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El Tejo | 25/11/2019

No llores por mí Argentina

Juan Cristóbal Soruco
Juan Cristóbal Soruco

Cuenta Ernesto Sábato que cuando en 1955 una junta militar derrocó a Juan Domingo Perón, le impactó que la gente humilde lloraba por el hecho, mientras que la “sociedad” bonaerense marchaba en son de victoria.

Desde que Evo Morales y el MAS llegaron al gobierno mi rechazo a ambos se amortiguaba al conocer testimonios de la gente más pobre. No importaba cómo los astros se alinearon detrás del nuevo gobierno y ni les interesaba saberlo, simplemente la gente estaba convencida de que su evidente mejora era por ellos. Hasta ahora, creo, ese es el sentimiento en las áreas más alejadas del país, a las que llegó Morales con un discurso odiador y mesiánico.

Viendo la historia, se puede suponer que pasarán muchos años antes de que esta imagen cambie. Basta pensar en Argentina cuando nuevamente ha ganado las elecciones el peronismo (en una de sus diversas facciones) y se apresta a retornar a la Casa Rosada el 10 de diciembre, sin que haya importado que en la anterior gestión de ese conglomerado de facciones, que fue liderada por una sui generis y amoral pareja, se hizo de la apropiación de recursos del Estado una virtud. De hecho, la que asumirá la Vicepresidencia de Argentina fue la que armó el binomio victorioso y coinciden los analistas que es la que consiguió el voto y no quien será presidente (que, en todo caso y pese a sus esfuerzos de maquillaje, es tan parecido a aquélla).

Esta transición ha ido en paralelo con el proceso electoral boliviano, sobre el que los voceros de las diversas facciones del peronismo actual (desde las ultra liberales hasta las pro guerrilleras, hoy bastante más empoderadas que hace cinco años) sin rubor alguno se dan el lujo de cuestionar nuestro proceso político. Y lo hacen con tal prepotencia e ignorancia que incluso influyen en sectores más modernos y democráticos que sólo atinan a seguir ese discurso radical.

Ya Borges nos advertió sobre lo que significa el peronismo. Si viviera ratificaría su visión, y probablemente ésta sería más pesimista aún al observar que son contados los intelectuales y periodistas (en un país donde creo que se ejerce uno de los mejores periodismos de la región) que se zafan de la retórica ultra y tratan de explicar analíticamente lo que pasa en Bolivia. Más bien priman los escribidores a los que no les importa inventar realidades y, lo que es el sumo de la arrogancia, se sienten portadores de la verdad.

En todo caso, esa postura no es gratuita. Muchos de ellos fueron cercanos aliados de Morales y el MAS incluso antes de que lleguen al poder. Recordemos. En diciembre de 2003, cuando se realizó la XIII Cumbre Iberoamericana en Santa Cruz, el presidente Néstor Kirchner, del que Alberto Fernández, que será el nuevo mandatario de ese país, era jefe de gabinete, tuvo una entrevista privada con Morales, al tiempo que evitó tenerla con el presidente Carlos Mesa.

A partir de entonces, Morales y el MAS tuvieron permanente asesoramiento del peronismo argentino en áreas claves de movilización social, instrucción paramilitar y seguridad, lo que explica que el próximo mandatario cometa la imprudencia de invitar al acto de su posesión a Morales y no a la presidenta del país, en un claro gesto de prepotencia “trumpfiana”. Peor aún, qué planes tendrá a futuro si invita a un ciudadano que desconoció un referendo constitucional, violó la Constitución, montó uno de los mayores fraudes de la historia electoral boliviana contemporánea, sólo comparable al que realizó la dictadura militar de 1978 en favor de quien era su candidato y convoca al terrorismo.

Resumiendo, los bolivianos estamos pasando un momento difícil, pero la mayoría estamos convencidos de que una vez más retomaremos, con sus idas y venidas, la tarea de reconstruir un sistema democrático que nos permita consolidar un país más desarrollado e inclusivo. En cambio, Argentina está por ingresar en una situación de desconcierto y descontrol, con líderes a los que la Constitución, la justicia y la probidad en el manejo de los recursos públicos les importa un “corno”.

Por eso, Argentina no debe llorar por nosotros, debe llorar por ella misma.

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