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Wila k'ank'as everywhere | 12/01/2025

LatidoAmérica

Sayuri Loza
Sayuri Loza
En nuestro país existen dos voces que se pronuncian ante nuestra realidad política: por un lado están quienes plantean que necesitamos un Milei o un Bukele bolivianos, pues han visto en ellos características que son capaces de reparar nuestra mala situación económica y ordenar nuestra desinstitucionalidad. Por otro lado, están quienes advierten que Bolivia no es como Argentina o El Salvador y que deberíamos mejor buscar un liderazgo con características propias que sea capaz de representar las necesidades puntuales de nuestra población heterogénea tan distinta a la argentina o a la salvadoreña.
En esa parte me asaltó una pregunta ¿Bolivia es muy diferente de los otros países latinoamericanos? Y la primera respuesta que se me vino a la mente es una frase que suele decir mi madrastra, que Latinoamérica es “LatidoAmérica” es decir que palpita bajo un mismo latido, bajo una misma vibración. Me gustó mucho esa frase porque soy una persona romántica, pero mi formación académica me obliga a revisar este tipo de afirmaciones con datos históricos, así que manos a la obra, me puse a analizar.
Bérthola y Ocampo nos dicen que nuestro continente tiene tres tipos de economías: las primeras, que se caracterizan por una gran cantidad de población indígena, establecimiento de haciendas y una economía de exportación de materias primas, Bolivia y Perú serían los ejemplos más fieles a este primer tipo; en segunda instancia se hallan las economías esclavistas, que usaron mano de obra afro para explotar caña de azúcar y otros, ahí estarían Cuba y Brasil. Por último, las economías que durante el periodo hispánico no tuvieron relevancia pero que luego fueron forjadas por migrantes europeos que desplazaron a las poblaciones indígenas durante el nacimiento de las repúblicas, aquí estarían Chile y Argentina como buenos ejemplos, este último tipo habría sido el que mayor crecimiento registró durante el siglo XIX.
Justamente en este siglo el latido parece hacerse más fuerte: con excepción de Cuba, los países latinoamericanos logran sus independencias en los primeros 25 años del 1800 y optan unánimemente por constituirse en repúblicas democráticas adelantándose a los países europeos que todavía negociaban monarquías constitucionales incluso en la rebelde Francia. El segundo latido es la inserción de los nuevos países en lo que Wallerstein llama “el sistema mundo”, la economía mundial que resulta de la Revolución Industrial y el fortalecimiento del capitalismo. Todos los países se lanzaron a la exportación de diferentes productos para alimentar al incansable mundo del mercado: Argentina con productos cárnicos, Perú con guano, Ecuador con chocolate, etc. Bolivia tardó en entrar al juego, pero para la década de los 1880 ya exportaba lo que le había generado riqueza desde siglos antes: la plata.
Basta de economía, el Siglo XX fue el siglo de las ideas políticas en nuestro continente: desde los movimientos anarquistas de los años 20, Latinoamérica se ha contagiado las ideas con una precisión interesante: entre los 40-60, el populismo fue el boom que conquistó la silla presidencial a muchos carismáticos candidatos: pensemos en Getulio Vargas de Brasil, Jacobo Arbenz de Guatemala (a quien por cierto le hicieron golpe de Estado con apoyo de la United Fruit Company y la CIA), Velasco Alvarado de Perú, René Barrientos de Bolivia y al representante por antonomasia del populismo latinoamericano: Perón. 
Y siguió latiendo: las dictaduras militares de los 70 fueron también un fenómeno contagioso en el continente, tanto así que se forjó el llamado Plan Cóndor en varios de nuestros países. Y curiosamente, así como se estableció, tuvo su decadencia y fue sustituido por el sistema democrático sustentado en la teoría económica del “neoliberalismo” cuyos resultados fueron mejores en algunos países que en otros. Quizás las medidas duras del neoliberalismo generaron en las poblaciones el deseo de justicia social, de romper con un sistema efectivo pero con alta carga social y fuertes diferencias económicas y lo que Torcuato di Tella llama “el efecto de demostración” y por eso, el continente latió de nuevo, y con mucha fuerza.
Así tenemos el advenimiento de la llamada “marea rosa” o socialismo del siglo XXI cuyo germen surgido en Venezuela, llegó a muchos países donde asumieron el poder líderes representantes de la izquierda con la promesa de que finalmente tendríamos justicia, igualdad y bajo la consigna de la democracia. Al igual que en los anteriores ciclos, al principio el socialismo del siglo XXI dio esperanza a la población y ayudó a disolver viejas oligarquías que se negaban a cambios estructurales, lo que refrescó el panorama político y económico. Lo malo fue que las viejas oligarquías fueron sustituidas por otras, con taras similares a las anteriores y el grito de ¡Viva la democracia! se fue opacando tras figuras de líderes autoritarios que reclamaban ser indispensables para el cambio.
Así que no es nada descabellado que ante la decepción por el Socialismo del Siglo XXI, el continente vire a la derecha, una derecha conservadora en lo moral pero liberal en lo económico, caudillista sin duda pues busca una figura fuerte y legítima para gestar el cambio y con inclinación hacia la disciplina punitiva desde el Estado. Claro que este cambio no será inmediato, pero el latido parece estarse definiendo de a poco, muy de a poco, con todo lo bueno y lo malo que esto representa. Mientras tanto, todavía estamos a la deriva.

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