Por más broncas que en Latinoamérica se
acumularon contra Henry Kissinger, él fue tratado en el mundo como el genuino
estadista que fue hasta sus cien años, cumplidos hace poco. Por ejemplo, fue
recientemente recibido por Xi Jinping en el mismo edificio en el que Henry se
reunió con Zhou Enlai en los años 70, cuando China y Estados Unidos se
acercaron, a costa de los soviéticos. Xi Jinping hizo constar allí que las
relaciones entre China y Estados Unidos estarían por siempre atadas al apellido
Kissinger. Un tipo de cumplido que Xi reserva para muy pocos personajes en el
mundo (más aún considerando que Kissinger también ha sido criticado ásperamente
por varias de sus decisiones).
Pero el interés de Kissinger no fue sino marginalmente Latinoamérica, aunque sea aquí donde se lo recuerde, en general negativamente, por su papel como factótum estadounidense. Vuelvo aquí al encontronazo que tuvo con Gabriel Valdés, canciller del presidente Frei (padre). El hijo de Valdés, Juan Gabriel, es actual embajador de Boric en Washington y ha hablado de la “profunda miseria moral” del fallecido Kissinger.
Valdés padre visitó al presidente Nixon, quien alguna vez dijo que “Latinoamérica no importa; al pueblo (norteamericano) le importa un bledo Latinoamérica”. Como Vicepresidente, Nixon había visitado oficialmente Latinoamérica en los años 50, incluyendo Bolivia, cuando se reunió con el presidente Hernán Siles; días después, en la misma gira, casi fue linchado por una turba en Caracas.
Pero volvamos a Gabriel Valdés. Él visitó la Casa Blanca en 1969; y allí Nixon y Kissinger escucharon esto del chileno: “Las políticas económicas de EEUU en Latinoamérica han sido más servidoras de sus propios intereses que benefactoras”. Valdés no era un radical, pero sus palabras les sonaron a Nixon y a Henry “arrogantes e insultantes” (cito a Kissinger en líneas de un historiador). Kissinger cuestionó a Valdés los datos que respaldaban su tesis; y Valdés replicó con ironía que provenían del Wall Street Journal, “que seguramente a ambos nos parece un diario muy serio”.
Kissinger quiso cobrar la afrenta: pidió almorzar con Valdés en la embajada de Chile en Washington. Allí Kissinger le soltó al chileno: “Nada importante puede venir del Sur. El eje de la historia empieza en Moscú, va a Bonn (ahora sería Berlín), cruza hasta Washington y de ahí va a Tokio. Lo que pasa en el Sur no tiene importancia”. Valdés replicó, con orgullo entre patricio y subalterno: “Ud. es un imperialista y no sabe nada del Sur”. Henry espetó: “Y no me importa”; Valdés retribuyó: “Usted es un alemán wagneriano; usted es un hombre muy arrogante”. Y Kissinger protestó: “no soy alemán, sino judío”. En esa discusión étnica el chileno concluyó en voz baja, inversa a su furia: “creí que todos los judíos eran inteligentes”.
Kissinger siguió aferrado a que nuestro Sur importa poco. Quizá porque somos lo opuesto a esta máxima de Metternich, el gran austriaco a quien Kissinger admiraba: “Poco dados a las ideas abstractas, nosotros aceptamos las cosas como son e intentamos al máximo de nuestra habilidad protegernos contra las ilusiones sobre las realidades”.
En su texto El orden mundial, Kissinger alude a Latinoamérica en 10 líneas, máximo, en un texto de casi 400 páginas. Hace un par de años o menos, publicó su libro sobre liderazgo, en el cual perfila la personalidad y legado de varios líderes mundiales con los que tuvo que contender, entre los cuales no se encuentra ningún latinoamericano. En ese libro tiene apenas una referencia a Brasil, pero por un nexo de una familia conocida de Margaret Thatcher, familia que acabó viviendo en nuestro gigante vecino.
Kissinger despidió al expresidente norteamericano Gerald Ford, en su entierro, diciendo que “De acuerdo a una tradición remota, Dios preserva a la humanidad a pesar de sus muchas transgresiones porque, en cualquier tiempo, existen solamente 10 individuos quienes, sin estar al tanto de su papel, redimen a la humanidad. Gerald Ford fue uno de ellos”. Ahora que toca el adiós a Kissinger, parafraseándolo se puede decir que él estuvo en muchos momentos de su vida entre las 10 cabezas del mundo, aunque la mente no tenga el poder redentor del corazón.
Gonzalo Mendieta es abogado.