Muchos interpretaron el repliegue de Evo Morales en el Chapare como la expresión más clara de su derrota frente al gobierno. Incluso se dijo que la estrategia política de demolición personal había sido muy exitosa. Si a eso se añadía la “captura” de la sigla y la jefatura, pues todo parecía haber salido a pedir de boca.
Pero en política las cosas no son tan fáciles ni suelen ser como se ven. De ahí que si uno ve los resultados de diversas encuestas recientes, pueda percatarse que en la carrera por la presidencia y a pesar de no estar habilitado constitucionalmente para ser candidato, Evo Morales lleva muchos cuerpos de ventaja sobre Luis Arce en las preferencias.
Los resultados de la superficie, por los que muchos se apresuraron a pronosticar la “muerte” del caudillo, son muy diferentes de lo que ocurre en el fondo, donde el expresidente continúa siendo quien capitaliza la mayor parte del respaldo masista e interfiera claramente en cualquier posibilidad inmediata de renovación. La “manzana” podrida se aferra al árbol y el presidente Arce no parece ser, por ahora, el indicado para mover las ramas.
El desprestigio de Morales es profundo en al menos un 80% de la población, que seguramente incluye a un buen porcentaje de militantes o simpatizantes del MAS que no comparten la línea, ni las inconductas del exmandatario, pero que tampoco se inclinan automáticamente hacia la facción, muy reducida y frágil, encabezada por el presidente.
La debilidad de Evo Morales radica en sus delitos, pero también en una obsesión por el poder que lo ha llevado a ser cuestionado incluso por los que antes eran sus incondicionales aliados internacionales.
Pero Arce no ha podido aprovechar esta circunstancia, porque él mismo se ha convertido, a la luz de una profunda crisis económica, en el símbolo de la decadencia del modelo que fue la base sobre la que construyó su prestigio personal, su candidatura del 2020 y eventualmente la del 2025.
El futuro del MAS no coincide obviamente con el de un liderazgo que agoniza, independientemente de que, por ahora, sume más respaldos internos, ni con el de un presidente que poco puede hacer para administrar una crisis que ya se le fue de las manos. Ambos representan las dos caras de una moneda –vaya coincidencia con los tiempos– que ha perdido valor.
Más allá de la arquitectura de los “techos” y los “pisos” asociada a los perfiles de los políticos en carrera y que evidencian en los casos de casi todos –incluidos Morales y Arce– el desprestigio y la falta de credibilidad que limita o cancela sus posibilidades de crecimiento, las tendencias de todas maneras indican que todavía un tercio o más de la población se ubica en el campo de la “izquierda”, aunque a la espera de una figura capaz de encabezar el recambio y asegurar, si no el poder, al menos el futuro.
La actual oposición debería entender que la agonía de Morales o la aparente inviabilidad política de Arce no debe entenderse como la agonía e inviabilidad del “masismo”, una corriente que expresa la necesidad de preservar derechos sociales conquistados y el empoderamiento de actores que habían permanecido al margen de las decisiones y que no están dispuestos a quedar fuera nuevamente.
No es tan simple como hablar de “perdedores” y “ganadores” y tal vez en la lectura adecuada de este escenario radique la posibilidad de construir un proyecto alternativo, no uno de borrón y cuenta nueva.