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06/07/2024
Quien calla, otorga

Nada que celebrar, turquesa

Alfonso Gumucio Dagron
Alfonso Gumucio Dagron

Se inician en La Paz las “fiestas julianas” sin nada que celebrar. La agenda festiva incluye la entrega de 104 “nuevas” obras e inauguraciones de “súperobras”, pero eso es mamada de gallo, como diría García Márquez. Por el contrario, la agenda pendiente del alcalde turquesa es enorme y los resultados de tres años de gestión son nimios.

Los festejos con guirnaldas, pintura turquesa y todo lo que se des-pil-farra (énfasis en “farra”) en publicidad con vocación electoral es un malgasto de nuestros impuestos. Si Arias cree que pavimentando de nuevo avenidas que no lo necesitan (Ballivián, Arce y otras) y ornamentando con árboles de cemento plazas que no tenían problemas (Abaroa, Isabel la Católica, Bolivia) va a lograr que la población se avenga con la gestión municipal, está equivocado. Su lema “La Paz en paz” es su intento de reconciliación con el gobierno del MAS, para que dejen de trapearlo, pero no con los ciudadanos. Todo esto da más “coraje” a los que votamos por él creyendo que sería un buen alcalde, pero ha demostrado lo contrario.

Por una parte, está el nido de corrupción incrustado en el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz (GAMLP) que no ha podido erradicar en tres años. La corrupción infecta la municipalidad desde alcaldes anteriores (no se salva ni Revilla, ni del Granado), pero desde el inicio de la gestión del Negro Arias ha crecido a niveles que tocan a sus principales colaboradores y concejales bribones de su tienda política como del MAS (Sogliano, Chambilla y Chaín).

Su asociación personal con Harold Lora, el estafador de Las Loritas (preso por cuatro meses) es innegable, y no puede alegar que al asumir su cargo de alcalde no sabía de más de una docena de edificios construidos sin permisos municipales y sin la fiscalización que corresponde, violando las normas establecidas gracias a una red de corrupción de arquitectos, inspectores y funcionarios en varios niveles de decisión. Eso es sencillamente repugnante (quisiera usar una palabra más dura). Las construcciones fuera de norma afectan toda la ciudad de La Paz, y aunque sea herencia de gestiones anteriores, no es consuelo: alguien tiene que poner coto a la corrupción galopante de la que son cómplices funcionarios de la alcaldía y muchos constructores (casi todos). Los constructores honestos, que hacen trámites sin coimas y construyen de acuerdo a la normativa, se cuentan con los dedos de una mano (y sobran varios dedos).

La construcción permite “lavar” y “blanquear” dinero mal habido, es decir, legalizarlo. Los constructores piratas reciben pagos en efectivo, en maletas con dólares o bolivianos, ni siquiera pasan delante de la cámara de un banco. La “preventa”, prohibida en otros países, es una argucia para hacerse de capital. Forman sociedades “accidentales” que no tienen capital y no tienen a su nombre ni una casa, ni un vehículo, lo cual dice mucho de su calaña e intenciones. Compran materiales sin factura y pagan a los obreros con dinero en efectivo que nunca ha ingresado a una cuenta bancaria (pero sacan a cuentas del exterior el margen de lucro).

Hay en La Paz más de 8 mil departamentos vacíos en alquiler. ¿Por qué? Porque sus dueños, una vez que ya blanquearon el dinero mal habido, ni siquiera se molestan en alquilarlos. Invito al alcalde turquesa para que haga un recorrido entre 8 y 10 de la noche por cualquier barrio residencial, para ver cuántas luces encendidas hay en edificios de vivienda terminados hace 4 o 5 años. Desde mi edificio veo en la calle 12 de Calacoto un edificio (con franjas verdes de muy mal gusto) vacío desde hace por lo menos seis años. Y encima, en la azotea, están ahora construyendo otros espacios. ¿Tienen permiso de la alcaldía? En diagonal a ese edificio, sobre la misma avenida Sánchez Bustamante, otra construcción sin nombre ni anuncio exterior está sin terminar desde hace siete años por haber excedido la altura reglamentaria. Pero no está parado, he constatado (con fotos) que el esqueleto de antes es ahora un edificio casi terminado: los tabiques de ladrillo y el revoque de cemento se han completado sigilosamente en estos años, con dos o tres albañiles, y hace poco comenzaron a erigir en la azotea otras habitaciones. Calladitos, siguen violando normas. ¿O quizás ya “arreglaron” con algún corrupto de la alcaldía?

