En Argentina se creó hace años ya una serie de TV sobre unos sujetos que cobraban por crear una situación actuada para librar a sus clientes de acreedores o matones, para reunir parejas separadas o para salvar un asilo de ancianos haciendo creer a los compradores que el lugar estaba plagado de vampiros. Eran unos profesionales de la mentira.
En nuestro país, a menudo los gobernantes han tenido que armar situaciones para esconder falencias en su administración, en particular si éstas representan una contradicción muy grande con respecto a su impostura ideológica principalmente porque eso les permitirá evitar el costo político de tomar decisiones “peligrosas”.
“¿Cómo está el papá Evo?” pregunta una mujer en mi barrio a un hombre que seguro es evista. “Trabajando fuerte” responde. Trabajando fuerte en desprestigiar a Arce, no cabe duda, tanto que mucha gente afirma que el presidente ahora es de la derecha, que se ha vuelto de la derecha, a pesar de que ninguna de las políticas públicas aplicadas cuando “era de izquierda” han sido cambiadas y por el contrario, si de algo habría que acusarlo es de un quietismo que tampoco es atributo suyo sino de todos los gobiernos que enfrentan la llegada de la crisis.
Si por un momento nos libramos de arengas ideológicas y nos concentramos en economía pura y dura, veremos que no es tanto ser de derecha o de izquierda lo que influye en las actitudes de los gobiernos sino simplemente el grado de crecimiento económico que registra el país sin importar la causa (usualmente debido a la subida de materias primas que exportamos).
Veamos nuestro momento de mayor crecimiento: según Timothy Kehoe y José Péres Cajías, fue el periodo 1960-1977, algo similar a los años entre 2005-2014 cuando hubo bonanza en gran parte debido a la nacionalización de empresas estratégicas y a la participación del Estado para impulsar la economía. Por lo general, cuando hay crecimiento, los gobiernos gustan de participar más en la actividad económica, la bonanza les resulta atractiva.
Es como si siguieran un patrón: crecimiento, nacionalización, mayor participación del Estado en la economía, esta participación se vuelve perjudicial y finalmente se ven obligados a dar marcha atrás y asumir políticas liberales. Le pasó al MNR, que durante los 50 se esforzó por crear una narrativa de independencia, pundonor y crecimiento desde adentro que poco a poco se fue desmoronando.
¿Por qué? En bonanza, los gobiernos bolivianos tienden a despilfarrar como si la fuente de ingresos fuera interminable: el crecimiento económico les lleva a nacionalizar empresas estratégicas y se usa el excedente de las mismas en “redistribución”, se adopta un tipo de cambio fijo con respecto al dólar, inversión en empresas que resultan deficitarias pues la administración estatal nunca es adecuada y subvención al precio de los hidrocarburos.
Inicialmente todo se mantiene porque los ingresos son altos y no hace falta gastar reservas ni recurrir a préstamos, pero la economía tiene ciclos; Nikolai Kondrátiev nos dice que pueden durar entre 47 y 60 años y que en ellos se alterna un periodo de crecimiento elevado con otro lento, en el que las crisis son más fuertes. En palabras sencillas, épocas de vacas gordas y de vacas flacas, no es nada nuevo.
Entonces, los periodos de vacas flacas que le tocó vivir a Banzer desde 1977 y le toca ahora a Arce, se caracterizan por generar quietismo y negación: Banzer escondió los datos económicos por años y recién en 1979 éstos fueron revelados, cuando ya estaba fuera del poder. Los seguidores de Arce justifican la escasez de dólares con la especulación y atribuyen la falta de combustible a motivos climáticos, en ambos casos se sigue gastando como cuando había excedente.
En 1979, la asonada militar de Natusch Busch provocó una corrida de dólares preocupante y tras su salida, éste se disparó causando pánico en la población. En 2024 la intentona de Zúñiga (real o falsa) tuvo reacciones similares y el dólar pasó de 9,30 a 10,50 y no ha parado hasta ahora en su precio en el mercado negro, donde se dice que ha llegado a los 14 bolivianos. Sin embargo, el golpe del 79 puso al descubierto la realidad de la economía boliviana.
Fue Lidia Gueiler quien asumió la difícil tarea de tomar medidas para rescatar la situación, pero hubo resistencia, lo que fue aprovechado por García Meza para llevar a cabo un golpe. La situación se agravó y recién en 1985 sería el mismo MNR nacionalizador el que aplicaría el DS 21060 y más tarde la capitalización y la privatización. Se fue a la pera su nacionalismo y su discurso de defensa de lo nuestro.
¿Quién será hoy el que aplique las medidas correctivas? Algunos dicen que Evo puede salvarnos porque hará aparecer dólares, otros recuerdan que el MNR nos salvó el 85 y que ojalá volviera. Parecen olvidar que quienes pagaron el precio de salvarnos fuimos los bolivianos, que sufrimos los recortes económicos y la escasez en nuestros estómagos y en nuestras familias; fueron años de desempleo, dificultad y adaptación, fueron años de ver sueños morir e incluso de migrar en busca de mejores días. Esta vez también nos tocará a nosotros, para repetir estos ciclos. Después olvidaremos que no hay políticos salvadores, sólo una población resiliente cuyo pecado es a menudo ser demasiado ingenua.