En reacción a mi nota “¿Un nuevo 21060?”, recibí un mensaje de texto. Era de mi dilecto amigo Alberto Bonandona –uno de los pocos economistas que tienen la paciencia de escuchar mis ideas y argumentos sobre la economía y hasta darme, ocasionalmente, la razón–. Su mensaje se refería a mi comentario de cierre en sentido que estamos peor que en 1985. En síntesis, me decía que no todos estaban peor: “todavía no hay hiperinflación; la informalidad y el empredorismo son un gran amortiguador porque adormece la situación real de la gente dada la ocupación que genera; la banca tiene una solidez que no tenía en 1985; el PIB sigue creciendo; y la gente no corre a cambiar dólares apenas recibe su salario.”
Lo que Alberto observa significaría que la economía real –la del día a día, en la que se produce, se compra y se vende para generan ingresos– está disociada de la macroeconomía porque la crisis en lo fiscal y en lo monetario que ahora ocupa titulares no estaría incidiendo en un 90% de la población que vive en (y de) esa economía real. Por cierto, la academia y la política parecerían coincidir en que existe la disociación, ya que prácticamente todas las propuestas hasta ahora conocidas para atacar la crisis giran alrededor de los mismos temas del 21060: liberar el tipo de cambio; quitar el subsidio a los combustibles, lograr disciplina monetaria y fiscal; acceder a recursos frescos no condicionados; y buscar financiamiento externo.
Como nadie menciona (y menos le asigna un rol activo) a la economía real en el proceso de superar la crisis, ¿será que la economía real se ajusta automáticamente a la estabilidad macroeconómica y que, por tanto, la economía estará bien siempre que se elimine el déficit fiscal para aplacar empujes inflacionarios? Claro que no. De hecho, uno de los mayores errores de la política alineada con el neoliberalismo es precisamente suponer que controlar el déficit y la inflación es suficiente para el crecimiento sostenido de la economía.
Partamos por establecer que en la historia económica mundial posterior al Acuerdo de Bretton Woods, no hay evidencia documentada alguna (hay muchas especulaciones teóricas) que demuestre que el déficit fiscal causa procesos inflacionarios. Específicamente, Bolivia en 2024 cumple 10 años con sucesivos déficits fiscales superiores al 7% del PIB (llegó a 12% en 2020) y recién ahora se inicia un proceso de alza de precios (que bien puede ser explicado por varias causas diferentes al déficit fiscal, como la falta de dólares). No significa que esté de acuerdo con el actual manejo de la economía, pero el punto es que déficit no es sinónimo de inflación.
Dicho eso, si se insiste en ajustes fiscales para reducir el déficit, las medidas del recetario tradicional incluyen reducir el gasto público y aumentar las recaudaciones tributarias. Como efecto directo de estos ajustes fiscales, en general la economía se contrae y sube el desempleo, lo que en el modelo neoliberal simplemente significa que se ha ajustado la “NAIRU”, que se traduce como “la tasa de desempleo que no acelera la inflación con pleno empleo”. Suena a una cantinfleada, pero ha servido para anular la consigna de pleno empleo, vigente a lo largo del capitalismo industrial posterior a la segunda guerra mundial y que logró avances reales en construir “Estados de bienestar”; esa visión busca imponer la idea de “primero frenar la inflación” (que supuestamente se inicia si todos trabajan y quieren consumir). Pero el resultado de ello es el masivo subempleo de la informalidad, con crecientes niveles de desigualdad y concentración de la riqueza en pocas manos.
Quienes observamos la realidad, nos preguntamos ¿por qué mantener la inflación baja es más importante y ‘más racional’ que buscar pleno empleo digno para la ciudadanía? ¿Por qué el pleno empleo y el salario digno no son objetivos de política pública en las estrategias de desarrollo? ¿Por qué los impuestos sólo buscan maximizar recaudaciones, castigando la creación de valor y empleo en lugar de inducir la creación de valor? ¿Por qué insistir en un crecimiento de la economía que amenaza con acentuar los problemas de inequidad y de deterioro del medio ambiente a largo plazo? En resumen, ¿tiene sentido hablar de macroeconomía saludable, sin déficit ni inflación, elogiar la fortaleza del sistema financiero o celebrar el crecimiento del PIB y de las RIN, si estos indicadores no se reflejan en el bienestar de los hogares y en crear las condiciones que permitan satisfacer las necesidades reales de la sociedad?
Por ello, a diferencia de opciones que privilegian endeudarse, atraer inversiones y flexibilizar el mercado laboral para proteger al capital, las políticas transformadoras deberían asignar prioridad a promover, privilegiar y premiar la generación de valor y el empleo digno que aprovecha la capacidad de trabajo creativo de las y los bolivianos. A punto de iniciar el tercer centenario, crear condiciones para esta transformación productiva estructural, es la misión ineludible del próximo gobierno.
Sin embargo, para la construcción de este proceso es evidente que ningún acuerdo esencialmente político en cualquier tema o conflicto de la agenda social podrá ser viable si no da respuestas viables, coherentes y concretas al desafío de pobreza y desigualdad que solo el desarrollo productivo puede enfrentar; cualquier acuerdo estrictamente político que no tome en cuenta la importancia y la gran complejidad de la problemática productiva nos mantendrá adormecidos en el cuentapropismo que convive con los conflictos que conducen a un Estado fallido.
Más allá de cualquier postura ideológica respecto a las teorías económicas y de desarrollo, la sociedad debe demandar a los políticos resultados de bienestar para la sociedad. El mensaje es claro. Es necesario adoptar un nuevo paradigma de desarrollo con crecimiento porque las teorías vigentes no han podido conducir al desarrollo, no pueden siquiera explicarlo y tienen limitaciones muy evidentes para orientar la construcción de la “economía para la gente”, que la gente ya merece.
Con esta línea de pensamiento, en las siguientes notas de opinión desarrollaré un punteo de ideas “fuera de la caja”, centradas en qué y cómo recuperar la agonizante economía real. Con este fin, partiremos por identificar qué factores determinan el crecimiento de la economía (spoiler, no es el capital) y a partir de esa precisión, propondremos criterios para establecer la necesidad (o no) del tipo de ajustes en la macroeconomía que hoy concentran toda la discusión. Después de todo, la economía real existe y la causa directa del desempleo (que frena el crecimiento sostenido) es la falta de demanda de las masas de población “adormecidas en su pobreza de cuentapropistas”.
Enrique Velazco Reckling, PhD, es investigador en desarrollo productivo.