Le voy a dar un nuevo giro de tuerca a mi
pasada columna titulada “Cinismo de capa y espada”. ¿El motivo? Está claro,
espero que diáfano para el lector, que no lo hago porque me encandila la figura
moral de Héctor Arce Zaconeta (HAZ), parecida a la de un Maquiavelo degradado.
Así como Mary Shelley no escribió Frankenstein precisamente por la belleza del
personaje, sino por otro motivo.
¿Cuál es el motivo?
Repasemos la propuesta de HAZ: él plantea con toda claridad y de manera directa que la meritocracia es la única solución a la crisis de la justicia (yo diría que a la crisis de t-o-d-a nuestra institucionalidad, empezando en la A y terminando en la Z, plagada de incompetentes, oportunistas, cínicos, corruptos, y podría seguir con los calificativos, ¡claro que sí!, que Ud., querido lector conoce y deletrea cada día que va a una institución pública, pero más vale tratarlos como el papel higiénico, digo, a los adjetivos calificativos, usándolo con un sentido del límite por el bien del lenguaje).
Lo que no podemos pasar por alto y no prestar atención con agudeza es quién lo dice: HAZ, “hombre fuerte” de los sucesivos gobiernos del MAS de Evo (porque el MAS tampoco es una institución, sino el patrimonio de su eventual detentador, para su disfrute y para acuñar su efigie en una estampita de la historia), abogado para el MAS y constitucionalista por el MAS. O sea, un masista redoblado.
Y él, pasados unos años, pocos para mi gusto, acepta lo evidente por sí mismo: los notables, los probos, los dignos, deben hacerse cargo de las altas magistraturas de la Justicia, y a partir de ellos, construir una pirámide virtuosa y no esta perversa a la que nos tienen acostumbrados sus señorías (ídem para la policía, las universidades públicas, las alcaldías, las gobernaciones y suman y prosiguen). Si no queremos ser un garabato histórico a los pies de la Cordillera de los Andes, toca escribir recto donde los políticos de turno escriben y obran torcido.
Remato.
Que HAZ reconozca el valor de la meritocracia significa que todos aquellos que antes y con más solvencia moral lo dijeron, tenían y tienen la razón. Y lo sustantivo, se empieza a ganar la batalla cultural donde se debe plantar la pica de Flandes: en el corazón de las ideas; porque las que nos presentó con redoble de tambores sociales el MAS en su momento y en la proa de su afán constituyente, resultaron siendo la máscara para montar un carnaval político de lo más degradante y esperpéntico, sí, como Frankenstein.
César Rojas es comunicador social y sociólogo.