Una parte sustantiva del discurso de los
“liberales libertarios” afinca en la necesidad de desplegar una “batalla
cultural” en contra de las doctrinas “progresistas” de la actualidad. En una
entrevista reproducida por uno de los cientos de videos que YouTube tiene sobre
Javier Milei, éste sostiene que el peor error de los liberales durante el siglo
XX estriba en haber permitido a la izquierda hegemonizar un discurso y una
narrativa en la que se presentan como los salvadores del mundo.
Evidentemente, si algo ha marcado el discurso político en América Latina es la hegemonía de una narrativa en que los malos de la película siempre fueron “los privilegiados”, y en consecuencia, la manera de subsanar y redimir esta situación no solo era posible despojándolos de sus privilegios en un horizonte de igualdad imposible, sino, además, devaluando su presencia en la sociedad y mostrándolos como el escollo histórico que había que eliminar. En la terminología política a estos privilegiados se los inscribía en la categoría de “los reaccionarios” enemigos mortales de los “revolucionarios” que para fines ideológicos eran siempre “los buenos”.
En ese contexto las ideas marxistas tuvieron la capacidad de despertar pasiones; pero hoy no sería nada desproporcionado sostener que la izquierda marxista fue la versión ideológica más excluyente, discriminadora y segregacionista que los humanos habíamos experimentado después del apartheid sudafricano, del nacional socialismo hitleriano y el fascismo de Mussolini.
A pesar de todo esto, la imaginativa social terminó creyendo que la izquierda era el único lugar en que tenían cabida las personas buenas, inteligentes, solidarias, las únicas con un claro sentido de justicia social y poseedores de todas las virtudes humanas.
Explotando esa imagen, la izquierda construyó una cultura que no requería de verificación alguna, todo lo que en contra de la izquierda podría decirse simplemente no era cierto, era parte de un supuesto plan macabro y por eso Cuba no vivía en la miseria por el fracaso del sistema socialista sino por el bloqueo norteamericano. De la misma manera, Rusia no optó por volver al capitalismo en 1990 debido al fracaso de la Revolución Rusa sino por el poder del imperio.
Tuvo que transcurrir casi medio siglo para que los izquierdistas más lúcidos reconocieran la falsedad y turbulencia de esos tiempos. Claudia Hilb, una militante (hoy prestigiosa socióloga) del Ejército Revolucionario del Pueblo en Argentina se preguntaba el 2013: “¿Qué habría sido de nosotros, de nuestras vidas y de nuestros valores, en el caso de que no hubiéramos sido derrotados, en el caso de que las organizaciones de las que formábamos parte o a las que apoyábamos hubieran triunfado? La respuesta es devastadora: “nos sentimos responsables de haber querido un bien (la revolución) que, de la manera en que lo concebíamos, hoy creemos que solo podía conducir al mal”.
A pesar de que la conciencia de que las maravillas socialistas no fueron más que un espejismo, y que los resultados históricos que arrojó caben de lleno en la categoría del mal, la izquierda ha sido capaz de eclipsar cualquier otra interpretación de la realidad de nuestros pueblos. La estrategia consiste en congelar la historia en el pasado de manera que los argumentos siguen siendo los mismos, los métodos de análisis también y las conclusiones obviamente han variado muy poco. Los actuales “progresistas” ni se enteraron que en la primera década de este siglo los ingresos de los pobres en América Latina se duplicaron, las poblaciones consideradas “vulnerables” incrementaron sus ingresos en 81% y los que se localizaban en las décadas pasadas como clases medias incrementaron sus ingresos en 64% (BM, Francisco Ferreira, 2013).
En esta línea de acciones, La sistemática apelación al “pueblo” es una estrategia que permite mantener imágenes difusas. El “pueblo” es una categoría en que puede consignarse todo lo que a uno le conviene. En la construcción semántica de los “progresistas” obviamente no se menciona que el pueblo que inspiraba sus consignas hace 25 años, hoy suma más de 150 millones de clase media de los cuales 58% tiene una casa propia de 2,5 baños y 3,5 dormitorios. Que el 67% usa el sistema bancario y el 47%, contrae deudas. Que el 39% paga principalmente créditos de vivienda, el 28%, de consumo y el 22%, de créditos comerciales. (Ferreira).
En otras palabras, los desvalidos del siglo pasado ya no existen y en consecuencia todos sus referentes son ahora piezas del pasado, de ahí que aferrarse a las lamentaciones nonagésimas como fundamentos de las narrativas “de izquierda”, hoy los hace actores altamente conservadores. Se añade a ello (en el caso boliviano) el bagaje mítico proveniente del más remoto pasado prehispánico, lo que los trasforma, además, en una izquierda retrógrada.
Sin embargo, hay otra izquierda, la democrática, esa que en un acto de verdadera autocrítica comprendió que el sueño socialista era la ruta más expedita al vértigo del mal.