión en la que vivimos ha surgido una válvula de escape que no ha venido ni de activistas, ni de movimientos sociales ni de intelectuales sino de algo tan común y silvestre pero tan apasionante como el fútbol: tres victorias y el sueño comienza de nuevo. Claro que los aguafiestas como yo siempre les vamos a recordar que la crisis sigue y que es posible que no se supere por lo menos en un lustro y que incluso si nuestra selección llega al mundial hará un papel deficiente y otra vez tendremos que enfrentar la realidad.
Pero no nos hagan caso, ya tendremos nuestra satisfacción cuando digamos lo que los aguafiestas amamos decir “se los dijimos” porque lo cierto es que es saludable ilusionarse, de todos los seres que habitan la tierra, el ser humano es el único que es plenamente consciente y sabedor de que va a morir, por eso aprendimos a desarrollar la esperanza, a cerrar los ojos ante la realidad del abismo y pensar que todo estará bien y que existe un futuro o al menos un legado. Esta ilusión la llevamos con nosotros cada día, cuando soñamos con tener una familia, una vida tranquila, una selección campeona o hasta un gobernante justo porque si no soñáramos eso, no podríamos vivir.
¿Es bueno que soslayemos la realidad y nos refugiemos en esperanzas vagas? En este momento lo es, el país necesitaba una alegría en medio de tanta desilusión, ya habrá tiempo para desilusionarnos de esto también, pero por ahora la gente sonríe más, está más relajada, los diálogos en las calles no son acerca del dinero y lo mucho que se ha encarecido sino de cálculos y análisis sobre puntos, partidos jugados, ganados y diferencia de goles, los padres les están comprando a sus niños camisetas de la verde mientras eligen a su jugador favorito, oh y en las calles no hay marchas ni bloqueos. Éste no será un octubre rojo, ni uno negro, será un octubre verde.
@brjula.digital.bo