Han degradado la política, tanto que ya no se la entienden como
decía Arendt, como la actividad más noble de participación activa en la vida
pública en la que todos estamos involucrados, gobernantes y gobernados; la han
secuestrado primero la clase política, y desde la crisis sanitaria, el actual
gobierno transitorio; el tema central de la cuestión es que nos dicen que en
este tiempo de crisis social que vivimos por la pandemia es negativo, y hasta
pecaminoso, criticar lo más mínimo de lo que las autoridades hacen, un
argumento parecido al padre estricto que nos dice que lo que realiza sobre
nosotros es por “nuestro bien”.
En nuestro caso en particular, venimos arrastrando una crisis política desde finales del año pasado; la turbulencia fue impulsada principalmente por el oficialismo masista en su momento, que derivó después en la ampliación de mandato de un gobierno transitorio. A esa se sumó una crisis sanitaria cuyo accionar y resultados hasta ahora hizo crecer aún más la sombra de la incertidumbre sobre nuestro país. Para rematar el mal de males, es más que seguro que en un tiempo corto la crisis económica se mostrará con toda su fuerza.
La crisis política y su secuestro solamente los vamos a resolver si primero aprendemos a aceptar que politizar lo social como ejercicio del activismo ciudadano es importante desde todas las aristas posibles. Por lo mismo, la clase política no debería reaccionar ante las críticas sino recibirlas y digerirlas. Segundo, y muy importante, una medida de shock que resuelva la crisis política es sin duda el proceso electoral; por eso a los partidos les corresponde hablar de propuestas y no atacarse mutuamente; al Tribunal Supremo Electoral, presentar propuestas de cómo hacer que el proceso electoral sea llevado adelante de la mejor manera; a las FFAA y la Policía, con el perdón de la ironía, les convendría dejar de hacer concurso de karaoke por las calles y ponerse a disposición de la población y del órgano electoral.
Sin embargo, en este juego de politización en el que se exacerban posiciones político partidarias, sociales e incluso raciales más fuertes que en octubre del año pasado, no se hace más que reducir la política al proselitismo de antaño en que los actores mantienen sus posiciones hablándoles a los suyos. Nadie entiende que el sacrificio de acercarse al adversario de turno podría representar una ganancia tan alta que no solamente repercutiría en votos sino en algo mucho más importante: todos ganamos y la política se revaloriza.
La política es algo tan importante que no la podemos dejar solamente en manos de los políticos, es inevitable esperar que las críticas que emergen en temas controvertidos sean desde las más fanáticas hasta las más claras y contundentes. Democracia no es solamente eficiencia de gobierno, sino también implica revisar cómo andamos contra los excesos de los gobernantes. Más aún en tiempos de pandemia en los que quienes detentan el poder tienen la tentación de convertir lo excepcional en normal.
Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.