La historia los unió accidentalmente y ahora los separa. Después de varios experimentos, violentos y fallidos, Álvaro García Linera buscó en la academia y los medios de comunicación el espacio para cambiar su imagen pública. De integrante del grupo terrorista que asaltó e intentó consumar algunos atentados en la década de los noventa, transitó hacia la docencia en la UMSA y la opinión temporal en el espacio que dejó libre Carlos Mesa en los noticieros de PAT.
El objetivo de AGL fue convertirse en un personaje democráticamente aceptable y dejar atrás la imagen del último terrorista “detenido”, que había tomado las armas un poco fuera de época, cuando la Guerra Fría ya era historia y el Che Guevara solo una imagen recurrente en la iconografía de la nostalgia revolucionaria mundial.
Si García Linera tenía una obsesión – lo dijo varias veces - era la de llevar a un indígena al poder. Lo intentó por la vía violenta junto al Mallku en el altiplano y descendió luego hacia el trópico de Cochabamba, donde Evo Morales libraba una batalla contra la erradicación de la hoja de coca ilegal impulsada desde los Estados Unidos.
El ex vicepresidente eligió bien. En el Chapare se gestaba un movimiento construido sobre el modelo de organización que había funcionado con tanta eficacia y durante tantos años a la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB). De hecho, el trópico cochabambino se había transformado en el punto de destino de muchos de los mineros relocalizados a mediados de la década de los ochentas y en el campo de acción de un nuevo y combativo protagonista sindical.
En el Chapare, García Linera no solo encontró organización y el sustrato ideológico que llevaba la impronta de un dirigente histórico, Filemón Escobar, sino el símbolo que buscaba: un irreverente y carismático líder local de origen indígena, Evo Morales, que había corrido velozmente desde una modesta secretaria de deportes hasta la presidencia de las Seis Federaciones Cocaleras del trópico.
En decidida lucha contra las “imposiciones del imperio” y sus “aliados” locales Evo Morales emergió como una alternativa, primero en 2002, cuando estuvo a punto de estar entre los dos primeros sobre los que debía elegir el Congreso y definitivamente el 2005, cuando hizo saltar por los aires el tablero político tradicional con un aplastante triunfo electoral con más del 54% de los votos.
En menos de 15 años, García Linera pasó de ser preso por terrorismo a vicepresidente de la República y comenzó una larga historia de poder junto a Evo Morales, que abarcó desde la euforia de los primeros días hasta el desolador despegue hacia México en noviembre de 2019, acaso el último episodio de una exitosa relación política.
La ruptura de Evo Morales y Álvaro García Linera es más dramática todavía que la del expresidente con Luis Arce, porque representa el verdadero fin de un ciclo. Si el MAS tuvo una imagen histórica y simbólica fue la del binomio que lo llevo al poder y lo mantuvo ahí durante casi 14 años. En esa historia Arce fue solo un funcionario, un candidato, pero no un líder.
Por eso, cuando Evo Morales dijo: “tengo un enemigo más y duele mucho”, haciendo referencia a su antigua “yunta”, no solo confirmó la distancia con el personaje que compartió la historia de su ascenso y permanencia en el poder, sino el fin del instrumento político tal y como era reconocido hasta hoy.
Con sus acciones recientes, Morales decidió la suerte de su partido. El MAS queda como un esquema burocrático de administración del gobierno hasta el 2025 y hacia delante posiblemente como un proyecto fragmentado y sin discurso. Arce y García Linera son los enemigos que, junto a Morales, protagonizan el último capítulo de una época.