En una ciudad normal, cuando las reglas se incumplen, se aplican medidas drásticas, ya sea la destrucción de edificaciones ilegales (la implosión es maravillosa para nivelar al ras del suelo estructuras ilegales), o se aplican multas tan altas, que los constructores evitan cometer los mismos delitos. (Porque son delitos, no nos hagamos tratar de imbéciles). Pero en La Paz las multas alientan las construcciones fuera de norma, porque los montos son irrisorios.

Los constructores piratas se salen con la suya con papeles y sellos de la propia Alcaldía. Por ejemplo, en la esquina de la calle 10 de Calacoto sobre la avenida Ballivián, frente al Hotel Camino Real, hay un edificio del grupo Vitruvio que yo he bautizado como la “Torre de Pizza”, porque tiene la forma de una tajada de pizza. En uno de sus extremos el ancho es menor de 2 metros (aunque usted no lo crea, diría Ripley). Del otro lado de la tajada, hacia la avenida, a lo sumo 8 metros. El edificio tiene 19 niveles, pero su entrada principal es sobre la calle 10: no debería sobrepasar los 10 pisos y no tiene espacios de estacionamiento suficientes. De noche, sólo hay luces en una docena de los 36 departamentos. Este esperpento corresponde a la gestión de Luis Revilla, al igual que los otros edificios residenciales mencionados. Los ejemplos muestran que no existe el menor apego a las normas, y que la “coima” es el lenguaje de los funcionarios ediles.

La alcaldía ha señalado que hay más de 50 mil edificaciones fuera de norma, pero son más. Basta tomar el teleférico para darse cuenta de que nadie respeta las normas. A ojo pelado se pueden ver casas y edificios que parecen garabatos apenas sostenidos porque se apoyan en un edificio contiguo. La obligatoriedad de los 2 metros de retiro es una de las normas que menos se cumple, porque cada quien construye como le da la gana, sin planos aprobados, y la alcaldía sólo interviene cuando hay denuncias, nunca lo hace de oficio, como sería su deber.

Me he extendido en este asunto por su gravedad y por el grado de corrupción, pero hay otros temas ya señalados en artículos anteriores, por ejemplo, la falta de previsión frente a los sucesos naturales. En una ciudad avasallada, donde cualquiera se apropia de terrenos baldíos y aires de rio para construir sin que la alcaldía o policía intervengan, la fragilidad es una “norma”.  

Las lluvias del 2024 mostraron que nuestro alcalde turquesa desperdició la época seca. En lugar de realizar obras de limpieza y prevención, se dedicó a festejar con fanfarria cualquier tontería pintada con su color electoral. No hizo trabajos de mantenimiento de rejas, bocas de tormenta, tragantes y alcantarillas, de manera que colapsaron con un aguacero de 20 minutos. El cauce junto a la avenida Hernán Siles que une La Florida a Aranjuez no recibió ningún tratamiento preventivo, no hicieron ni gaviones ni diques de cemento, de manera que la crecida de los ríos que confluyen en Las Cholas erosionó casi toda la plataforma y cortó la única vía de acceso. Hasta hoy, luego de varios meses, no se ve ningún avance en infraestructura de canalización, apenas de prevención (tardía).

