Hay varias cosas que van quedando claras durante las últimas semanas. En primer lugar, las pugnas en el MAS ya llegaron a la ruptura definitiva. No hay marcha atrás. Ni siquiera los pedidos lastimeros del exvicepresidente Álvaro García Linera por recomponer el instrumento político en torno a la figura de un líder indígena –Evo o cualquier otro, dijo– conmovieron a la otra parte. El presidente Arce sigue su camino sin mirar atrás y hace todo por articular un proyecto con movimientos sociales desconcertados y parcialmente ajenos al canto de sirenas de discursos y consignas que representan muy poco para ellos, sobre todo en tiempos en los que la crisis económica es la principal preocupación.
El MAS marcha hacia su fragmentación seguramente en más de un partido. Lo han dicho otros y es cierto, que al partido de gobierno podría esperarle lo que le pasó al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en los años otoñales de su poderío revolucionario, allá por los inicios de los años sesenta del siglo pasado, cuando las ambiciones de unos y otros pesaron más que el proyecto nacionalista. Obviamente, incluso dividida y bajo el feroz acoso de las fuerzas de la “reacción”, la estructura de ese partido sobrevivió durante muchos años más y tuvo la capacidad de renovarse para encontrar un sitio, con diversa intención, en la primavera democrática de los años 80.
El MAS no es historia, como se suele decir de los proyectos que se extinguen. Todo lo contrario. Su tiempo todavía es largo y continuará siendo protagonista central de la política boliviana, con menos poder, posiblemente, que el que acumuló en su primera década al frente del gobierno (2006-2016) y a la cabeza de Evo Morales, pero de todas maneras con el peso necesario como para convertirse, incluso en su debilidad, en parte o contraparte importante, del esquema de gobierno que nazca en 2025.
Quienes piensan que la división interna del Movimiento al Socialismo representa el fin de ese partido, se equivocan. Son los que cometieron, una y otra vez, la misma equivocación. Pensaron que el MAS iba a sucumbir a su inexperiencia en el manejo del Estado, a sus ímpetus de transformación que iban a determinar que el país confronte con las potencias hegemónicas y a su delirio de formar parte de una nueva revolución latinoamericana, junto a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Al respecto, baste con decir, que Evo Morales se manejó con bastante más habilidad que varios de sus antecesores, que Bolivia no pagó un precio muy alto por mirar “feo” al imperio y que la organización de un bloque regional de “izquierda” en la región logró con votos, lo que Fidel y el Che no pudieron con balas.
Del otro lado, existen ya algunas señales. Las ambiciones no pueden mantenerse mucho tiempo en secreto, porque es tiempo valioso que se pierde para la gestación de una alternativa y la proyección de sus representantes. El rector de la Universidad Gabriel René Moreno, Vicente Cuellar. ya no esconde su intención de ser el candidato “nuevo” que respaldaría algo más del 40% de los votantes e incluso ya se dice que su compañero de fórmula podría ser el ex alcalde de Tarija y senador por ese departamento, Rodrigo Paz. Cuellar dejó claro que no quiere saber nada de la vieja generación de políticos, a quiénes, palabras más o menos, recomendó emprender el camino de la jubilación.
Pero el pasado se resiste a desaparecer. No faltan los líderes que creen que todavía tienen cuerda y que optan por una suerte de rejuvenecimiento forzado de sus imágenes en las redes. Pero son solo retoques “digitales”, que no inciden sobre la percepción que la gente tiene en torno al papel que ya jugaron.
Ser del pasado no necesariamente es un estigma, porque puede haber –es más, los hay– líderes que dieron lo que estuvo dentro de sus posibilidades y que aportaron hasta donde pudieron en circunstancias diferentes a las de hoy. Ellos son una suerte de reserva democrática, la experiencia a la que se puede apelar en temas de fondo que demanden consenso y conocimiento, pero claramente –las investigaciones y sondeos así lo muestran– no están llamados a encabezar nada y si persisten en hacerlo posiblemente arriesguen el poco o mucho capital político que acumularon con los años.
Se viene una época en la que no todo será blanco y negro, y acaso allí radique la razón por la que quienes fueron figuras relevantes en tiempos de la polarización –en los dos frentes–no reúnan ya las condiciones de liderazgo para jugar algún tipo de papel en un campo político que desconocen. Son personajes que construyeron su reputación política en la disputa, en la adjetivación, en la amenaza y el miedo. Son los líderes de la “guerra tibia”, que no supieron interpretar las señales de cambio locales y globales que se produjeron aceleradamente en la última década.
La gente, a través de su desaliento, rabia o esperanza ha retomado la iniciativa y se apresta a cambiar los rumbos de la política. El futuro no pasa por las sofisticadas bolas de cristal de los especialistas, sino por la galera más o menos mágica de las sociedades que ofrece alternativas inesperadas.