“Intelectuales orgánicos” es un concepto-espada utilizado por Antonio Gramsci para tocarles las nalgas a los que se autodenominaban como “intelectuales independientes”. El neomarxista planteaba que no eran independientes y que tampoco debían serlo. El intelectual más laudable entre todos, el “orgánico”, aquel encargado de generar una producción ideológica articulada a la clase obrera.
Con esto del autogolpe, los intelectuales orgánicos del MAS, igual que los soldaditos de Zúñiga, se han encolumnado oficiosos detrás de la versión oficial de Arce: “¡Golpe, golpe, golpe!”. Parecen un lindo abecedario humano componiendo su narrativa desgarrada de verdad y agarrada de los pelos para apuntalar al “Príncipe moderno”, o sea, al presidente Arce. Ahora están anegados en un doble desentendimiento: uno, respecto del hasta ayer Jefazo, quien hoy habla de “autogolpe”, y otro, respecto de las necesidades concienciales de la clase obrera; pero claro, a quién le importa la superestructura de la clase obrera cuando esa fuerza social también está urgida de los favores y las dádivas del gobierno. Se entiende, “los hombres (y las mujeres) hacen su historia bajo las condiciones inmediatas en que se encuentran”, en el caso de los intelectuales orgánicos, la de estirar y perpetuar sus condiciones materiales para que siga la fiesta en los Andes gracias a los fertilizantes argumentativos que brindan y al uso intensivo de plaguicidas contra las voces independientes.
El más risible y caricaturesco de todos ellos, Rafael Villarroel, quien en la edición de domingo pasado de La Sin-Razón (30/6/2024), en su columna “El rugir de la democracia”, habla de las tres horitas de Zúñiga en la plaza Murillo como una asonada militar para hacerse con el poder y que la multitud frente a la máquina bélica… resistió como los troyanos en Ilión. En serio, ¿Zúñiga quiso investirse con el poder? Y, en serio, ¿las multitudes paceñas salieron a rugir?
A estos intelectuales/as orgánicos criollos, decirles que “sí es bueno soñar” –como escribió Antonio Machado, complementando luego–, pero “lo mejor de todo, despertar”. ¡Despierten! O, por lo menos, hagan como José Luis Exeni, quien aclaró públicamente que ya no es masista, pero que sigue cabalgando en ese ente sin entidad política como es la “emancipación”, así se ven libres de tener que justificar lo injustificable y fundamentar lo infumable y de ser la sombra semántica del ridículo.