Revilla hizo el doble embovedado del Choqueyapu para la futura avenida La Paz, que unirá la avenida del Poeta con la Kantutani en el inicio de Obrajes. Con bombos y platillos Iván Arias ha “inaugurado” cada año, por estas fechas, esa avenida que no avanza para nada, como se puede ver desde el teleférico Celeste. Digno de Ripley. ¿Se concluirá la avenida La Paz? ¿Volverá a “inaugurarla” Arias por tercera vez? En lugar de malgastar toneladas de pavimento en Calacoto o Sopocachi, haría bien en usar ese pavimento para terminar el tramo de apenas 1 kilómetro, muy necesario especialmente en horas pico, cuando se arma una trancadera insoportable en la curva de Holguín, debido en parte a una gasolinera de YPFB mal ubicada en aires de río, a menos de 25 metros del cauce, contra la norma que lo prohíbe. El día que ocurra un accidente con los depósitos subterráneos de combustible, habrá lamentaciones.

No quiero concluir este recuento “juliano” sin antes mencionar obras “pequeñas” que se pueden hacer con poca inversión (el alcalde argumenta que necesita mucho dinero para las grandes obras). Vean, por ejemplo, los pasos de cebra: sólo repinta (y muy mal) aquellos en las avenidas más visibles que acaba de asfaltar, pero basta ingresar a una avenida paralela o calle lateral, para darse cuenta de que los pasos de cebra son “invisibles” desde hace años (a veces, refugiados venezolanos los pintan por unas monedas, pero con pintura que se desvanece en pocos días).

En el tema de transporte la alcaldía ni siquiera cuida uno de los mejores regalos que recibió de la gestión de Revilla: el PumaKatari. Las paradas están abandonadas, no hay guardias municipales que las resguarden e impidan que autos particulares (incluso camionetas de la Policía) se estacionen allí sin el menor respeto. La aplicación creada para ubicar los buses en tiempo real funciona intermitentemente y no incluye a todos los vehículos porque algunos carecen de GPS. El número de teléfono que antes era eficiente, ya no lo es. El trato deficiente de anfitrionas y choferes indica que algunos fueron bien capacitados y otros nada. Falta supervisión, nuevamente. Vemos anfitrionas que no reaccionan cuando los asientos amarillos están ocupados por personas que no deberían sentarse allí, o no usan el cinturón de seguridad obligatorio. Vemos choferes que pasan raudos por el segundo carril de la avenida sin mirar si hay personas esperando en una parada señalada (me ha sucedido en la calle 10 de Calacoto).  

La basura abunda en la ciudad. En vez de aumentar los contenedores, están desapareciendo. En la plaza Humboldt había una isla separadora de basura para desechos sólidos (vidrio, plástico y metal), pero ya desapareció. Los minúsculos basureros metálicos que colocó Juan del Granado son inservibles y en su mayoría están oxidados y desfondados por la corrosión del metal. Es obvio que se necesitan miles de basureros de plástico y de tamaño mediano. En París todos los basureros son simplemente un aro de metal del que cuelga una bolsa de plástico transparente y resistente (esto, desde la bomba que mató a siete personas frente a la tienda Tati, el 17 de septiembre de 1986). Una solución práctica y económica.

Aunque en la alcaldía de La Paz hay una sección que se ocupa de la contaminación acústica, no hace su trabajo y no actúa de oficio. Si uno llama para quejarse de una distribuidora de autos, un supermercado o un banco que sacan a la calle parlantes a todo volumen, los “inspectores” llegan dos días más tarde con su sonómetro, cuando ya acabó el ruido (hasta nueva orden).

Construcciones fuera de norma, corrupción galopante, prevención de desastres, transporte público descuidado, basureros insuficientes, contaminación sonora y otros problemas sin solución, pero la verbena será de lujo, un montón de dinero (dizque de empresas privadas) dilapidado en música y circo para los paceños agachados y brillo del alcalde turquesa.

@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta 

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