Era un cóndor. No solo por su origen
aymara colgado de las alturas siderales de Los Andes, sino por el vértigo que
le imprimía a sus acciones. Felipe Quispe Huanca actuó, en su origen, como militante
del Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA). Sus mentores iniciales fueron
Luciano Tapia y Constantino Lima, los pioneros de esta corriente en lucir sus
ponchos por los pasillos parlamentarios. Pronto dejó de seguirlos para encarar
en serio la idea de agregarle violencia a sus banderas, que se volvieron wiphalas.
A diferencia de los fundadores del indianismo, Quispe sumó la dialéctica de la guerra a la ya elaborada reivindicación etno-nacionalista, ansiosa de reinstaurar el Tahuantinsuyo. El libro “Katarismo indianista, una mirada crítica”, de Pedro Portugal y Carlos Macusaya (2016), nos deja atisbar los entretelones de ese proceso.
En el camino queda el recuerdo del MITKA como sigla electoral. Después de su fundación en Ciudad de las Piedras, los esperaba un núcleo de entre 15.000 a 17.000 votantes, que en 1980, aunque dividido, se duplicó hasta llegar al 2% de los electores. Quispe, ya con partido propio, el MIP, batiría récords superando el año 2002 los 150 mil votos (el 6% del electorado).
Lo primero que salta a la vista en los orígenes es la participación del chileno Alejandro Rodríguez, un militante del Ejército de Liberación Nacional (ELN), fundado en Ñancahuazú en 1966, cuyo papel parece haber sido relevante. Rodríguez ayudó a financiar el segundo Congreso del MITKA, realizado en Tolata en diciembre de 1979. Allí, la corriente de Luciano Tapia consigue expulsar a Constantino Lima, quien se ve obligado a fundar el MITKA 1. ¿Ayudó entonces el ELN a fracturar al indianismo para favorecer a Quispe?
A partir de ese año, el MITKA se aproxima a posiciones guevaristas. Dentro de un grupo de 50 personas, Felipe Quispe y Jaime Apaza son enviados a Cuba para recibir entrenamiento militar. Permanecen ocho meses en la isla y regresan a Bolivia distanciados. Apaza sostiene que Quispe, en los hechos, se incorporó al ELN, mientras él seguía señalándose como indianista.
Si tomamos como premisa que el indianismo es el primer gesto solvente de autonomía ideológica de la primera élite intelectual de origen e identidad indígena, no cabe duda de que aquellos ocho meses en el Caribe fueron un ligero retroceso. Y es que entre los indianistas siempre hubo desafiante y simultánea distancia con respecto a la izquierda y la derecha. Enfrentaron a la izquierda en las aulas de la UMSA y desalojaron a la derecha y a los militares del sindicalismo agrario.
En octubre de 1988, Quispe se reúne con Santiago Salaz, el consejero político de la embajada de Cuba en La Paz. Allí el líder aymara le informa que tiene 30 mil dólares para comprarle armas e iniciar la lucha armada en Bolivia. El diplomático le pide regresar en tres meses, al cabo de los cuales le plantea que no se las puede vender. Le entrega, a modo de consuelo, las coordenadas para comunicarse con el MRTA del Perú. Es evidente que a esas alturas, Cuba ya había desistido de ser una fábrica de guerrilleros.
Antes o después, Quispe se contactó con Jorge Ruiz Paz, otro integrante del ELN, a quien también le pidió apoyo. El “Negro Omar”, como se lo conocía, le dijo que ellos “como explotados” debían hacerlo solos. El ELN tampoco aspiraba a volver a las montañas. Quispe estaba solo. Cuando fundó el Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK), siguió dependiendo de otros para conseguir armamento, y esa fue una de las razones por las que el grupo terminó desarticulado por la policía. Según Portugal y Macusaya, el EGTK fue fundado en la provincia Omasuyos, en 1989. El 19 de agosto de 1992 el Mallku fue detenido. Estuvo cinco años en San Pedro, hasta donde llegaron las bases campesinas a pedir su libertad. Cuando fue liberado, encabezó una nueva CSUTCB para derribar las bases del Estado neoliberal. El beneficiario del derrumbe fue Evo Morales. No hubo gratitud de su parte.
El Mallku voló bajo durante 14 años hasta que le tocó hacer lo que el MAS ya no podía, organizar la resistencia contra el gobierno de Añez e imponer la fecha de las elecciones. El beneficiario, esta vez, fue Arce. Ahora, cuando Quispe se enfilaba a reponer su caudal electoral en el departamento más aymara del país, fallece. La andadura del EGTK selló el fin de la autonomía intelectual del mundo indio para abismarlo en una fricción vertiginosa con el marxismo. El sorpresivo retorno de Quispe a la arena política el año pasado auspiciaba un regreso al cauce original. Habrá que ver quién toma el relevo.
Rafael Archondo es periodista.