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Vuelta | 23/06/2020

La otra pandemia

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

La prisa por llevar al país a una nueva elección no representa sólo una amenaza para la salud sino también, y paradójicamente, para la propia democracia.

El voto no está hoy entre las prioridades de la gente, en este momento las urgencias individuales y colectivas son otras.

La obsesión de algunos por apurar los comicios creció a la par que el número de  nuevos contagios y es muy posible que para el día del voto la pandemia alcance uno de sus picos máximos o, en el mejor de los casos, se halle en lo que los especialistas llaman “meseta”, una manera geográfica de decir que la situación se mantiene mal.

Decir que hay que votar para elegir un gobierno legitimo que se encargue de encarar el desafio sanitario y economico con más autoridad, suena por lo menos curioso.

Nos caiga bien o no, el actual gobierno es constitucional y, además, nada garantiza que uno nuevo lo haga mejor, a no ser que llegue con la vacuna contra el COVID-19 bajo el brazo y varios miles de millones de dólares para reactivar una economía que pasó de la cuarentena a la terapia intensiva.

Más que un imaginario prorroguismo, el riesgo democrático está vinculado a una campaña que se desarrollará en condiciones de excepción y cuando la única acción puerta a puerta permitida es la que realizan las brigadas de médicos y voluntarios para rastrear el COVID en los vecindarios del país.

Es muy difícil que, bajo las condiciones actuales, un proceso electoral tenga como resultado una democracia fortalecida, una economía reactivada y la salud recuperada.

El voto es importante, pero no es milagroso.

Pero hay actores políticos que quieren pescar en río revuelto y que actúan como si estuvieran en la bolsa de valores. Piden elecciones cuando sus bonos están altos, independientemente de que la tendencia coincida con lo más grave de una crisis sanitaria.

Otros agarran al vuelo el anzuelo desafiante de sus adversarios, aunque los números no les sean favorables y no estén preparados ni dispuestos a buscar alianzas que los fortalezcan. Su actitud es más caprichosa que racional.

A buena parte de la gente no le urge el ritual del voto para ratificar su vocación democrática. Es decir, nada indica que hoy se esté viviendo en un escenario autoritario y de libertades restringidas, salvo las recomendables para prevenir una mayor propagación de la enfermedad.

¿Es necesario cambiar de gobierno inmediatamente para mejorar la economía y la salud? ¿Vendrá la solución de la mano de autoridades que se estrenarían en la gestión de una crisis sanitaria inédita? ¿Sería prudente tentar la suerte cuando lo que está en juego es tan importante?

En realidad es un problema de cálculo. Unidos por el mismo afán de apurar elecciones, los opositores que aparecen coyunturalmente con más fuerza en el tablero electoral, manejan las tendencias de acuerdo a sus expectativas.

Suponen, porque datos reales no tienen, que en septiembre habremos dejado atrás lo peor de la pandemia y que la población volcará repentinamente su interés hacia los comicios.

Unos tienen la película más clara que los otros, porque ejecutan una estrategia sustentada en la creación  de una serie de mitos, destinados a  proponer una realidad paralela en la que se puedan mover mejor.

Mitos y realidades

Para el MAS, todo comenzó el día de su salida.

El hecho real: una revolución ciudadana que resistió el fraude primero y exigió la renuncia después para recuperar la democracia.

El mito: un golpe de Estado sangriento que derrocó a un gobierno que incluso había aceptado convocar a una nueva elección.

La verdad: una Presidenta que es resultado de la transición constitucional y que representa de alguna manera a las fuerzas democráticas que consiguieron la salida del mandatario que quería eternizarse en el poder.

El mito: la golpista.

Lo real: un Presidente que huye porque cometió el delito, probado dentro y fuera del país, de fraude electoral.

El mito: un militante perseguido, que pasa la noche a la intemperie y que apela a la solidaridad internacional para salvar su vida.

La verdad: un partido en crisis, sin otro horizonte que el de rendir las cuentas acumuladas de casi catorce años de poder absoluto.

El mito: la construcción de una imagen de gobierno en el exilio y mejor si es en México, refugio histórico de verdaderas víctimas de dictaduras de otras épocas.

Lo evidente: un presidente enviciado con el poder y acorralado por sus propios errores.

El mito: un líder humilde, indígena, derrotado por la triada de siempre: ricos, blancos y gringos.

El mito de origen: es Tupac Katari que se va para volver.

Lo real: una crisis sanitaria que amenaza con colapsar un sistema de salud precario, heredado tras una larga gestión gubernamental sin resultados en ese campo.

El mito: el COVID-19 es un pretexto para el prorroguismo.

De la historia a la leyenda, el itinerario seguido por el MAS para asegurar y mantener el respaldo de sus bases, generar cierta confusión internacional, además de forjar su viabilidad política,  hasta ahora ha contado con la involuntaria complicidad de las  otras fuerzas, que en lugar de capitalizar el espíritu combativo de noviembre y transformarlo en un genuino proyecto de unidad para el cambio, ahora confrontan y se debilitan entre ellas, sin medir las consecuencias.

La de noviembre pasado fue una revolución con héroes, pero sin líderes, cuyos logros democráticos están hoy en riesgo.

En ese escenario, es obvio que una elección apurada, en lugar de contribuir a superar la crisis sanitaria y política, podría determinar mayores peligros en ambos frentes.

Entre la revolución democrática  y la re-vuelta autoritaria, Bolivia vive una disyuntiva dramática de su historia, agravada por las amenazas a la salud. Es la otra pandemia, una contra la que podría no haber una vacuna en mucho tiempo.  

Hernán Terrazas es periodista.



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