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Contrapunto | 06/08/2020

La pandemia como acelerador de la modernización de Bolivia

Henry Oporto
Henry Oporto

Bolivia no será la misma después la peste. Como no lo será el mundo. ¿Qué futuro construiremos los bolivianos? La pandemia ha revuelto de tal manera las cosas, que mucho de lo que teníamos pensado para la transición democrática se ha vuelto dudoso o elusivo. Nos movemos en terreno desconocido, y son pocas las certezas.

La referencia más próxima de una crisis multifacética y de una gran envergadura, es la hiperinflación de la década de los 80, apenas iniciada la transición de la dictadura a la democracia. Aquello fue una hecatombe social, por su virulencia y sus efectos devastadores para millones de bolivianos. Pero cuando el país pudo emerger de ella, era una Bolivia distinta. La sociedad supo rehacerse en muchos aspectos. El remedio (el decreto 21060) fue durísimo, pero a fin de cuentas efectivo. Tan traumatizados quedamos con el fenómeno de una inflación galopante (la mayor de su historia económica), que aprendimos a valorar la importancia de una economía estable, con cuentas fiscales sanas y en equilibrio, aunque luego no siempre ha sido así.

El control de la inflación desencadenó otros cambios sustanciales en el desenvolvimiento productivo, económico, social y político. Y entonces aconteció lo que antes no fue posible: un compromiso de los actores políticos para crear un clima de estabilidad institucional y gobernabilidad. Sobre ese pacto se construyó un modelo político de acuerdos interpartidarios, compromisos legislativos y coaliciones de gobierno -la “democracia pactada”-; que contuvo los males crónicos de la ingobernabilidad y el golpismo civi-militar. Tales fueron también los fundamentos para las reformas que abrieron el Estado y el sistema político a una sociedad más abigarrada y movilizada con nuevos derechos y libertades. La lección cardinal es que la sociedad fue capaz de resistir una catástrofe económica y social, sobreponerse y renovarse en cuestiones sustanciales; algunas han sobrevivido, otras se perdieron con el tiempo.

La actual crisis desencadenada por la pandemia es también multifacética. Su gravedad requiere una respuesta integral y profunda. Desde ya, el gasto público tiene otras prioridades. Desnudadas las falencias del sistema de salud, su fortalecimiento y reforma son ahora imperativos; y demandan más recursos que solo el 10% del presupuesto nacional. Todo apunta a que esta reforma propulse la construcción de un sistema de protección social de amplio alcance, articulado al desarrollo del capital humano sustentado en el salto educativo, la universalización de la salud y la digitalización del trabajo. De hecho, la crisis sanitaria está visibilizando el potencial de innovación tecnológica que existe en Bolivia. Hay mucha energía social en la búsqueda de soluciones tecnológicas creativas.

La emergencia da oportunidad a experiencias de enseñanza y aprendizaje con el uso de aplicaciones y plataformas digitales, tanto en universidades como en colegios, incluso a pesar de sus resultados precarios iniciales. Es la necesidad convertida en virtud; esto es, cambios metodológicos tan necesarios como urgentes, para modernizar nuestra educación y estimular otros modos de formación y entrenamiento a partir de la digitalización y el autoaprendizaje,

La crisis subraya la capacidad del agro, particularmente cruceño, de producir alimentos y proveer seguridad alimentaria. Bolivia tiene muchas más posibilidades de autosuficiencia, y con un potencial agroexportador significativo. Todo ello indica el nuevo rumbo que puede tomar la economía boliviana. Pienso en la diversificación productiva y de la oferta exportadora, más inexcusable por la contracción del mercado de minerales e hidrocarburos. La crisis abre nuevas oportunidades a la agroindustria y también a la producción de bienes y servicios automatizados, el desarrollo de software, las plataformas y aplicaciones digitales en ámbitos y rubros muy diversos, configurando el desarrollo de la industria digital en Bolivia, y a partir de la cual la idea de ser parte de la economía del conocimiento adquiere mucho más sentido. Tanto más porque en la pos-pandemia, la ciencia y la tecnología serán incluso más determinantes.

El plan de estabilización de los años 80 configuró un cambio estructural del sistema económico y político. Así lo percibió Paz Estenssoro cuando dijo que el 20060 inauguraba una coyuntura de al menos 20 años. También podría suceder con el desemboque de la crisis actual. La emergencia sanitaria nos interpela en tanto individuos y en tanto comunidad nacional (pocas veces la supervivencia colectiva ha dependido tanto de lo que hagamos unos y otros). Para ello, sin embargo, es preciso pensar en términos de un nuevo contrato social, de modo que el programa anticrisis también se ensamble en una estrategia de modernización económica, social y política.

La situación causada por el virus puede parecerles a muchos un polvorín, y quizá lo sea. Pero no se debe subestimar el poder transformador del infortunio. En el pasado, la sociedad boliviana se sobrepuso a adversidades que, en su día, parecían insalvables. De esta nueva crisis saldremos. Lo importante es cómo lo haremos y en qué dirección. 

Henry Oporto es sociólogo, miembro de la fundación Milenio.



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