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29/11/2021
Vuelta

La marcha del “reventón”

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

Para cuando se lean estas líneas seguramente la marcha del “reventón” habrá llegado a La Paz y el partido oficial movilizado en una de sus ya acostumbradas demostraciones de fuerza para ratificar que están unidos –aunque no lo parezca–, que respaldan al presidente Lucho –eso genera algunas dudas–, que siguen a Evo Morales –más dudas– pero sobre todo que están dispuestos a lograr que la gente vea que el poder no solo está en Palacio, sino que también se expresa agresivamente en las calles.

Las fotografías del inicio de la marcha del “reventón” son ilustrativas. Cualquier neófito en la lectura de imágenes podrá darse cuenta de que, quien ejerce el mando, es Evo Morales y que el presidente Arce es, a lo sumo, el rostro administrativo de un esquema en el que le ha sido delegada la función presidencial, pero bajo una estricta vigilancia de los controles partidarios.

El gran problema de Arce es que no puede ser menos que el expresidente, sobre todo en la dureza del discurso, porque cualquier vacilación o señal de reconciliación, podría ser malinterpretada por aquellos que dentro del MAS apuestan más bien por mantener un escenario tenso y convulso.

Conciliar la necesidad de gobernar con la de mantener la división o polarización es el desafío hasta cierto punto esquizofrénico del presidente, mucho más cuando algunas decisiones de su gobierno han cambiado temporalmente la correlación de fuerzas políticas y creado distancias con algunos movimientos sociales importantes de base fundamentalmente urbana.

Arce no es un presidente para gobernar en permanente campaña, como lo fue Evo Morales y éste no es un exmandatario que se resigne a desaparecer del mapa, principalmente porque necesita confirmar una y otra vez que lo suyo en noviembre de 2019 no fue una derrota política, sino el resultado de una confabulación, de un golpe.

Los intereses de uno no son los mismos que del otro. Sobre Arce recae la responsabilidad de administrar el país y generar certezas, un objetivo casi imposible de alcanzar cuando el partido que lo respalda está encabezado por un líder que apuesta por la convulsión y la incertidumbre. 

Morales no puede sobrevivir con un discurso de paz. Ese no es un ámbito en el que se haya desenvuelto nunca y su principal temor es que el silencio o el repliegue marquen el rumbo de su definitivo final político.

Aunque en Bolivia la política da muchas vueltas y no se puede pronosticar fácilmente el ocaso o el apogeo de ningún líder, las encuestas y otros estudios tienden a confirmar que el tiempo de Evo Morales podría haber quedado atrás ya que hoy más del 80% de la población reprueba sus acciones. 

¿Cuánto puede recuperar Morales en los próximos 4 años con una narrativa de violencia y venganza? Seguramente muy poco o a lo sumo preservar ese respaldo mínimo, coyunturalmente útil en las calles o los caminos, pero no en las urnas.

Por ahora, el MAS es víctima de su propio líder. Como ocurrió antes con el MNR, el MIR u otros partidos de los llamados tradicionales, la obsesión de poder de sus jefes terminó por acelerar la desaparición de sus propias organizaciones. Eran tiempos en los que no había reelección, pero sí caudillismo, que es otro de los virus que empobrece la democracia.

En el partido oficial la batalla por el poder parece más importante que el ejercicio de gobierno y, probablemente, esa tendencia se acentúe a medida que pasen los años y se acerquen los comicios presidenciales. 

Sin el MAS –por ahora en manos de Morales–, será difícil que Arce vaya a la reelección. El vicepresidente David Choquehuanca, que no ocultó nunca sus aspiraciones presidenciales, se maneja con especial prudencia, entre la reconciliación que amplía su base de respaldo y la dureza ocasional para no alejarse del todo de los radicales. 

Hay otros actores en la banca esperando su turno, como el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, quien ejerce una suerte de suplencia de Morales por el origen sindical y político que vincula a ambos con las federaciones cocaleras del Chapare.

En ese contexto, la marcha del “reventón” tiene varias lecturas. Hasta ahora los actos masivos más importantes del MAS se habían realizado en el trópico de Cochabamba, pero este era un escenario muy alejado de las definiciones políticas y a estas alturas, luego de varias derrotas y retrocesos en el plano político, a todos en el partido les interesa mostrar fortaleza allí donde las debilidades se han hecho manifiestas.

De paso –y esta no es una intención menor– Evo Morales reingresa a La Paz en aires de multitud, cosa que no consiguió desde que volvió al país luego de vivir casi un año entre México y Argentina. Necesita sentirse protegido por sus bases en una ciudad que le es hostil.

La Sede de Gobierno fue decisiva para lograr la renuncia del exmandatario y desde entonces ha mantenido una posición contraria al MAS, que se reflejó en los resultados de las pasadas elecciones municipales y en la masiva marcha organizada recientemente como parte de las movilizaciones contra las “leyes” llamadas malditas y los abusos policiales.

En el camino, Morales intentará hacer política, sobre todo entre los sectores indígenas y campesinos del altiplano que aparentemente están más cerca de David Choquehuanca que del jefe masista. Con el mundo urbano paceño en contra y el andino dividido por tensiones internas, el MAS sabe que si La Paz deja de ser uno de sus bastiones electorales, sus posibilidades de reproducir el poder serán más complejas.

Para restañar las heridas recientes, promover una percepción forzada de unidad, fortalecer el músculo electoral e intimidar a los opositores –políticos y sociales– la marcha del “reventón” expresa, además, la decisión de gobierno y partido de gestionar las decisiones administrativas y legislativas desde la movilización permanente y de, en última instancia, recuperar las calles –así sea con acarreo de militantes– que le han sido esquivas últimamente. Y claro, también el tema personal pendiente de Morales: ajustar cuentas no solo con los políticos y líderes que influyeron en su derrota, sino con la ciudad que lo echó del poder. 

Hernán Terrazas es periodista y analista



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