El debate entre los dos candidatos legítimos vicepresidenciales y el inconstitucional ha roto muchos prejuicios que en estos más de 13 años de gestión del MAS fui acumulando. De hecho, decidí no verlo. Pero, al leer las reacciones que provocó, fundamentalmente en las redes sociales, busqué una reproducción, la encontré y me divertí.
No daré muchas vueltas. Me parece que la candidata de Bolivia dice No (BDN), Shirley Franco, ganó en forma contundente, al punto, como escuché comentar a un analista serio, que podría ya no haber más debates entre ellos. Y me gustó esa percepción porque se trata de una persona joven, aguerrida y mujer.
El segundo candidato, Gustavo Pedraza, de Comunidad Ciudadana (CC) y en quien las apuestas eran las mayores, no respondió al desafío, salvo en algunas oportunidades. Por último, el candidato inconstitucional se perdió y en la mayoría de sus intervenciones, no había coordinación entre su tradicional pose de soberbia y lo que decía.
Entiendo que los debates electorales son buenos cuando los candidatos tienen la capacidad de seducir a la audiencia y polemizar. Quienes critican que en éstos no primen las propuestas (como exigen algunos solemnes analistas, a quienes nunca ningún candidato los satisface), creo que no lo hacen de corazón, sino con dos tipos de interés: descalificar a los audaces que ingresan a la arena política (lo que quisieran hacer, pero no se atreven) o respaldar vergonzantemente al que más les gusta o menos les disgusta.
Me explico. Si lo que deseo es conocer los programas que ofrecen las candidaturas, debo leer el documento que han presentado ante el Órgano Electoral y no espero, salvo como respaldo argumental, que me lo “cuenten” en un reducidísimo lapso y en un espacio audiovisual. Presumo que el candidato tiene la suficiente idoneidad para hacer de su programa el encuadre de sus intervenciones en el debate y conoce las propuestas de sus eventuales adversarios.
Luego, comencé a leer los comentarios sobre el debate en las redes sociales y he quedado más desorientado que el candidato inconstitucional. En forma arbitraria los clasificaría entre los que son hechos por seguidores, hombres y mujeres, de los candidatos, para quienes no hay posibilidad de duda de que el suyo ha sido el mejor. La diferencia radica en que mientras los seguidores del inconstitucional insultan y agreden a quienes no piensan como ellos, los de los otros son más cautos, aunque no falta uno que otro que confunde todo.
Hay los comentarios de quienes subordinan sus adhesiones a su decisión de votar en contra más que a favor.
Un tercer grupo está conformado por gente que, más allá de su posición política, teme lo nuevo, particularmente en el caso de las variables mujer y joven.
Por último, hay un grupo conformado por personas que provienen del ámbito intelectual que, sin poder esconder su desconfianza y prejuicios a lo nuevo, han dado la victoria, haciendo uso de una gran retórica, al candidato ilegal.
En fin, todo depende del color del cristal con el que se mira.
En resumen, el debate que se comenta no ha sido una panacea, pero me ha renovado algo de esperanza. Es que me ha permitido convertir en mito aquello de que el candidato ilegal y vicepresidente del Estado puede, para no aburrirse, debatir con todos los candidatos juntos. Había sido, nomás, un ciudadano que tiene la máscara del poder y que siendo aspirante a matemático no puede con las operaciones elementales.
Segundo, que es un mito que en un debate de estas características los candidatos puedan exponer sus programas como en un aula académica. Más bien, el debate sirve para demostrar cómo los candidatos pueden defender sus propuestas y criticar las de sus oponentes ante una audiencia cautiva. Por último, que los debates sirven más para reforzar creencias que para modificar actitudes, salvo en audiencias indecisas.
En fin, este debate me ha permitido escuchar voces que me devuelven la esperanza en la política. Y ojalá que haya más eventos de esta naturaleza que, como colofón, me ayudan a comprender por qué el candidato a la Presidencia inconstitucional no quiere participar en ellos: son espacios de debate democrático a los que él no está acostumbrado.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.