Venimos de una elección inconclusa y vamos hacia unos
comicios de resultado incierto, en medio de una más o menos generalizada apatía
ciudadana.
El receso obligado ha dejado fuera de forma a la gente en esto de la gimnasia electoral y costará bastante recuperar la musculatura política, a medida que se avecina el desenlace del proceso que comenzó hace más de un año.
La cuarentena cambió el orden de nuestras prioridades y es posible que la política haya quedado en un lugar bastante rezagado, sobre todo porque a los políticos les cuesta mucho dar la talla y estar a la altura en los momentos críticos.
La política boliviana es una fábrica de decepciones. Más tardamos en construir esperanzas que en enterrarlas. Acompañamos el carro victorioso de los héroes y muy poco tiempo después, no sin razón, asistimos a la ceremonia de su escarnio.
Somos una sociedad altamente politizada y despiadada con los políticos, pero por una misteriosa razón esta especie, que parece estar siempre al borde de la extinción, sobrevive a las glaciaciones populares y vuelve a la carga.
Y así estamos, una vez más, maltrechos y atemorizados, camino a la campaña de la pandemia.
El problema es que todo cambió en Bolivia, menos los candidatos y eso puede influir en las tendencias del voto.
¿Será que tenemos los postulantes que el país necesita luego del sacudón que produjo el COVID-19 en Bolivia y el mundo? O, dicho de otro modo, ¿será que las nuevas prioridades en cierta forma nos obligan a ver con otros ojos el menú de nombres que aparecen en carrera?
Vamos a oscuras, pero tal vez eso nos aclare las cosas. Las encuestas precuarentena eran muy confusas. De una semana a otra, los resultados presentaban variaciones que, si fueran reales, estaríamos ante un electorado esquizofrénico. Y eso no necesariamente es cierto.
La relación entre el perfil de los candidatos y la realidad puede ayudar a despejar algunas dudas, pero es insuficiente.
Arce, candidato del pasado
Luis Arce, por ejemplo. Es el economista de los tiempos de bonanza, cuando los precios del gas y otras materias primas estaban por los cielos. Nunca tuvo que enfrentar una crisis y mucho menos una de la magnitud que toca a la puerta.
El candidato del Movimiento al Socialismo ignora la relación entre crisis económica y malestar social. Es más, durante 14 año contó con la obsecuencia de sectores sociales domesticados por la disciplina sindical y una sociedad adormecida por condiciones inéditas de prosperidad.
Arce navega con la consigna de que todo tiempo pasado fue mejor y es seguro que uno de los ejes de su campaña será decir que, en sus tiempos, la economía andaba bien y que su partido será el único capaz de mantener la estabilidad social en medio de la tempestad.
El MAS ha intentado neutralizar los temas que marcaban desequilibrios en su contra. En corrupción, por ejemplo, donde todavía lleva las de perder por una larga gestión plagada de escándalos e impunidad, ha lanzado duros golpes contra sus adversarios. Lo hizo con Mesa en la campaña anterior, lo mismo que con Añez en los últimos meses, bajo el supuesto de que en el empate está la salida.
Arce sabe que la corrupción mina más la credibilidad de los otros que la suya. El electorado de clase media es mucho más sensible a ese tipo de temas, mientras que los votantes masistas –un voto duro que oscila entre el 25 y el 30%– no parecerían muy preocupados por un asunto que afecta por igual a todos.
El ex ministro de Economía ya es un político del pasado, con todo lo que ello implica y más después del COVID-19. En eso, no se diferencia del resto y ya no puede jugar a que representa el cambio.
De hecho, en su afán por diferenciarse y enarbolar las banderas de un indigenismo de laboratorio, el MAS fue siempre un partido que, paradójicamente, miró el futuro en un retrovisor cuyo alcance se remontaba incluso a lo prehispánico.
Carlos Mesa, con identidad difícil de lograr
A Carlos Mesa le cuesta definir una identidad frente a los otros candidatos. Y esa ambigüedad inspira desconfianza en el electorado a cuyo voto apela desde el año pasado. Por eso, en las elecciones de octubre creció a costa de la caída de los otros y no por méritos propios.
Quiere marcar distancia con el MAS, pero no tanta como para que se piense que se parece a Tuto Quiroga, ni tan poca como para quedar a medio camino y no distinguirse de Jeanine Añez. Eso lo hace inseguro y vacilante.
Si el debate que viene es económico, Mesa es el menos familiarizado con el tema y, por ahora, no cuenta en su equipo con un referente visible cuya presencia compense esa debilidad. Da la impresión que sabe de todo un poco, pero no tiene una cualidad que lo haga distinto, aparte de la elocuencia que posiblemente no tenga mucha relevancia en momentos como el que vivimos.
