Brújula Digital|22|07|21|
Este cercano 21 de agosto se recordará medio siglo del ensamblado del Frente Popular Nacionalista (FPN), alianza orquestada por las Fuerzas Armadas para canalizar el respaldo civil activo del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y de Falange Socialista Boliviana (FSB). Como sabemos, esta experiencia política se disolvería en 1974 por decisión unilateral de los militares.
Cuánta incomodidad habrá invadido los pechos movimientistas y falangistas al ver a sus jefes, Víctor Paz Estenssoro y Mario Gutiérrez, escoltando el día del Golpe al diminuto coronel Banzer en el balcón del Palacio de Gobierno. Aquella cita connotada fue, a contramano de lo que muchos creen recordar, más bien un reencuentro y no tanto una traición de aquellos líderes a sus respectivos seguidores.
Los datos de la colaboración fraterna entre el MNR y FSB son abundantes y se acumulan sin pausa hasta la víspera misma del 9 de abril de 1952 cuando Hernán Siles Zuazo por el MNR y Óscar Únzaga de la Vega por FSB se interrogaron frontalmente sobre la conformación del gobierno que se habían propuesto apadrinar en las siguientes horas.
Fue justamente en esas horas en las que Falange decidió abandonar el complot, dejando a los movimientistas librados a su suerte y a sus fusiles. La deserción de Únzaga animaría a los militares a imitarlo, mientras los carabineros se sumaban con ingenuidad temeraria a los comandos civiles movilizados por los golpistas insurrectos del momento. Ganaron éstos últimos y Siles ejerció como presidente transitorio del día 11 al 15 de aquel mes.
El 9 de abril de 1952, FSB renunciaba, sin saberlo, a participar en las grandes transformaciones que el país venía reclamado desde el epílogo de la Guerra del Chaco. Ya para noviembre de 1953, solo tres meses después de la firma del decreto de Reforma Agraria, los falangistas desplegaban su primer intento de derrocamiento del movimientismo gobernante. En aquel debut armado, lograron controlar Cochabamba e incluso mantener cautivo a Juan Lechín, una de las cuatro principales figuras de la Revolución Nacional.
La reacción del MNR iba a ser virulenta. A fines de ese año tormentoso, FSB contaba más de 300 presos suyos en los improvisados campos de concentración montados bajo tutela del ejército con la activa cooperación de las milicias sindicales. Muy pocos falangistas perdieron la vida en ellos, porque la orden era matarlos moralmente, aniquilar su mística sacerdotal y devolverlos a sus casas con el repudio popular lacerando sus almas. Empezaba así una verdadera guerra entre los dos partidos que solo amainó ligeramente con la muerte de Únzaga en otro día de abril, pero de 1959.
Aquel enfrentamiento desalmado borró las huellas sincronizadas dejadas sobre la misma senda. En 1943, el MNR y FSB pusieron sobre sus hombros al Mayor Gualberto Villarroel. Tras el colgamiento del Presidente mártir, pasaron juntos a la oposición y a la clandestinidad. Oscilaron entre el exilio en Chile o el Perú y los planes conspirativos que borronearon juntos en la guerra civil de 1949. Los dos partidos fueron acusados simultáneamente de ser marionetas del nazismo y quizás por eso FSB le propuso al MNR soldar una alianza para las elecciones de 1951. Unidos por el nacionalismo y la cercanía táctica con los uniformados (el MNR coqueteaba con RADEPA; FSB, con Bilbao Rioja), un frente electoral compartido, a solo un año de la insurrección de abril, hubiera avanzado amparado por la lógica de aquel tiempo.
Cabe preguntarse entonces, ¿por qué no terminaron fusionándose? Dos parecen ser las razones de la divergencia final: 1) el MNR se expandió con mayor rapidez entre sindicatos y electores, lo que lo llevó a menospreciar a FSB como socio potencial equivalente. 2) Falange tenía un único líder consumado, incapaz por su magia verbal con los jóvenes, de ceder prerrogativas.
Tanto la asimetría entre ambos partidos como la furia mesiánica de Falange llevaron a Bolivia a un escenario de violencia, cuya malignidad volcánica solo hubiera podido ser desactivada si la Revolución hubiera contado con opositores armados de paciencia democrática, pero también con conductores dotados de un temperamento similar al de Siles Zuazo.
Cincuenta años después del reencuentro MNR-FSB vuelve a flotar una pregunta recurrente: ¿no se comprueba otra vez que todo nacionalismo termina destemplando el prisma izquierda-derecha? Si no es así, ¿cómo se explica la afinidad de al menos una década entre movimientistas y falangistas?
Es periodista y docente universitario*