Los dos primeros meses de este año en el país no se
presentan auspiciosos, por más esfuerzos que hagamos, para encontrar motivos de
esperanza. La salvedad es el comienzo de la fabricación, distribución y
aplicación de las vacunas contra el Covid-19, aunque no faltan quienes quieren
convertir este adelanto de la humanidad en una nueva disputa de orden político
y propaganda sectaria como muestran las autoridades en los diversos niveles del
Estado.
Pese a los mensajes que la ciudadanía mandó al MAS, en octubre de 2019 y 2020, sus dirigentes y simpatizantes no se conduelen de la profunda crisis que estamos atravesando. Más bien, siguen atizando la confrontación interna, la desconfianza entre nosotros y el aprovechamiento cínico de las circunstancias en su propio beneficio.
Baste, por el momento, en utilizar un ejemplo de lo dicho: el pedido de renuncia al director del Servicio Departamental de Salud (SEDES) por parte de una funcionaria de la Gobernación de Cochabamba, olvidando que este puesto fue ocupado por un médico luego de concertar entre diversas entidades de la región por su idoneidad profesional. Esa designación había puesto freno a una profunda crisis que se vivió en el departamento en los comienzos de la pandemia debido al intento de copar esta instancia por parte de algunos partidos políticos que, como ahora el MAS, tienen voracidad por vivir del erario público.
Hoy el MAS, en puertas de las elecciones subnacionales, pretende poner en el puesto a uno de los suyos pese, además, al rebrote de la pandemia y al duro reto que será vacunar a la población, tarea que, en el poder central, pareciera que se cree que es de orden partidario.
Además, si la mezcla de elecciones y mediocridad es explosiva en tiempos normales, la situación se torna letal en tiempos de pandemia. Ver al Señor Presidente del Estado guitarreando en un acto del MAS sin barbijo ni cumplir las mínimas normas de seguridad es terrible. Lo mismo que escucharlo decir a los pandinos, al mejor estilo del exembajador estadounidense Manuel Rocha –cuando sugirió no votar por Evo Morales en las elecciones de 2002 si se quería seguir recibiendo ayuda de su país– que atenderá mejor al departamento si las autoridades que elijan en marzo fueran del MAS. Y su obsesión sectaria de negar y no aprovechar la experiencia acumulada por funcionarios estatales desde febrero de 2020 para seguir combatiendo la pandemia muestra cómo de mal evalúan este desastre las autoridades del gobierno.
Estamos pues, embromados, peor aún si en el campo de la oposición las buenas noticias son insuficientes para creer que por ese lado podremos otear horizontes.
Así, lo sucedido en estos primeros 40 días de 2021 hace recordar lo que escribió René Zabaleta en una crónica de su último encuentro con Sergio Almaraz Paz. Éste se encontraba en una clínica en fase terminal: “Qué nos ha pasado –atinó a decirme acezante–. Por qué hemos fracasado siempre… Qué nos ha pasado… Somos una raza perdida de Dios. Una lágrima suelta selló estas terribles palabras”.
Es que enfurece, sin vuelta, que se esté desaprovechando esta nueva oportunidad que se nos dio para impulsar un proceso de recuperación de principios básicos del sistema democrático como el respeto a los otros, el Estado de derecho, el valor de las palabras y la confianza, sin desconocer las legítimas diferencias… conceptos que el Vicepresidente del Estado ofreció hacer realidad en el acto de su posesión (que ahora parece tan lejano en el tiempo).
Pero nuestra historia muestra que vivimos ciclos cortos y así como sobrevienen espacios para que emerjan estos sentimientos pesimistas, también tenemos gran capacidad para renovar esperanza y, retomando fuerzas, seguir caminando hacia el futuro como nos sucedió en febrero de 2016 y octubre de 2019.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.