El presidente Luis Arce se “apropió” del MAS a través de un dirigente de la CSUTB y, por primera vez en casi 25 años, dejó fuera de la dirección política a Evo Morales y el sindicalismo cocalero.
La historia marcará el 5 de mayo como el día en que el principal partido político de las últimas dos décadas en Bolivia quedó oficialmente dividido en dos facciones que, salvo un milagro de última hora, parecen irreconciliables.
La ruptura señala, también, el fin de un proyecto y un salto al vacío ideológico, porque no se puede decir que la proclamada “refundación” tenga que ver con un cambio de visión o una actualización de la orientación doctrinaria, sino que se trata simplemente de una cuestión que involucra la sustitución de un caudillo por otro en el afán ordinario de aferrarse a la posibilidad de reproducir el poder y que, en ese sentido, puede considerarse como un síntoma más de la decadencia de un modelo de manejo del Estado que duró poco menos de dos décadas.
El golpe interno en el MAS, avalado por una justicia sospechosa y la dócil supervisión del Órgano Electoral, entraña riesgos, por cuanto insinúa la posibilidad de que a futuro se utilice el mismo procedimiento, pero para otros fines, como la eventual inhabilitación de adversarios políticos, al estilo de Venezuela y Nicaragua u otros actos reñidos con el “juego limpio” electoral.
La “victoria” de Arce le da el control del partido, pero no necesariamente el de las bases y tampoco el de los votos del masismo que, de acuerdo a varias encuestas, todavía se inclinan mayoritariamente por Evo Morales.
El presidente complicó, además, el manejo de la correlación de fuerzas internas en la Asamblea, un factor que podría hacer mucho más difícil la aprobación de los créditos que permanecen en suspenso y que restan “oxígeno” a una economía cada vez más asfixiada por la falta de ingresos.
A partir del domingo, Arce se convirtió casi formalmente en candidato y, en esa condición, las necesidades de la gestión de Gobierno, en una circunstancia crítica para la economía, podrían contaminarse con las urgencias de la campaña y agravar todavía más los problemas.
El jefe de Estado multiplicó sus adversarios en poco tiempo. En menos de un mes aprobó un incremento salarial de 5,8%, que determinó la ruptura de la frágil relación que construyó con el sector privado, el cruceño en particular, cuya dirigencia señaló que todas las reuniones previas sostenidas con las autoridades fueron solamente “para la foto”. Ahora, el mandatario deberá enfrentar, también, las consecuencias de echar a Evo Morales de la jefatura partidaria y de haber despertado muchas dudas en la oposición sobre la transparencia y legalidad de los próximos comicios.
Arce eligió el camino del poder “a cualquier precio”, incluso el de agravar la sensación de incertidumbre, desconfianza y pesimismo que pesan en el ánimo de los bolivianos. El tiempo dirá si tomar un atajo peligroso lo llevará al destino esperado o si este es en realidad el primero de varios pasos en dirección a un abismo político.
Hernán Terrazas es periodista.