Un reciente informe de la Unidad de Inteligencia del grupo británico “The Economist”, del cual hace parte la revista semanal de igual nombre, causó júbilo en círculos oficiales cuando dicha división de investigación y análisis dijo hace poco que Bolivia era el país mejor preparado en América Latina para enfrentar las negativas consecuencias derivadas de la invasión de Rusia a Ucrania.
Pues bien, si The Economist alegró a más de uno en el país con su pronóstico, a más de uno también debería llamar la atención el último número de dicha revista especializada en cuya portada se ven espigas de trigo que, en vez del grano, muestran decenas de calaveras con un titular escalofriante: “La catástrofe alimentaria que se avecina”. Parafraseando a la Real Academia Española, ello implicaría un suceso de grave destrucción o daño humano debido a la falta de alimento.
Según The Economist, la invasión rusa a Ucrania ha impactado negativamente sobre la oferta de trigo, maíz y cebada en el mundo, ya que Rusia y Ucrania son grandes productores de estos cereales; lo mismo pasa con los fertilizantes y la energía, como la urea y el petróleo, que, sumado al impacto que tuvieron la pandemia del COVID-19 y el cambio climático sobre el sistema agroalimentario, configuran hoy una “tormenta perfecta”, haciendo disparar los precios de los alimentos y de los insumos mencionados que tienen directa relación con la producción agropecuaria a escala global, ocasionando en algunos casos que los precios trepen a niveles inauditos, como el trigo, por más del 50%.
Si a ello se añade que más de 20 países han restringido sus exportaciones de alimentos privilegiando su abastecimiento interno, la situación se complica más aún cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advierte que la amenaza de escasez mundial de alimentos podría prolongarse por varios años. Actualmente, la inseguridad alimentaria en el mundo afecta a 1.600 millones de personas, 250 millones de ellas casi en situación de hambruna.
El informe advierte que si el conflicto bélico se prolonga, “cientos de millones de personas más podrían caer en la pobreza. El malestar político se extenderá, los niños sufrirán retrasos en el crecimiento y la gente morirá de hambre”.
Ya antes de la invasión rusa el Programa Mundial de Alimentos, la mayor organización humanitaria que brinda asistencia alimentaria como brazo ejecutor de la ONU, había dicho que el 2022 sería un año terrible, cumpliéndose este presagio por el impacto del clima en la producción de granos en China, India y EEUU, mientras que África está devastada por la peor sequía en cuarenta años.
La crisis empeorará si Ucrania mantiene sus silos repletos, al no poder vender sus cereales por el cerco ruso, y no tendrá dónde guardar su próxima cosecha, mientras Rusia hace el gran negocio de exportar a precios exorbitantes.
La subida de la cotización del petróleo y de los fertilizantes indispensables para el agro, impedirá su crecimiento en muchos países y sufrirán los más pobres, pues “si el comercio se detiene, se producirá la hambruna”, dice The Economist, pues la restricción a la libre exportación reducirá el abastecimiento internacional.
¿Qué hacer frente a este escenario apocalíptico? Entre otras cosas, para la revista especializada en economía, “el financiamiento de importaciones en condiciones favorables, tal vez proporcionado a través del FMI, permitiría que los dólares de los donantes rindieran más. El alivio de la deuda también puede ayudar a liberar recursos vitales”, al mismo tiempo que recomienda sustituir con materias primas no comestibles, la producción de biocombustibles.
Con 25 millones de toneladas de maíz y trigo, que no pueden salir de Ucrania, una rápida solución tendría que ver con romper el bloqueo del Mar Negro, algo poco probable ya que Rusia está tratando de estrangular la economía ucraniana, aunque con ello, muchos morirán de hambre (“The coming food catastrophe”, https://www.economist.com/leaders/2022/05/19/the-coming-food-catastrophe).
Gary Antonio Rodríguez Álvarez esEconomista y Magíster en Comercio Internacional