El candidato de CC quiso apropiarse antes del tema salud, pero la pandemia puso un tema del futuro en el presente y ahí quedó todo. Sus críticas a la gestión del gobierno en la crisis sanitaria no fueron del todo afortunadas y, algunas, reflejaron cierta mezquindad.
Una vez más, para lo que viene, Mesa depende de lo que les ocurra a los demás y no de lo que haga él. En esas condiciones su situación no da para hacer pronósticos certeros.
Fernando Camacho, el héroe caído
Luis Fernando Camacho es el héroe caído y enterrado. Poco más se puede decir de él. Fue el relámpago de octubre-noviembre y creyó que con ese impulso iba a llegar más lejos. No fue así. Cometió muchos errores. Quiso correr cuando había que pensar y hoy es una luz lejana que se extingue.
Tuto Quiroga, líder sin votos
Tuto Quiroga es el candidato con voz, pero paradójicamente hasta ahora sin voto. Fue protagonista de la lucha contra el gobierno de Evo Morales durante los 14 años de esa gestión y también estuvo en la primera línea de la transición y la defensa de la constitucionalidad del gobierno de la presidenta Añez.
Sin duda es uno de los aspirantes con mejores credenciales en materia económica y un líder con innegable capacidad de gestión internacional, fortalezas ambas que deberían pesar más en la actual coyuntura, pero que todavía no influyen de manera determinante en la orientación del voto.
A Quiroga ninguno de los otros candidatos puede señalarlo por representar el pasado, porque todos, incluso Jeanine Añez, forman parte de la misma historia y pertenecen, más o menos, a la misma generación.
En una elección donde nadie puede decir que tenga ideas de avanzada, porque las nuevas ideas recién están todavía en la etapa de reflexión y maduración, el expresidente puede cosechar también en campo ajeno.
Tuto corre con la ventaja de representar un espacio político preciso, el de la centroderecha, y eso es ganancia porque ofrece certeza.
¿Por qué su intención de voto es tan baja, aunque su voz siempre sea escuchada incluso por sus adversarios? Eso es algo que sus asesores y él mismo tendrán que descifrar rápidamente si quieren tener un lugar en el futuro.
Jeanine Añez, la necesidad de dar un golpe de timón
Jeanine Añez llegó a la presidencia del Estado accidentalmente para viabilizar una transición democrática e intentó transformar un respaldo coyuntural en plataforma de despegue de su candidatura. No contó con que el gobierno desgasta mucho y que los errores tienen un costo que varía según la magnitud de los mismos.
A su favor cuenta con haber dado la cara en dos momentos críticos y cruciales de la historia reciente: asumir la presidencia del Estado en una ceremonia valiente de autoproclamación en medio de la violencia y enfrentar, con un sistema de salud en ruinas, la peor crisis sanitaria de la historia de Bolivia y el mundo. No es poca cosa, sobre todo si se considera que la mandataria no había tenido ninguna visibilidad en el pasado.
En el camino, los errores y presuntos delitos. La soberbia y el abuso de
algunos, la inexperiencia de otros, el desorden y cierta debilidad en el
liderazgo, agravada o provocada más bien por lealtades que por lo general son
perjudiciales.
Después de las críticas que provocó el lanzamiento de su candidatura, Añez afianzó su postulación y convirtió la lucha contra el COVID-19 en el parámetro más importante de evaluación de su gestión, sin considerar que esa era una posición frágil y expuesta a un escrutinio público y político extremadamente severo.
La suma de denuncias por algunos deslices frívolos o por hechos sospechosos que perforaron el blindaje de una gestión centrada en la salud, ha determinado que la candidatura de Añez se vea debilitada en las últimas semanas, aunque posiblemente no al extremo de que se deba dar todo por perdido.
Tal vez, sí, sea necesario un golpe de timón de modo que la Presidenta vuelva a ser el eje alrededor del cual gira el gobierno. Añez necesita recuperar el control, pero será muy difícil que lo haga si no toma decisiones que afectan incluso a su círculo más cercano de colaboradores, sobre todo ahora que, con la definición de la fecha de elecciones, su gestión ya tiene plazo fijo.
Es tiempo de campaña en medio de la pandemia. La política vuelve al escenario
con la voz disminuida por los barbijos y la amenaza del virus de la apatía a la
vista. Ya se verá si es tiempo de un desenlace de lo que quedó en suspenso o de
un nuevo comienzo.
Hernán Terrazas es periodista.