El lunes, Jeanine Añez Chávez será la expresidenta
y el árbol caído que particular, pero no únicamente, los operadores del MAS tratarán
de convertir en leña. Esto porque, por una valiente decisión personal, evitó el
vacío de poder que intentó provocar el expresidente fugado. Desde su natal
Beni, Añez tuvo la entereza de viajar a La Paz y jurar como Presidenta
Constitucional del Estado en una ciudad convulsionada, víctima, una vez más,
del desgobierno y la violencia.
No fue un juramento cualquiera, lo hizo aceptando dos misiones: pacificar el país y garantizar un proceso electoral transparente. Tareas que, hasta el mes de enero, cumplió a cabalidad generando la esperanza en que el país podía retomar la tarea de recuperar la democracia.
No podía hacerlo sola y para sorpresa de la gente logró entablar una buena relación con la presidenta del Senado, Eva Copa, una de las muchas dirigentes del MAS opacadas por la cúpula autoritaria que dirigía ese partido. Factor clave de ese encuentro fue el papel que cumplieron los obispos de la Iglesia Católica y representantes de la Unión Europea, con el acompañamiento de la ONU (valga este tema para rendir, una vez más, un homenaje a monseñor Eugenio Scarpellini, prelado con gran capacidad de diálogo que nos fue arrebatado por el coronavirus que se contagió por su incansable labor pastoral).
Ayudó también a alcanzar ese objetivo la errática actuación del expresidente fugado que mientras el país exigía paz, él convocaba a la confrontación, asistido, ademas, por una red internacional, estrechamente ligada a Venezuela, que armaba una eficiente campaña en su respaldo…
En ese contexto, la figura de la presidenta Añez resaltaba y obviamente generaba mucha simpatía ciudadana. Sin embargo, la Presidenta y su entorno comprendieron mal esa adhesión y mostrando miopía política y desmesurada ambición de poder, en enero lanzó su candidatura presidencial pese a que muchas voces se pronunciaron en contra, voces que fueron filtradas por una corte de áulicos más interesados en prorrogarse en el poder así sea al costo de la imagen de Añez y de los intereses del país.
Esa decisión, además, no sólo provocó una mayor fragmentación de las fuerzas opositoras al MAS, sino que, al convertirse en candidata, perdió la confianza de sus interlocutores políticos que la veían como garante del proceso de paz y transparencia, así como su capacidad para mantener un fluido diálogo con la Asamblea Legislativa cuya presidenta, como no podía ser de otra manera, asumió una dura posición de opositora.
De esa manera, la presidenta Añez dejó de ser la líder que conduciría al país hacia nuevos derroteros y se convirtió en una candidata más. Si a eso se suma la mala gestión del Estado, los actos de corrupción y el uso del Estado para fines electorales, se explica fácilmente la situación actual, en la que Jeanine Añez, pudiendo salir del Palacio Quemado como un referente fundamental de la política democrática del país, hoy deja el mando sola, criticada por propios y extraños.
En estas últimas horas de su gobierno, empero, ha recuperado una actitud democrática, y ante la demanda de sectores radicales que le pidieron entregar el poder a las FFAA, anunció que cumplirá lo que manda la Constitución y entregará el mando de la Nación a los candidatos electos en las elecciones del 18 de octubre.
Con ese antecedente, rememoro su actuación en noviembre del año pasado: su venida del Beni, la crucial reunión con el mando militar poniendo las cosas en su lugar, las reuniones de pacificación con Eva Copa, el discurso amable e inclusivo que resaltaba mucho más al ser comparado con las arengas violentas del ex presidente fugado…
Así prefiero recordarla, porque, además, amortigua la profunda pena que me da que el país, por una visión de corto plazo e intereses mezquinos, haya perdido una vez más una extraordinaria oportunidad de avanzar hacia un mejor futuro.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.