El entusiasmo de las campañas, la influencia de las redes sociales y la tendencia a ver la realidad no como es sino como nos la muestra el cristal con la que la miramos, hacen que cuando nos topamos con la verdad nos asombremos. Y una es que habrá no más un candidato inconstitucional.
Por eso el tema de esta columna es el presidente del Estado e inconstitucional candidato presidencial, Evo Morales Ama, sobre quien recae la misión de mantener en el ejercicio del poder a una corte numerosa de ciudadanos, hombres y mujeres, que sin él se verían obligados a retornar al llano y satisfacer sus necesidades cotidianas (mucho más numerosas de las que tenían cuando accedieron a la administración estatal) sin recursos estatales, y sentir en forma permanente el miedo a que la actitud de venganza que ejercitaron durante 14 años se apodere de los nuevos inquilinos del poder. Y hacerlo, cuando ya la mayoría de la ciudadanía rechazó su nueva candidatura
Así, además de utilizar sin escrúpulo alguno los recursos del Estado para hacer campaña electoral, está decidido a hacer concesiones de todo tipo, como suscribir acuerdos con grupos empresariales sobre temas que hasta no hace mucho eran repudiados por él y el MAS; acatar sumisamente las instrucciones del mandatario brasileño para extraditar sin trámite alguno a un supuesto terrorista de izquierda buscado por el gobierno ultraderechista italiano y que era protegido por su entorno y alguno de sus aliados internacionales o no asistir, en Caracas, a la última reunión del Foro de San Pablo, en circunstancias en que su aliado Maduro lo necesita más que nunca, mandar a su vice a EEUU a buscar inversionistas o adular al estamento militar.
También resiste las presiones para debatir con quien le sigue en las encuestas de intención de voto porque sabe que de ceder no saldría bien parado no sólo porque no es ducho en ese tipo de lides, sino porque lo han acostumbrado, en 14 años, a que se acepte sin más lo que él diga y no tolera el diálogo.
El Presidente tiene una responsabilidad compleja, que sólo la astucia política que ha desarrollado desde su inicio en el espacio público (allá, por los años 80) le permite cumplir. Pues, además de las concesiones señaladas, Morales debe hacer creer que cree lo que le dicen sus cortesanos sobre que es irremplazable y que el proyecto político que encarna es la solución para la patria, razones por las que estaría por encima de lo que disponen la Constitución, la democracia o cualquier otro obstáculo al prorroguismo. Sólo así puede ocultar que sabe que lo que le dicen no expresan sentimientos, sino personalísimos intereses, que obviamente se acoplan a los suyos.
Para un dirigente con el poder que ha acaparado el Primer Mandatario debe ser terrible pensar que en cuestión de meses ya no podrá dar órdenes que afectan a cientos de miles de personas o benefician a su entorno. No tendrá helicóptero ni avión a su servicio, y deberá trasladarse en incómodos vehículos y líneas áreas comerciales. Nadie le abrirá las puertas ni habrá dignatarios extranjeros que lo inviten. Tampoco ganará más los partidos de fútbol, salvo que su equipo (si logra armarlo) sea bueno ni agredir impunemente a algún jugador ni instruir que le amarren las zapatillas. Además, debe intuir que quienes hoy lo adulan, a partir del 20 de enero próximo lo irán abandonando salvo que mantenga algunas posibilidades de retornar al rascacielos presidencial.
También le debe dar hasta pánico pensar que cambiarán su nombre en todas las obras inauguradas o reinauguradas por él, y, para peor, éstas podrán convertirse en pruebas de malversación. Probablemente serán eliminados los panegíricos elaborados por sus seguidores para utilizarlos como textos oficiales de enseñanza, y el Museo de Orinoca será una escuela. Ni qué decir de dejar de recibir los obsequios a los que está acostumbrado y, sobre todo, a utilizar fondos públicos para hacer regalos.
Morales, pues, ha hecho suya la actitud de Enrique IV de Francia quien pese a ser de origen protestante decidió ir a Notre Dame a misa, porque gobernar París así se lo exigía. Pero, a diferencia de ese rey que comenzaba a reinar, sabe, en su fuero íntimo, que pese a todo lo que haga sus días en el poder están contados. De ahí que no puede ocultar un rictus permanente de furia y aumenta los desafíos que hace a la sociedad a partir de su poder actual…
Juan Cristóbal Soruco Q. es periodista.