La cuarentena más la vida social restringida y el debate a
través de las redes sociales me están saturando y, les aviso, estoy viendo la
realidad color hormiga. Desde el jueves, siento que en el ambiente, además del
coronavirus, está circulando el coronaevus que es tan o más dañino que el
primero, porque embrutece o provoca pánico en quienes invade.
En esos momentos trato de aferrarme a algún análisis que tenga cierta lógica y, entonces, sigo creyendo que es poco menos que imposible que en las próximas elecciones el MAS esté cerca de retornar al poder, por más servicios que le presten sus adversarios al tratar de unir, en los diferentes espacios en los que actúan, la tarea de combatirlo y de aprovecharse sectariamente del miedo que generan sobre ese partido.
En ese clima, me parece que el gobierno muestra una incapacidad de gestión política que a estas alturas es preocupante respecto al papel que el MAS está cumpliendo en el país. De hecho, sus operadores parecen olvidar la máxima que guerra avisada no mata moros. Hay una percepción generalizada de que sólo amenazan a quienes infringen las normas, generando además sentimientos de antipatía en la sociedad y de impunidad en los presuntos violadores de la ley.
Ejemplos de esa actitud son la reacción del gobierno ante la violenta expulsión de efectivos de la Policía del Trópico cochabambino y la ausencia de policía en las movilizaciones de El Alto el jueves pasado que posibilitó que militantes radicales del MAS realicen una nueva demostración de fuerza inadmisible en un estado democrático y de derecho, y que está en situación de emergencia sanitaria.
Adicionalmente, el doble papel de la Presidenta, jefa de gobierno y candidata, le ha quitado fuerza de conducción y aparece cada vez más como instrumento de su entorno, que es el único sector del país que se beneficia de esa situación. Además, este entorno muestra, con algunas pocas excepciones, preocupante inhabilidad en las lides de la administración estatal y la negociación política, junto a un no menos preocupante interés por el protagonismo.
Si a esos datos se añade la actitud del MAS, se puede entender el estado de desasosiego en el que me encuentro. Si bien creo que lo que hace le va quitando adeptos, me estremece la falta de sentimientos de solidaridad humana de sus dirigentes, que muestran estar dispuestos a mandar al matadero a sus seguidores con tal de retornar a gozar de las mieles de la administración estatal. Desde Buenos Aires, desde sus sedes de asilo, desde sus células clandestinas, aplican rigurosamente un plan de retorno criminal al poder apoyados, además, por la complicidad del gobierno argentino (que se venezolaniza cada vez más, como demuestra la puesta en libertad o arresto domiciliario de los más corruptos funcionarios de la gestión de Cristina Kirchner), que seguramente presume que si Evo recupera el poder tendrá un títere en Bolivia para beneficio de sus propios intereses.
En cuanto a los partidos y agrupaciones, también es patética la actuación de muchos que tratan de aprovecharse de la situación de emergencia sanitaria para obtener algunos votos más. Más grosera es esa actitud cuando, sabiendo que sus chances de obtener buenos resultados en las siguientes elecciones son pocas, presionan para postergarlas sine die bajo el argumento de que la salud es lo importante. Y ni qué decir de viejos actores políticos que ni siquiera han podido presentarse como candidatos a nada, que también están detrás de esa posición, seguramente creyendo que postergándolas sin fecha hasta se podría exigir luego recomenzar el proceso electoral y así abrir una grieta para que puedan recuperar alguna tajadita en la administración estatal.
Haciendo esas reflexiones recordé a Augusto Céspedes (el Chueco) cuando escribió que un exmandatario del país “puso al servicio de la rosca toda su incapacidad”. Y no me fue difícil parafrasearlo y escribir que muchos operadores políticos, muchos “influencers” y el gobierno están poniendo toda su incapacidad al servicio del MAS.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.