Los “debates” presidenciales del pasado fin de semana nos muestran el estado lamentable en que nos ha dejado la política en 14 años de páramo democrático. La política boliviana ha involucionado un siglo.
Los debates electorales son la esencia democrática y la culminación de una campaña; la premier y el cierre de una candidatura representadas por el candidato, líder e inspirador de un proyecto nacional, y del espíritu de fraternidad que debe unirnos como república. Participar en ellos es la responsabilidad y obligación de transparencia frente al elector, a quien se le pide el voto. Una cita infaltable. (Ver una entrevista sobre debates aquí).
Sin embargo, el mal llamado debate del sábado 3 de octubre fue un insulto a la inteligencia ¿Cuál debate? Ese fue un “tongo” de preguntas y respuestas arregladas para el candidato del MAS, Luis Arce, al que lamentablemente se prestaron los otros postulantes. Mal organizado por la FAM y la CUB, en el canal masista, en el hotel masista y con preguntas pactadas.
¿Cuándo se ha visto un debate en el que las preguntas sean diferentes para cada uno y “a medida”? Arce hizo una presentación obviamente preparada, con ángulo de cámara perfecto, para ser posteriormente difundido en TeleSur. Mientras, al candidato cooperativista minero Feliciano Mamani le espetan una pregunta técnica sobre la función del Banco Central que ni siquiera Tuto Quiroga, que lo sabe todo, hubiera podido contestar.
El del
domingo 4, por otro lado, aunque mejor organizado, quiso ser un debate y casi no
lo fue por la ausencia de quienes marchan primero y tercero en las encuestas y
la visible renuencia de los otros a debatir, a pesar del esfuerzo de los
moderadores y al formato de preguntas unidireccionales, esta vez acertadamente
uniformes. Las presentaciones de los candidatos fueron opacas, con pocos
destellos de genialidad, originalidad y sin ningún sentido del humor.
Lo memorable del tongo del sábado fue la frase del cooperativista Feliciano
Mamani que atingido de decir algo original en su cierre final, rimó su apellido
diciendo: “Seré Mamani, pero no mamón”. ¿Una alusión al engaño histórico de
Evo? Una declaración de discriminación inversa, pero que arrancó la única
carcajada de la noche. Y se ganó nuestra simpatía.
Un importante canal de televisión cruceño, con evidente falta de solidaridad con su gremio, le regaló a Arce Catacora el pretexto para no asistir al debate principal organizado, entre otros, por la Asociación Nacional de Periodistas de Bolivia. En esa entrevista televisiva, Arce usó el espacio para, con arrogancia, insultar la inteligencia de su audiencia negando todo mérito al modelo de desarrollo de Santa Cruz, que es el paradigma de desarrollo liberal de Bolivia, empezando porque allí no llegó la reforma agraria que destruyó la agricultura productiva en occidente.
Las campañas son lo más bello de la política, por lo demás tan dura y difícil. Son la oportunidad que el político tiene para seducir al electorado, enamorar a la gente, darle esperanza, confianza, ilusión y futuro. Es la política de la esperanza que se contrasta con la política del odio. Los liberales celebramos la libertad, y a ella se adhieren naturalmente sentimientos ancestralmente positivos de persuasión y unidad. En contraste, Marx fundó su pensamiento en sentimientos de rencor, revancha e irreconciliación, donde la intolerancia y la confrontación son inherentes.
La actual campaña electoral, más que ninguna que yo hubiera participado u observado, es la más infectada de odio, revanchismo e intolerancia. Es el legado masista, la ponzoña con que Evo ha tratado a los bolivianos, el veneno que ha corrido por sus palabras y sus actos. La división que ha sembrado en nuestra familia nacional, la adversidad y desconfianza que ha fomentado entre oriente y occidente. Su desprecio olímpico por la responsabilidad y obligación ante el elector que se expresaba, entre otros, en no dignarse (o animarse) nunca a debatir.
En la campaña presidencial de 2002 me correspondió debatir con Evo Morales y el Mallku Felipe Quispe, en el segundo día del debate final de la campaña. Evo y el Mallku huyeron del debate y les aplicamos la silla vacía. Por dos horas pude presentar mi programa de gobierno e interpelar a Evo ausente ante la paciencia de Tuffí Are y otros cinco periodistas y una audiencia nacional de un par de millones de televidentes. Para Evo la confrontación civilizada de ideas nunca fue lo suyo.
Y ¿quién es el mejor candidato? No es necesariamente ni solamente el que cree que sabe más. Aunque equivocadamente el formato de las entrevistas y debates actuales se asemejen más a un examen memorión de escuela primaria, que a develar en los candidatos una representación genuina de los intereses y aspiraciones del votante. Son los candidatos “con tracción”, con “base social”, con trayectoria política consecuente, ideas claras y valores morales, además de conocimiento, los que resultan siendo los mejores. La autenticidad, inteligencia y honestidad en un político pueden primar sobre el conocimiento específico, si éste está desprovisto de lo anterior.
Esa decisión existencial del voto, muchas veces se afirma al concluir el debate. Allí acude el “pretendiente” a conquistar a su audiencia con su verdad, su testimonio y su oferta. Allí llega él/ella a probarse frente a sus adversarios para robarles el corazón y preferencia de la deseada audiencia nacional. Su lenguaje corporal, su verbo, su coherencia y finalmente su carisma son los atributos que el debatiente esgrime en la contienda. Pero hay algunos que pretenden ganar en las calles con el insulto, la diatriba, la calumnia y finalmente el odio por el adversario. Ellos esgrimen el miedo como argumento y hacen énfasis en lo que nos divide y nos confronta. No persuaden ni seducen. Y cuando se los invita a debatir, dejan la silla vacía.
Fue en el
debate presidencial de 1989, en el Banco Central, que el candidato Max Fernández,
hábil hombre de negocios pero bisoño aún en la política, recibió una pregunta
cargada de mala intención, como la que le hicieran a Feliciano Mamani el sábado
pasado. Max escuchó la pregunta con suma concentración, guardó silencio unos
instantes, miró al cielo, respiró hondo y …no respondió. El público irrumpió en
carcajadas. Alguien opinó: “Con esto, Max ha perdido el debate” y uno de mis asesores
de campaña lo reflexionó: “La mayoría de los votantes no hubieran podido
responder esa pregunta…y se les hubieran reído. ¡Max acaba de ganarse el cariño
solidario de la mayoría de la gente!”. Así fue. La lección fue que en un debate
ganan también la empatía, la sencillez y la humildad que el soberbio saber.
¡Qué tiempos aquellos cuando a los debates íbamos todos sin sillas vacías!
*Ronald MacLean-Abaroa fue alcalde de La Paz y ministro de Estado