Una noticia encontrada al azar en el
laberinto informativo de internet señala que Paraguay no solo exportará carne
al mercado de Estados Unidos, sino también a Arabia Saudita. Aparte de esos
dos, en pocos meses, el Gobierno de ese país consiguió que otros tres
importantes mercados extranjeros se abrieran para estas exportaciones,
situación que se reflejará en mayores ingresos y el desarrollo de un sector
clave de la economía paraguaya.
En otras partes discuten sobre las inversiones necesarias para avanzar con los proyectos del litio. Aunque el precio del mineral se halla por los suelos porque hay menos demanda de la que se esperaba de los fabricantes de vehículos, de todas formas conviene mirar hacia el largo plazo. En Argentina y Chile, los otros dos lados del triángulo que debería incluir a Bolivia, lo saben muy bien y trabajan en esa dirección.
En Bolivia las cosas son diferentes, tal vez porque preferimos la distracción de coyuntura antes que la preocupación de largo plazo, sobre todo en tiempos de crisis y de escasez de dólares.
En los últimos días el Gobierno aseguró que bajó el dólar como resultado de las medidas que se aplicaron luego del acuerdo con los empresarios, pero Asoban salió a decir recién que no hay un remedio milagroso para los problemas. La percepción de la gente es más cautelosa. “Ver para creer”, dicen, y todavía cuesta seguir el rastro de los billetes verdes.
En el recuento, no está por demás señalar que, de acuerdo a una encuesta reciente de Diagnosis, una de las empresas más serias en el levantamiento de este tipo de estudios, más del 60% de los bolivianos tiene una opinión positiva o muy positiva del presidente salvadoreño, Nayib Bukele, un político conservador que ha conseguido poner a raya a la delincuencia en su país con miles de detenciones y enormes cárceles para guardar a los delincuentes. Lo que llama la atención es que el “ultraderechista” –así lo califican medios de izquierda como el español El País– Javier Milei, goza de una aprobación similar a la de Andrés Manuel López Obrador, el populista de izquierda mexicano muy ocupado últimamente en desmentir presuntos vínculos de sus hijos con el narcotráfico, denunciados por el New York Times.
Pero lo importante va de la mano de lo curioso. Circula en las redes y no en pocos medios, por ejemplo, la información relacionada con los golpes que recibió el asambleísta José Ormachea cuando intentaba subir a la testera de la Cámara de Diputados. Las fotografías son por demás elocuentes y revelan que, aparte de los moretones y otras lesiones físicas, el diputado tuvo que lamentar la rotura de una prenda íntima. Las imágenes de la madrugada del debate del pasado jueves en el legislativo recorrieron las redes: gritos, rasguños, empujones, uno que otro puñete y hasta pellizcos de extraordinaria precisión confirmaron que, si bien la Asamblea no puede evitar las prórrogas de los magistrados, al menos sabe cómo dar espectáculo.
En orden de relevancia, la otra noticia que dio la vuelta al ruedo de las redes y ediciones digitales fue que Evo Morales no pudo viajar a una reunión de líderes latinoamericanos en Iguazú porque siete empresas de taxi aéreo le negaron el servicio por diversas razones. El expresidente denunció, como siempre, la conspiración del Gobierno, pero no dijo nada sobre su miedo a los vuelos comerciales, ni sobre las razones de su aerofobia, más relacionada con los silbidos de los pasajeros comunes que con otras incomodidades.
El mandatario que se gastaba –del erario público– 12 mil dólares semanales en combustible para viajar en helicóptero los cinco kilómetros que separan la residencia presidencial de San Jorge del helipuerto de la Casa del Pueblo, ahora tiene que “hacer dedo” en los caminos para que alguien lo lleve, siempre y cuando no lo reconozcan. Tal vez por eso es que insiste tanto en su reelección. A ver si así recupera el muy humano derecho de viajar sin tantos trámites.
Entre lo importante y lo anecdótico, las grandes y las pequeñas preocupaciones, transitan los días informativos de los bolivianos. La agenda da para todo, hasta para calzones rotos y viajeros frustrados.
Hernán Terrazas es periodista.