El 12 de octubre de 1973, el abogado
cochabambino Luis A. Reque aterrizó en Santiago de Chile. Arribaba a esa
capital sólo un mes y un día después del golpe militar orquestado por el
general Augusto Pinochet.
En la ciudad, dentro del Estadio Nacional, una cantidad aproximada de diez mil personas cautivas; ellas en la piscina olímpica, ellos en las graderías; eran convocados selectivamente al velódromo para ser torturados por 35 equipos adiestrados en las funestas técnicas de la interrogación. Se calcula que dentro del escenario deportivo se organizaron 38 fusilamientos, pero es probable que el número real haya sido más abultado.
La llegada de Reque a Santiago ensangrentado fue gestionada febrilmente desde el 17 de septiembre, cuando a su oficina empezaron a llegar sobres con denuncias sobre detenciones masivas y ejecuciones sumarias.
A Reque, un jurista formado en los Estados Unidos, le tocó ser el primer secretario ejecutivo de la Comisión Inter-americana de Derechos Humanos (CIDH). Asumió el puesto en 1960 y tuvo que dejarlo 16 años más tarde. Tras insistir telegráficamente tres veces con el vicealmirante Ismael Huerta, ministro de Relaciones Exteriores de Pinochet, su visita terminó siendo aceptada por la dictadura el 5 de octubre. El tirano aspiraba a suavizar la condena internacional a sus crímenes, pero Reque no estaba dispuesto a facilitar dicha maniobra.
Tras cumplir con la formalidad de escuchar al Ministro del Interior, al de Justicia y al Presidente de la Corte Suprema, nuestro compatriota apuró el paso hacia el Estadio. No pudo contarlos, pero el coronel Jorge Espinosa Ulloa le dijo que allí los presos sólo sumaban 2.603; de esa cantidad, solo 173 eran mujeres, cifra superada por la nómina de extranjeros que alcanzaba a los 250. Reque se entrevistó con 13 de los detenidos del Estadio, entre ellos, los bolivianos Luciano Durán Böger e Ignacio Miashiro.
Dos días después, el secretario compareció ante 120 perseguidos, que habían logrado refugio en el centro “Padre Hurtado”. Allí pudo elaborar la primera lista de presuntos asesinados por la dictadura. Entre los extranjeros destaca el nombre de Jorge Ríos Dalenz, uno de los mártires del MIR boliviano, y el del periodista estadounidense Charles Horman. Entre los lugareños, por supuesto, está el del cantante Víctor Jara.
Las conclusiones de Reque fueron devastadoras para Pinochet en el mundo. Refrendó sin temor que el gobierno militar había cometido acoso, maltrato y tortura contra los presos. El reporte señala además que la furia del régimen se volcó sobre todo contra los extranjeros, la mayoría latinoamericanos, que ocupaban puestos en la administración gubernamental y en las industrias nacionalizadas por Allende.
Reque pudo contar en Chile 582 bolivianos deportados, el tercer grupo más numeroso después de los brasileños y los uruguayos. De manera preliminar se registraron 33 ejecuciones extrajudiciales, algunas de ellas llevadas a cabo bajo la regla conocida como “ley de fuga”. Un segundo reporte, más preciso subirá la cifra a 200 en 1974.
El 17 de octubre, Reque volvió a su escritorio. Su informe fue el primer retrato creíble de la situación interna de Chile. El gobierno militar buscó minimizar el peso del documento, pero, desafiante, Reque lo remitió a las Naciones Unidas y le buscó acceso en los diarios. Entonces Pinochet pidió, entre susurros y en la OEA, su destitución.
En marzo de 1974, el vicealmirante Huerta despachó un informe escrito en el que hace un recuento de los casos señalados por Reque. El texto toca el destino de 43 personas, entre ellas, el de nuestro amigo Carlos Toranzo, quien por fortuna logró salir hacia México. Era la hora propicia para organizar una segunda visita de la CIDH. Entre julio y agosto de ese año, Reque consigue instalar en un hotel de Santiago una nueva misión. Para entonces el Estadio ya había sido evacuado, sólo porque en noviembre de 1973 estaba programado un partido de eliminatorias de cara al Mundial de Fútbol. El equipo de la Unión Soviética se rehusó a jugarlo. No quería a sus casacas rojas circulando por el campo que, hace sólo días, había servido como cárcel y paredón.
Reque siguió su labor hasta que la presión de las dictaduras, a las que se agregaba la de Argentina, pudo cosechar su renuncia. Nos queda la promesa de anotar las huellas del primer hombre a cargo de estas pesquisas. Suele repetirse, sin entender, que la OEA es el “ministerio de colonias de los Estados Unidos”. Los pasos reseñados acá son un desmentido a esa descripción tan ligera.
Rafael Archondo es periodista.