Como hace dos años, las aguas del río Taquiña salieron de
madre afectando cientos de viviendas en la zona de Trojes, aquellas que pese a
las advertencias volvieron a ser reconstruidas en los márgenes de la
torrentera.
La diferencia respecto del inmediato pasado es que el gobierno central ha tomado el asunto en sus manos. Ha prestado atención a los damnificados, se encuentra enfrentando el problema con bastante gente y equipo y, lo principal, ha creado la Autoridad Metropolitana de Cuencas en reemplazo del Programa de Manejo Integral de Cuencas (Promic) que sin explicación racional alguna fue suspendido por los gobernadores del MAS.
El desastre de Trojes, populosa zona del municipio de Tiquipaya, muestra muchas facetas de nuestra vida regional e interpela a diferentes actores de la región.
Sin duda, en primer lugar, la tragedia se debe a la desidia de las autoridades de la gobernación del departamento y del municipio tiquipayeño. Una vez más se observa que los gobernadores del MAS estaban más preocupados, primero, en satisfacer los caprichos e intereses del caudillo y su corte (como el tren metropolitano o el estadio de fútbol en el centro de la ciudad) que en desarrollar iniciativas de servicio a la sociedad; segundo, han dado prioridad a obras de pantalla, que sirven para atraer voto, dejando en lugares secundarios obras de infraestructura indispensable para el crecimiento urbano, como en el caso del río Taquiña, pues podrían espantar adherentes si se aplicara las normas básicas de seguridad ciudadana.
En el caso de las autoridades comunales la irresponsabilidad supera cualquier límite. En los desastres causados por el desborde del río Taquiña se hace notoria su implícita conexión con los loteadores profesionales, pues es gracias a sus vínculos con el poder que consiguen autorizaciones en forma irregular con las que estafan a la gente al vender terrenos en zonas no aptas.
En Trojes se está viviendo un proceso de crecimiento descontrolado, en el que la planificación urbana está al servicio de quienes tienen poder. En ese proceso, que implica pavimentación de calles, construcción en zonas inseguras, deforestación sistemática, se convierte a sus calles, cuando llueve, en ríos turbulentos cuyas aguas y lama bajan de las alturas con fuerza destructiva.
A esa situación se suma la actitud irracional de las personas que pese a conocer las irregularidades cometidas en la compra de terrenos y construcción de viviendas, se empeñan en desafiar a la naturaleza y, para peor, reinciden después de la desgracia.
Ejemplo de esa actitud han sido los bloqueos de las dos vías principales que unen Trojes con Cochabamba que realizaron en varias oportunidades en los dos años pasados exigiendo que la Alcaldía repare las zonas donde moran, pese a las advertencias de los peligros existentes. En todo caso, algo parece que han aprendido. Ahora exigen a las autoridades que se les dote de terreno y vivienda en otro lugar, con la entrega de documentos de propiedad saneados.
Además, la falta de una cultura urbana y, sobre todo, de una cultura de preservar el bien común, hace que los canales de desagüe sean utilizados como basureros y las calles en general sean vistas como tales; que se cemente todo espacio de tierra, evitando que las aguas se infiltren en la tierra; que la construcción de viviendas, condominios, apertura de calles no responda a criterios modernos de desarrollo urbano, sino a intereses contantes y sonantes.
Así, la reacción ante los desbordes del río Taquiña pueden ser analizada como un microcosmos de la anomia que afecta a la sociedad boliviana y de la que no nos podemos librar por un discurso asistencialista y la falta de una pedagogía de servicio público.
En esa línea valgan dos lamentos adicionales. El primero, la oportuna y efectiva presencia de la Presidenta del Estado para solucionar las consecuencias del desborde la río Taquiña se han visto opacadas por su condición de candidata. Por ese hecho, su actitud ha sido interpretada por sus adversarios como un acto proselitista más.
El segundo, que esta desgracia muestra en su real dimensión la gran limitación que han tenido y tienen los dirigentes del MAS, obviamente, jefaturizados por el ex presidente fugado para realizar una buena gestión pública, y también su inagotable capacidad de mentir y creer que el caudillo está por encima de todo.
Pese a todo, me ilusiono con que las cosas pueden cambiar. Pero, estoy convencido de que no se lo hará mientras no se creen capacidades para proyectarnos al futuro y establecer pactos de largo alcance, lo que sólo se podrá conseguir mediante la recreación de una institucionalidad democrática que garantice el cumplimiento de derechos y obligaciones…
Juan Cristóbal Soruco es periodista.