En política somos el país del “nada me gusta” y “nadie está a nuestra altura”. Haber participado directa o indirectamente de la gesta de octubre/noviembre automáticamente nos habilita para ser jueces... y vaya que usamos el martillo.
Primero fue con Fernando Camacho, porque había dicho que no iba a ser candidato
y se arrepintió. Que haya sido torpe y dicho algunas burreras, no debería ser
motivo suficiente para bajarle el dedo y dejarlo fuera del radar de
preferencias.
Lo mismo pasó con Tuto Quiroga. “Es capaz, nos representa bien en el exterior,
es un estadista, sabe lo que dice, tiene propuesta”, pero no siempre, dizque
porque pasó su tiempo y ahora viene empujando una nueva generación. ¿Cuál?
Dicen que la de la pitita, sin reconocer que ahí había gente de varias generaciones.
Obviamente el resto de los interesados vio que participar en elecciones era un
camino al cadalso. Y por eso varios, Samuel Doria Medina entre ellos, solo se
asomaron a la puerta.
Y ahora le ocurre a la presidenta Jeanine Añez. Apenas se supo que pensaba en
aceptar la candidatura, se la comenzó a fustigar, como si cambiar de opinión
fuera una rareza en política y no una constante.
Es posible que algunos, pocos, piensen en verdad que decir una cosa y hacer
otra es una falta ética, pero también figuran los que valoran las decisiones de
las personas según el interés que tienen en la coyuntura.
Están los que creen que las elecciones deberían estar reservadas solo para los
que, en el papel, llegaron a la segunda vuelta en octubre o los que piensan que
con “unito más” ya era suficiente. Es respetable que lo piensen, pero no que
quieran imponerlo al resto.
En el país del “nada nos gusta” somos capaces de sacrificarlo todo,
incluso el futuro, si “nadie está a nuestra altura”. Y lo peor es que no
nos damos cuenta del peligro.
Ahora que el menú electoral está servido ya verá cada quién cuál es el plato de
su preferencia.
Después de14 años habrá debates y más libertad para que los candidatos recorran
el país y den a conocer sus propuestas.
No es cuestión de si son muchos o pocos. Unos quizá tienen más preferencia hoy
que los otros, pero eso no los convierte en elegidos, porque a fin de cuentas
una campaña es eso: rendir un examen cotidiano ante los electores.
Con los candidatos en carrera, ya de nada sirve el “me hubiera gustado que...”.
Uno de ellos tendrá que demostrar, mejor que los otros, estar a la altura de
los desafíos. Y no se trata solo de saber más, sino de llegar a la sensibilidad
de la gente y conseguir su confianza.
En el país del “nada me gusta”, finalmente alguien tendrá que gustarnos. Así es
la democracia.
Hernán Terrazas es periodista.