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Vuelta | 14/03/2020

La campaña en cuarentena

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

Con la aparición de tres casos de coronavirus en Bolivia la campaña política pasó a un segundo plano o, de plano, a una inesperada cuarentena. El foco de interés de la gente se trasladó hacia el impreciso ámbito de las explicaciones sobre formas de contagio y atención de una enfermedad que ha provocado más miedo que víctimas fatales. De un extremo a otro del planeta, el COVID 19 –nombre científico– ha vulnerado los esquemas de prevención de países con diferentes niveles de desarrollo.

El pánico se ha desatado y se expresa de diversas formas. Hoy los habitantes de la culta Europa, lo mismo que los del resto del mundo han dejado en evidencia sus grandezas y miserias, pues mientras la comunidad científica busca obsesivamente una opción de cura, no son pocas las capitales donde el ciudadano común disputa sin motivo migajas en los supermercados y centros de abasto o impide, como vergonzosamente ocurre en Bolivia, el paso de los enfermos hacia los centros de salud.

Aunque todavía no hay un consenso sobre cuál fue el origen de la enfermedad, se atribuyen a China los primeros casos y la posterior propagación del virus a través de innumerables pasajeros que han llevado la enfermedad al resto de las regiones de un planeta extremadamente vulnerable a males desconocidos.

Lo escudos epidemiológicos más sofisticados han sucumbido y una nueva enfermedad se ha diseminado para igualar a los ciudadanos de un mundo hasta ahora asimétrico incluso en el impacto de los padecimientos. Un paciente positivo de coronavirus hoy es igual en China, que en Italia, Francia, Estados Unidos o Bolivia. La cuarentena vale para unos y otros y, en algunos casos, también la discriminación que resulta del miedo.

Durante semanas Bolivia creyó estar a salvo de la propagación del COVID 19, pero era un hecho que más temprano que tarde iban a presentarse los primeros “positivos” y que el país, como lo han hecho ya otros, tendría que tomar medidas drásticas que afectan la rutina de los hábitos, conductas y actividades: temerosos apretones de manos, prejuicios, discriminación, escuelas cerradas y estadios vacíos.

En tiempo de elecciones, el coronavirus dejó los argumentos políticos en una suerte de limbo de la banalidad y a los candidatos en apuros, porque ¿qué puede haber más importante que la vida?

A poco del día del voto, la gente espera menos de los aspirantes que del gobierno. Y esto, que podría entenderse como una ventaja para la presidente/candidata, es también un tremendo riesgo, porque cualquier paso en falso o decisión errónea que agrave una situación de por sí precaria en términos de la capacidad para encarar una crisis sanitaria, podría repercutir directamente en su intención de voto.

El resto de los candidatos, a excepción de Carlos Mesa, ha optado por una mirada cautelosa, conscientes de que la politización de un tema tan sensible puede tener un efecto de rebote muy fuerte, como efectivamente ocurrió en el caso del exmandatario que gobernó el país entre 2003 y 2005, que ha sido objeto de críticas por arremeter contra el gobierno minutos después de haberse difundido la información sobre los primeros casos de la enfermedad en Bolivia.

A más de un virus que golpea la salud de los seres humanos, el COVID 19 es también portador de otro contagio global que debilita las economías del mundo. La desconfianza y la incertidumbre han hecho presa de los principales mercados y el termómetro de una crisis global ha comenzado a marcar muy alto.

La caída de los precios del petróleo, del gas y de otras materias primas, cuyas cotizaciones llegaron a picos muy elevados al influjo de la demanda china, hoy representa una amenaza muy seria para la estabilidad de una economía boliviana, de por si afectada por la incertidumbre acumulada de procesos electorales inconclusos y la herencia compleja de años de manejo económico no del todo responsable.

Como se ve, el coronavirus es mucho más que una enfermedad sin remedio y se ha convertido ya en un factor que detona una diversidad de consecuencias y secuelas. No se mide necesariamente por el número de víctimas o contagios, sino por la magnitud del impacto global que ha provocado en otros ámbitos que, según se ve, también ingresarán a terapia intensiva o a una inesperada cuarentena.

Hernán Terrazas E. es periodista.



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