Y al final, quedó sin soga ni cabra. Nadie le reconoce mérito alguno en la lucha contra la crisis y su reelección hoy parece más remota que nunca.
Curiosa moraleja: no es con responsabilidad que se ganan elecciones.
De paso, las últimas 24 horas pusieron en evidencia cuán frágil y sensible es la economía a las señales políticas y que difícil será promover un acuerdo de emergencia entre los dos principales protagonistas electorales para evitar que el buque argentino toque fondo con todo y sus candidatos a bordo.
Con el dólar cerca de 60 pesos y una caída a la mitad de los precios de las acciones argentinas, la situación parecía insostenible. Algunos negocios permanecieron cerrados en la capital porque sus dueños no sabían cuál debía ser el verdadero precio de sus productos.
Un desconsolado Macri cuestionó el voto de los ciudadanos, pero sus amargas declaraciones solo sirvieron para que sus críticos le recordarán que él no es quien para decir cuál era el voto correcto.
Aparentemente y contra lo que opinan personajes como el estratega ecuatoriano, Jaime Durán Barba –consultor de cabecera de Macri desde hace años– no había una estrategia posible para ganar debido a que la derrota asomaba entre las cifras negativas de una economía que el gobierno macrista no consiguió recuperar ni siquiera con los miles de millones de dólares que le prestó el FMI.
La escalada de precios en los servicios públicos y la acelerada pérdida del valor adquisitivo de los salarios de los argentinos pesaron más que el mal recuerdo de los años de corrupción de los Kirchner.
El gradualismo en la adopción de las medidas de ajuste distribuyó el desaliento en el tiempo y le robó la esperanza a una población que había apostado por echar a los corruptos, pero no para que llegue alguien que resuelva la crisis heredada metiendo la mano en sus bolsillos.
Tendría que ocurrir un verdadero milagro o un golpe demoledor contra el kirchnerismo para que Macri gobierne por cuatro años más la Argentina.
Quienes creían que lo habían visto todo, no contaban con que el desacreditado fenómeno “K” tuviera un nuevo aliento, más por los errores del gobierno de Mauricio Macri que por el ejercicio de una oposición seria y responsable.
El peronismo subo montarse en la ola gigantesca del descontento y es casi un hecho que a partir de diciembre deberá administrar algo parecido al caos.
En Bolivia, mientras tanto, el oficialismo celebraba con mesura los resultados electorales en el país vecino, tal vez porque la conciencia de la proximidad de una crisis ha comenzado a generar preocupación en un eventual nuevo gobierno de Evo Morales.
Es improbable además que una posible gestión gobierno de Alberto Fernández, el candidato peronista, que va en dupla con la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, repita las viejas fórmulas del populismo, entre otras cosas porque el FMI tendrá a mano una pesada factura.
La gente mira atrás buscando un remedio a sus males económicos, pero la historia y el tiempo transcurren de manera inexorable y la realidad argentina de hoy es muy distinta a la que marcó la gestión de los mandatos de Néstor y Cristina Kirchner.
Por esas cosas que tiene la historia es posible incluso que la marea que se está llevando al actual Mandatario argentino, y que está a punto de reponer a los protagonistas del pasado, sea la misma que en algún tiempo, y si se consolida la reelección, ponga en riesgo la ficción de bienestar y cambio creada durante los 14 años por el gobierno del MAS.
Los argentinos están muy cerca de entregarle el poder a quienes originaron los problemas que Macri no supo resolver y es muy probable que eso determine un periodo largo de inestabilidad política en ese país.
Y en Bolivia las encuestas indican que es mayoritaria la población que prefiere que las cosas sigan como están, tal vez porque no ha permeado aún lo suficiente la sensación de que la bonanza se está yendo y que lo peor podría estar recién por venir.
El populismo se resiste a desaparecer, aunque la historia y sobre todo la economía lo hayan rebasado: en Argentina, por el contrastante recuerdo de lo que fue un bienestar sustentado en la irresponsabilidad, y en Bolivia porque más vale un presente de certezas que un futuro complejo que el electorado todavía no quiere ver.