¿Y ahora qué? La pregunta es más que nunca pertinente a propósito del categórico y muy doloroso fallo del Tribunal de Justicia Internacional de La Haya que pulverizo en poco más de una hora la argumentación jurídica que Bolivia construyó durante los últimos cinco años para obligar a Chile a sentarse en una mesa de negociación.
Uno a uno, los ocho planteamientos presentados por Bolivia fueron rebatidos jurídicamente por el Tribunal Internacional ante la mirada incrédula del presidente Morales y el equipo de abogados encabezado por el exmandatario Eduardo Rodríguez Veltzé.
En Bolivia la desazón se apoderó rápidamente de quienes habían mostrado un excesivo y poco fundamentado optimismo y también de aquellos que recomendaron mesura en los días previos al fallo.
Durante meses el gobierno se encargó de crear un clima anticipado de victoria diplomática e incluso alentó la expectativa de que el país estaba más cerca que nunca de recuperar un acceso soberano al océano Pacífico.
El fallo cayó como un balde de agua para las pretensiones oficiales de transformar un desenlace exitoso en el principal logro político de la gestión de 12 años de Morales y, por lo tanto, en el eje de la próxima campaña electoral.
El triunfo de Bolivia en La Haya era para Evo Morales el pasaporte que supuestamente le hubiera permitido trasponer la frontera del rechazo a la forzada e inconstitucional aprobación de la reelección, y transitar ya con mejores auspicios hacia un triunfo en 2019 que las encuestas mostraban como esquivo a las aspiraciones del mandatario.
En un mismo escenario, La Haya, los dos aspirantes con mayores posibilidades de obtener una victoria en las elecciones de octubre del año próximo, Evo Morales y Carlos Mesa, compartían por igual las ventajas de una inmejorable plataforma de despegue para sus respectivas campañas, pero también la posibilidad de un desgaste en caso de un resultado adverso.
No hay encuestas a mano, aunque seguramente las habrá en los próximos días, pero es relativamente lógico suponer que el impacto de la catástrofe de La Haya recaerá en mayor medida sobre las espaldas de Evo Morales, aunque afectará también la imagen de Carlos Mesa. Ambos fueron los candidatos que arrojaron las olas del mar sobre las playas de la expectativa pública en el país, y ahora ambos tendrán que ver la manera de sobrevivir políticamente sin el histórico envión marino. La reivindicación histórica de Bolivia no será elemento central del debate durante la próxima campaña.
Tanto Morales como Mesa tienen a favor que no existe un tercero en disputa que pueda capitalizar el fracaso del 1 de octubre. El resto de los posibles candidatos no llega a los dos dígitos en la preferencia de los electores y es improbable un milagro que los catapulte a un espacio de mayor competencia.
Mesa podría aprovechar que las acciones post Haya del gobierno han sido lamentables. El desconocimiento del fallo y las acusaciones de parcialización contra el Tribunal proferidas por el propio Presidente Morales lo dejaron evidentemente como un pésimo perdedor y al país en serio riesgo de ya no ser tomado en serio en los foros internacionales más importantes.
Le bastaría al vocero de la causa marítima marcar diferencia con esa posición oficial, para reubicarse en el tablero y convertirse en quien mejor pueda ofrecer una perspectiva de futuro en el país, esta vez vinculada no ya al mar, sino a la imperiosa necesidad de transformar la justicia y recuperar la institucionalidad democrática.
La situación del presidente Morales es mucho más compleja. Ya no cuenta en la galera con más trucos para hechizar a su audiencia. El arsenal del “proceso de cambio” está agotado y ya solo quedan los rastros de corrupción, abuso y soberbia que el poder dejó tras doce años de ocupar la casa.
Es de esperar que el propio Morales y el partido de gobierno asimilen adecuadamente las nuevas circunstancias. La reacción irresponsable y caprichosa ante el fallo de un tribunal como el de La Haya, alimenta la sospecha de que estamos ante un proyecto político, el del MAS, y un líder, Evo Morales, que no siempre transitan por el camino previsible de la institucionalidad, sino que suelen buscar atajos cuando el camino no les conviene. Por el bien del país y su democracia, esperemos que no sea así.
El fallo de La Haya no es sólo un parteaguas que marca el fin de una era y el principio de otra en la sustancia que alimentó la política exterior boliviana del último siglo. Es también, a no dudarlo, un hecho que marca la trayectoria del cambio político que se avecina en Bolivia.
Hernán Terrazas es periodista.