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El Satélite de la Luna | 23/12/2023

Las reglas de la guerra y de la democracia

Francesco Zaratti
Francesco Zaratti

La Navidad es sinónimo de paz y fraternidad, pero hoy se me ocurre hablar de la guerra, motivado por mi participación en el Foro sobre “El Derecho de la Guerra”, organizado por la UMSA.

Las guerras no deberían existir, pero existen. Y existen porque el más fuerte quiere imponer su voluntad sobre el más débil con el fin de apropiarse de los recursos del otro, expandir su territorio, reivindicar derechos históricos o, frecuentemente, para salir del paso de problemas internos.

Sin embargo, el resultado de una guerra no está determinado por la correlación de fuerzas militares. Si así fuera, Rusia habría completado la invasión a Ucrania en cuestión de semanas. El heroísmo de trecientos espartanos y la estrategia de Alejandro demostró ser más importante que la fuerza bruta. El espionaje y la información (Enigma) y la ciencia (el radar) juegan también un rol fundamental para alcanzar la victoria.

En algunos casos, la estrategia lleva a romper reglas “tradicionales” de la guerra, para compensar la disparidad de fuerzas. La guerrilla, la resistencia partisana ante los invasores, el uso de nuevas armas y métodos reñidos por la ética, como el terrorismo y el secuestro, son parte de las estrategias del más débil.

Sin embargo, no todo vale en la guerra (al igual que en el amor). Aun en el marco de una actividad antiética como es la guerra, en el último siglo han aparecido tácticas y armas que generan repulsión general. Por ejemplo, el uso de armas químicas, biológicas y nucleares de destrucción masiva e indiscriminada; la implicancia de la población civil en la contienda mediante bombardeos sistemáticos, terrorismo y secuestros; ataques a instalaciones médicas  educativas y culturales, a veces usadas como “escudos”; la venganza y la violencia contra los prisioneros de guerra. Se trata de prácticas reñidas por la ética y que por eso han merecido respuestas mediante convenios internacionales que buscan imponer reglas humanitarias a partir de las crueldades de una guerra.

El año 1859 nació la Cruz Roja para amparar al personal médico dedicado a socorrer los heridos y prisioneros de guerra. Con la Convención de Ginebra (1864), y sucesivos tratados, varios países se comprometían a respetar los principios que dieron vida a la Cruz Roja.

Después de la Primera Guerra Mundial, como consecuencia de la aparición de nuevas armas, se incorporaron reglas acerca de la guerra aérea y la prohibición de armas químicas y biológicas (protocolo de Ginebra, 1925).

La Segunda Guerra Mundial estrenó otros crímenes de guerra: los bombardeos indiscriminados contra la población civil y el uso de armas nucleares. Una vez más las reglas de la guerra tuvieron que evolucionar: nacieron así el Convenio de Ginebra (1949), el Tratado de no proliferación de las armas nucleares y la Corte Penal Internacional para juzgar crímenes de guerra, como el genocidio.

También hoy nuevas armas (drones kamikazes, escudos humanos y asesinatos selectivos) reclaman nuevas reglas.

Se me ocurre que también la “guerra por el poder” tiene sus reglas (Constitución y leyes) que los gobernantes suelen pisotear en beneficio propio. Entonces la democracia se vuelve “irregular”. Sucedió con la ocurrencia del “derecho humano” para saltarse la prohibición constitucional de la reelección y pasa hoy por iniciativa de los mismos grupos de poder con el secuestro de una parte de la población (los sectores sociales) y con el abuso de armas letales como  fiscales y jueces, para blindar lo que queda de su débil poder.

Surgen nuevos desafíos y urgen nuevas reglas: ¿Qué hacer cuando se utiliza la pobreza como escudo y el sistema de justicia para extorsionar, perseguir y hasta matar? ¿Habrá reglas para tanta locura?



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