Brújula Digital
le da la bienvenida al amigo y agudo columnista Agustín Echalar, que ofrecerá
cada semana su visión, muchas veces alternativa y creativa, de la actualidad.
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Cuando yo era niño, llegaban a la casa de mis padres dos periódicos todos los días, y hasta había peleas sobre quien los leía primero, y como debía ser, (des)ordenado. Mi madre me contaba que cuando la familia vivió en Oruro ella esperaba con tales ansias los periódicos de La Paz que arribaban en flota, que a veces hasta iba a la parada para acceder a ellos lo antes posible, recién a las dos de la tarde de cada día. El periódico era parte importante del cotidiano de mucha gente, aunque tampoco de tanta, y lo siguió siendo hasta hace muy poco.
Muchos años después, en mi juventud, me topé con una entrevista que un famoso periodista italiano de los años 20 del siglo pasado le hizo a la última reina de Nápoles, María de Wittelsbach, que exiliada de sus dominios y ya anciana vivía en un pequeño apartamento en Múnich. Wittelsbach había empobrecido completamente, hasta le tocó hacer cola para las raciones de comida que se distribuían en esos momentos de crisis de la posguerra durante la República de Weimar.
Una (ex) reina empobrecida daba para mucho y la entrevista es imperdible, la heroína de Gaeta, que además era muy bella, destronada por Garibaldi y los suyos, estaba ahora en un mundo donde habían sucumbido las otras monarquías relacionadas a su familia. El periodista le preguntó: “¿qué era lo que más extrañaba del bienestar del pasado?”. Ella respondió que los periódicos, que no poder comprarse diarios la tenía extremadamente triste. “Antes recibía hasta seis publicaciones de Italia”. dijo. Cuando la entrevista se publicó, su aseveración no cayó en saco roto, varios periódicos italianos empezaron a enviarle a la exmonarca suscripciones sin costo.
María fue la última reina de ese mundo tan bien descrito por Lampedusa en su famoso “Gatopardo”, ese mundo que desapareció, que dejó a los “leopardos” fuera de la vida pública porque los nuevos tiempos correspondían a las “hienas”, como dice tan lacónicamente el personaje principal de la gran novela.
Estos días ha muerto un gran proyecto en nuestro país, un periódico que se ocupó de temas importantes y tomó en serio la labor que tiene en la vida pública un diario, vale decir, ser crítico al poder, ser incómodo al poder. Cuando me enteré del cierre de este, que había sido mi casa como columnista, además de la tristeza me vino una sensación de fin de época.
El gobierno hizo lo suyo, como bien lo describió Raúl Garafulic, presidente del directorio de Página Siete, pero lo cierto es que un objeto que creó un modo de vida, que fue importantísimo para la democracia en su momento y cuyo uso implicaba ciertos deliciosos rituales, no está pasando una mala racha sino que está en vías de extinción. El periódico impreso en papel tiene sus días contados como producto de información masiva. La modernidad, la tecnología, la democratización de la palabra escrita, de la comunicación y de la intercomunicación han hecho estragos con un servicio importante que además alguna vez fue un muy buen negocio. Eso ya no lo es más en el mundo en general y en Bolivia en particular.
Estoy profundamente agradecido a Los Tiempos, el periódico cochabambino que me acoge desde hace 13 años, y al que le auguro una vida más larga que la mía, pero no dejo de estar consciente de que estamos viviendo el final de una época.
A principios del siglo XX sucumbieron casi todas las monarquías europeas, sobrevivieron solo las que supieron acomodarse a los tiempos; algo similar está pasando en este principio de siglo con los periódicos. El futuro de la comunicación es digital, eso lo sabemos hasta los legos.
Hoy comienzo una nueva etapa en mi columna, que ya tiene más de un cuarto de siglo de vigencia, publicándola en un portal del ciberespacio, Brújula Digital, y a la vez muy feliz de poder seguir viendo mis artículos impresos en un periódico.
Quepa cuidar con esmero el legado de los periódicos, fuente importante (aunque no única, ni siempre confiable), para entender un periodo histórico.
Agustín Echalar es operador turístico.