El sillazo que recibió el expresidente fugado en Lauka Ñ y
las sillas que han volado al final de las asambleas del MAS a lo largo del país
cuando la vieja cúpula masista ha querido hacer valer el dedazo en la
designación de candidatos para las elecciones subnacionales, confirman que este
artefacto normalmente utilizado para sentarse es también, en determinadas
condiciones, un arma de lucha político-ideológica que anuncia, además, cambios
en las organizaciones políticas.
En nuestra corta historia democrática, otro sillazo famoso es el que lanzó Jaime Paz Zamora el año 1985, en una reunión de la cúpula dirigencial del viejo y hoy inexistente Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR). Casualmente, la agresión de dio cuando escuchó un insulto de uno de los asistentes cuando trataba de manipular la suma de votos sobre alguna decisión que no concordaba con los usos y costumbres de ese partido. Entonces, voló la silla que no sólo suspendió el encuentro de dirigentes, sino que selló la más importante división de ese partido.
A partir de ese evento, aparecieron dos “mires”: uno, que mantuvo el nombre original gracias a una hábil maniobra de su segundo de a bordo (posteriormente agregarían a la sigla original “Nueva Mayoría”). El otro, que pasó a llamarse MIR “Bolivia Libre”, y, finalmente, Movimiento Bolivia Libre.
Antes, aunque sin sillazo de por medio, ese partido sufrió, primero, la escisión de dos grupos de sus fundadores liderados por René Zavaleta Mercado (al que acompañó Adalberto Kuajara, lo que posibilitó que Oscar Eid asuma el liderato que hasta ahora tiene) y Pablo Ramos. Luego, ya en democracia, la del MIR Masas (que luego se convirtió en Movimiento Sin Miedo) liderado por Walter Delgadillo y Juan del Granado.
¿Qué pasará con el MAS? Probablemente el sillazo no dividirá al movimiento, pero sí lo debilita y muestra que el expresidente fugado y su corte ya no tienen el ascendiente que ostentaban hasta noviembre de 2019. Es que mucha agua ha pasado debajo del puente, y está en la memoria de la militancia de ese partido cómo fugaron del país y cómo intentaron utilizarlos como carne de cañón instruyéndoles resistir cercando las ciudades.
Además, la situación de crisis de este partido se agudiza si es cierto que, como ha declarado el exministro Carlos Romero, en la pugna interna no hay ni un ápice de debate ideológico-político, sino que se debe al interés de copar áreas de poder. Así se conforma el escenario ideal para llevar a la organización a su letal decadencia.
Además, la actitud del expresidente fugado y sus áulicos muestra que estos no han entendido el mensaje de la ciudadanía que con tanta claridad se expresó en octubre pasado, cuando el MAS, sin Evo Morales ni sus adeptos más conocidos, recuperó buena parte de la adhesión ciudadana perdida en el referendo constitucional de 2016 y en los comicios de 2019, mostrando que aún cree en el proyecto político formulado por este partido, pero con dirigencia renovada y sin culto a la personalidad.
Por eso, hay que reiterar que cuando las cúpulas se encierran en sí mismas y tratan de eludir o manipular las decisiones adoptadas orgánicamente por las bases, se abre el espacio para que las sillas expresen el rechazo a esa forma de actuar.
Si se suma a esa reacción el impacto que el sillazo ha provocado en amplios sectores de la sociedad se constata, una vez más, que el expresidente fugado también ha perdido una de las características que tuvo en su carrera y que le permitió alcanzar sus objetivos: su fino olfato político, probablemente hoy gangrenado por el adulo y la ambición ilimitada de poder.
Volvamos al MIR. La división de ese partido, sillazo incluido, provocó dentro y fuera del país un sentimiento amplio de frustración, que hizo que se realicen algunas gestiones de reunificación que fracasaron en su intento. Hoy, el sillazo del MAS ha abierto la esperanza en que en ese partido puedan imponerse, finalmente, las corrientes democráticas…
Juan Cristóbal Soruco es periodista.