No es fácil que el bloqueo se levante muy rápidamente porque Evo Morales no puede irse con las manos vacías y Luis Arce no puede mostrar debilidad frente a su principal adversario. Como se trata en realidad de una pulseta más por la candidatura de 2025 y no un conflicto por temas judiciales o de autoprórroga de tribunos, las salidas son mucho más complejas.
Morales ha ido demasiado lejos e invertido mucho en la medida de presión. Los bloqueos son caros, hay que movilizar gente y pagar viáticos. Mantener el “espíritu de lucha” no es gratis y eso lo sabe muy bien el exmandatario, sobre todo porque los orígenes de su carrera política no se explican, paradójicamente, sin piedras en el camino.
Para el líder cocalero la pelea por la candidatura es un asunto de vida o muerte, porque si sale de escena difícilmente volverá a representar algún papel, a no ser el que precisamente ha elegido desempeñar hoy, desde una retaguardia violenta y con objetivos más personales que colectivos.
Arce debió evaluar también y desde hace tiempo el costo de la división. Sabía que apostar a la reelección suponía romper con Morales y, eventualmente, arriesgar la continuidad del proyecto y del instrumento político porque no era fácil separar al MAS de la imagen de Evo Morales ni sostener un proyecto cuando las principales banderas estaban como recuerdo en el campo ajeno.
El presidente utilizó los tiempos de la prosperidad económica para construir una imagen propia. Su perfil, obviamente, no era el del luchador social ni encajaba con el factor simbólico de lo indígena que tanto rédito generó para su antecesor, pero podía funcionar en un período de mayores desafíos económicos, bajo el supuesto de que un técnico de izquierda era de todas maneras mejor que uno de derecha.
Pero los planes tropiezan siempre con imponderables. La crisis económica se agravó y quedó en evidencia que no había blindajes, ni cosa parecida, y la principal fortaleza de Arce quedó en entredicho, lo que sería aprovechado por sus enemigos dentro y fuera del partido.
Lo más probable ahora es que la situación económica empeore antes de mejorar, porque los ingresos siguen en caída y los gastos crecen, las reservas internacionales merman y las posibilidades de una recuperación ligada a la comercialización del litio todavía son muy remotas.
Arce no puede cambiar mucho el discurso partidario del que se apropió Morales durante 18 años, ni tiene nada nuevo entre manos, salvo una industrialización con más costos que resultados y algunos indicadores que solo sirven para apuntarse en el ranking de las economías menos golpeadas, pero de todos modos extremadamente débiles.
La del MAS se ha convertido en una pelea de candidatos con más ambiciones que banderas y ya sin el acompañamiento romántico de una generación que parece haber cambiado sus prioridades. El bloqueo es un síntoma de decadencia, el intento patético de volver a los tiempos en que “cerrar” un camino podía ser más de héroes que de villanos. La “revolución” ya es cosa del pasado.