En enero, Honduras declaró organización terrorista a Hezbolá, la millonaria estructura político-castrense libanesa chiita, apoyada por Irán y Siria, cuyas acciones están entre la licitud y su antónimo. Lo que Honduras haga no interesa aquí, habituados -me incluyo- a mirarnos el ombligo. Finalmente, la de Honduras pudo ser otra genuflexión por causa de Washington.
Pero, a fines de abril, Alemania prohibió “la actividad de la organización terrorista chiita Hezbolá”. La decisión fue seguida de redadas y confiscación de bienes. Alemania era una suerte de “santuario” de Hezbolá, sobre el cual pesan denuncias de lavado de dinero, ligado también a Latinoamérica. La presión israelí y estadounidense era añeja para que Alemania cerrara las puertas a Hezbolá, pero sin suerte hasta este 2020. La flamante medida germana no es una ficha más de la batalla de Trump contra Irán y sus aliados.
Por su parte, la revista Foreign Policy ponderaba recién las chances de que Irán vengara en Latinoamérica (“el bajo vientre débil de Estados Unidos”) la muerte de Qassem Suleimani, el general iraní abatido por misiles de Trump en el aeropuerto de Bagdad el 3 de enero pasado. Suleimani dirigía la red militar internacional de Irán, en estrecha relación con Hezbolá. A quien le entretenga la literatura de espionaje, le encantará bucear la vida de Suleimani, operativos contra soldados y diplomáticos estadounidenses incluidos.
Lejano a todo amarillismo alarmista, el artículo de Foreign Policy recuerda que cuando en 1992 Israel dio muerte al cofundador de Hezbolá, Sabbas Musawi, la respuesta fue el atentado de 1994 contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). La explosión demolió un edificio en Buenos Aires, con 85 muertos y 300 heridos. Agentes iraníes fueron vinculados a esa operación.
La justicia argentina nada tiene que envidiar a la boliviana, así que el caso no se esclareció, aunque tuvo coletazos como la muerte del fiscal Nisman y, por aquí, el reclamo airado en 2011 de la expresidenta Cristina Kirchner a su colega, hoy alojado, Evo Morales. Es que éste recibió en Santa Cruz -con honores- al entonces ministro de Seguridad de Irán, Ahmad Vahidi, “uno de los principales requeridos y sospechados” del atentado a la AMIA, según los gauchos. Así, el 2011 fuimos uno de los ombligos del mundo; como hazmerreir, pero fuimos.
En enero, en Colombia tuvo lugar una conferencia sobre terrorismo de cancilleres del hemisferio con Israel entre los observadores. Allí, “aplaudieron las acciones recientes de Estados de la región para contrarrestar las actividades de las redes de Hezbolá”, entre las que algunos añaden campos de entrenamiento en Venezuela.
Más cerquita, casi quemando, un especialista de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos (ANEPE) del Ministerio de Defensa de Chile expresó en 2019 preocupación por la presencia de Hezbolá en la triple frontera de Argentina, Paraguay y Brasil, y -tomen agüita- en Iquique “que, siendo zona franca, permitiría la transferencia de fondos y blanqueo de dinero con cierta facilidad”.
No es Chile el único nervioso. En marzo, el presidente colombiano denunció la asistencia de Maduro a Hezbolá, lo que bien pudo ser una injuria más entre vecinos. Pero un experto dijo este año al respetable periódico bogotano El Tiempo que, para el atentado a la AMIA en 1994, “los explosivos utilizados para derribar la AMIA vinieron de Oriente Próximo, pero pasaron por Colombia para llegar a la triple frontera”. Y aludió a colombianos reclutados por Hezbolá y a “Ghazzi Nasser al Din, exoficial venezolano, diplomático, que fue parte de la representación de Venezuela en Siria, originario de Líbano, que hoy está en Venezuela”.
Menos agitado, el Los Angeles Times, “liberal” o de centroizquierda en nuestros parámetros,señalaba hace poco que la presencia de Hezbolá en el continente es parloteo de la derecha norteamericana, aunque ahora ha cobrado interés en Latinoamérica. Y puesto que Irán juró vengar la muerte de Suleimani, Los Angeles Times dio voz a quienes descartan un incidente como el de la AMIA de 1994. Entre ellos, Fernando Brancoli de la Universidad de Rio de Janeiro, quien alega que Hezbolá “solo” lava dinero en la región. Su presencia militar es, afirma, exagerada a favor del control estadounidense de la zona.
Lo que ya no puede atribuirse a los deseos del Norte es que Irán ha ganado un papel en Caracas, remplazando el que por un tiempo ejerció Putin. Irán provee ahora gasolina a la destripada Venezuela, desafiando el poder naval gringo en el Caribe. Trump llegó a lanzar un ultimátum contra los buques persas en Venezuela, aunque, a su estilo, se quedó en los petardos orales, quizá por suerte.
Maduro paga la gasolina a Irán en oro y, tal vez, en influjo geopolítico. Incluso fuera de los ecos sombríos de la AMIA, no es trivial que Irán, en gresca con Estados Unidos, adquiera una base en el Caribe y Sudamérica. Irán posee una economía comparable a la argentina, pero con un poder organizacional, mediático y guerrero que la sobra, con perdón del ego porteño. Una nueva fuerza geopolítica se asienta en el barrio.
Hace días, el secretario de la OEA, Luis Almagro, sostuvo que la “presencia militar y de inteligencia iraní en el hemisferio es repudiable”. Almagro no es el joven de ayer, pero a lo mejor le asista alguna razón. El incierto destino subcontinental se juega también fuera de nuestro ombligo. No todo lo que pasa en la zona es por la pelotera usual entre liberales y nacionalistas de izquierda. Quién dice que andemos al medio de otra disputa, de una envergadura raramente registrada en la arena regional.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado.
@brjula.digital.bo