Como en los antiguos episodios de la serie Misión Imposible, las cintas de
la agenda del gobierno se extinguen en pocos segundos y no dejan ningún rastro,
salvo en el caso de la persecución y las detenciones de opositores, tal vez el
único tema al que el gobierno le dedica más tiempo y cierto “esmero”.
No es una gestión a la que le interese mucho la profundidad de ninguna política o acción. Se estrenó con una ley de impuesto a las grandes fortunas, pero a estas alturas ya todos los que gozan de cierta prosperidad han encontrado el modo de evitar que el gobierno se lleve parte de su dinero solo por quedar bien con los más pobres.
En otros asuntos, tampoco hay mucho de qué hablar. El gas desaparece en lo profundo de la tierra y no se destina un céntimo, ni propio, ni ajeno, a la búsqueda de nuevas reservas. Mientras tanto los ingresos de los hidrocarburos caen y ya no hay mucho que repartir en las arcas públicas.
Tampoco parece muy serio lo del litio. Hasta hoy no hay novedades importantes en este rubro y otros países han tomado la delantera hace tiempo en la carrera por inversiones que les permitan ser parte de ese mercado competitivo del futuro.
En todo el mundo, el cambio de la matriz energética hacia fuentes renovables se ha convertido en una prioridad y los hidrocarburos van perdiendo relevancia. No es que las cosas vayan a cambiar de la noche a la mañana, pero cuando uno está en el gobierno hay que ver las tendencias en el mediano y largo plazo.
Por ahora, los economistas del gobierno confían en la suerte y en algún milagro futuro que les depare el buen pasar que tuvo la gestión de Evo Morales. Es poco probable, sin embargo, que caiga dos veces el mismo maná del cielo y que haya para todos.
Arce celebró sus 58 años hace algunos días. Sus seguidores lo celebraron como el padre del milagro económico boliviano, pero seguramente el presidente apagó sus velitas con más preocupación que entusiasmo y con nostalgia por los días en los que llegaba con la tarea bien hecha a Palacio Quemado.
En la agenda efímera, ni siquiera el mar tiene alguna importancia. Pasó desapercibido el aniversario de la derrota de La Haya. Después de muchos, muchos años, el mar ya no sirve para hacer política, que en Bolivia era para lo único que servía.
Nadie sabe dónde quedó la bandera azul y kilométrica. Las cartas de los niños y los disfraces de abogado internacionalista que se vieron en los desfiles/mascaradas de algún 23 de marzo, quedan en los archivos de esa curiosa mezcla de drama y comedia en que suele convertirse la historia de las reivindicaciones nacionales.
Ahora que ya no hay nada más que nacionalizar, el gobierno asesora a algunos vecinos como Perú, porque en Argentina son bien recibidos como asilados, pero no como asesores.
El “embajador del proceso de cambio”, Evo Morales, lleva los líos y la incertidumbre a otros países. No tiene ninguna fórmula mágica, pero allí va, paseando sus imposturas en uno que otro foro internacional donde todavía tiene alguna acogida. A estas alturas es incierto si representa algo para alguien, pero no se resigna a dejar su papel.
De vez en cuando hay referencias noticiosas que muestran a Morales entusiasta o colérico. Como a otros dictadores, le gusta la fiesta y la adulación, el desenfreno y la obsecuencia. Algo de todo eso tiene ahora y una pensión vitalicia para sus gustos, pero del poder real le va quedando muy poco. Siempre fue un personaje de dichos y anécdotas, pero ya sin el mando también queda al descubierto que no es alguien de muchas ideas. Y eso le podría servir a Arce, pero no lo aprovecha mucho.
Hay una agenda represiva, misiones de corto plazo. Detener a este o aquel, perseguir al de más allá, amenazar a diestra y siniestra, pero también usar la fuerza para doblegar a la competencia en algunos negocios.
Lo de la coca es evidente. El gobierno de los cocaleros ilegales del Chapare no quiere saber de los cocaleros legales de los Yungas. Es más lo que necesita es que los dueños de los cultivos ilegales del sub trópico paceño sean los que manden en esa región del país.
¿Será que vale la pena hacerse tanto lío, con heridos, detenidos e incendios por unas cuantas hectáreas de hoja de coca o por la dirección de una federación? Parece que sí y la explicación debe buscársela en un negocio que es todo, menos sagrado. En realidad, algunas autoridades leen su suerte en la hoja de coca, porque hay mucho más en juego que el control sindical de una región.
Para el gobierno, la importancia de la marcha de indígenas del oriente alcanza para enviar a dos viceministros a escuchar las demandas. Los orientales, a diferencia de los occidentales, han sido siempre pacíficos en sus manifestaciones. El ejecutivo no prioriza conflictos donde no hay tensión. Prefiere dejar que se apaguen solos, aunque la llama del problema de la tierra seguramente seguirá ardiendo.
Lo de la wiphala fue también parte del ruido, como máximo un pretexto, parte del estire y afloja con una región y sus líderes, el globo de ensayo para medir hostilidades y adhesiones en campo ajeno, el clima para activar los resortes de una justicia que opera a pedido.
No hay agenda de futuro, ni intención de construirla. Para gobernar, Arce prefiere recordar: lo bien que estaban las cosas antes, pero también el supuesto desastre que dejaron hace poco sus enemigos. Y el país no sale de ese pozo de malentendida nostalgia del poderoso.
Hernán Terrazas es periodista y analista