Corría el mes de octubre de 1979, Bolivia estaba dejando atrás su mejor momento económico (entre 1960 y 1977 se registró el crecimiento económico más rápido de nuestra historia). La inestabilidad política se sentía y se oía rumores de conspiración dentro del parlamento en contra del presidente Walter Guevara Arce, líder de una de las muchas alas en las que se había dividido el MNR.
La desaceleración económica se hacía notar en la escasez de divisas, empresas nacionales deficitarias provocaron la caída de la balanza de pagos y la participación del Estado en la economía del país provocó además de un gasto público del 65%, una alta tasa de corrupción. El precio del dólar que se mantenía en 20,20 pesos desde 1972, empezaba a elevarse en el llamado mercado negro donde poco a poco acudía la gente que necesitaba la divisa ante la falta de ésta en los bancos y casas de cambio.
Habían pasado dos años desde el inicio de la desaceleración, pero como se priorizaba la agenda política, ni el Gobierno ni la COB tomaron cartas en el asunto. Así, el final de 1979 ya alarmaba a economistas y analistas que avizoraban una crisis galopante en los siguientes años; entonces, el 1 de noviembre todo el mundo olvidó esta realidad y despertó con un nuevo golpe de Estado, casi anunciado días antes debido a las dificultades de consenso que tenía Guevara Arce.
Fue un golpe cruento con muertos heridos y desaparecidos, pero también con una incertidumbre que provocó una corrida durante la primera semana del golpe. Los militares de Natusch Busch no imaginaron que el principal rival de su régimen no serían las organizaciones civiles o políticas sino la posibilidad de un descalabro económico sin precedentes.
Para salvar la situación, el 14 de noviembre se dispuso que los bancos y casas de cambio cesarían sus transacciones en moneda extranjera y la tarde de ese día se dispuso el cierre completo de bancos y casas de cambio hasta el 19; a eso se llamó “el feriado bancario”. La población, sorprendida y temerosa de una devaluación del peso, y de una subida de los productos de primera necesidad, se lanzó a las calles y buscó dólares hasta debajo de las piedras.
Ante la alta demanda, los librecambistas empezaron a especular y se informó que de 25 pesos que costaba, la moneda norteamericana se disparó a 35 y hasta a 50 pesos. Otra parte de la población salió a las calles a abastecerse: miles de personas cargando canastas de huevos (en ese entonces no había maples) y papel higiénico fueron vistas y registradas por los periódicos de la época.
Los representantes del régimen trataron de llamar a la calma y prometieron que estaban trabajando en un paquete de medidas económicas que permitirían el rescate de la economía y que el lunes 19 lo presentarían a la población. Eso nunca sucedió, pues la noche del 16, Natusch Busch abandonó palacio de gobierno por la puerta trasera, dejando la responsabilidad de actuar a Lidia Gueiler.
Algunos líderes de opinión de la época sugirieron que ante la crisis económica, el Gobierno militar decidió dar un paso atrás. Creo que es una consideración un tanto exagerada, pero lo que puedo decir es que el golpe empeoró mucho la ya peligrosa situación del país, pues no sólo congeló la posibilidad de la cooperación internacional sino que alimentó la incertidumbre que se reflejó en la subida de precio del dólar y por tanto de los productos importados. Muchos comerciantes se dedicaron a ocultar o a vender a altos precios los ítems de sus bodegas mientras la población compraba resignada ante el temor de la escasez.
En este punto de la lectura, es evidente que hay muchos puntos en común con lo que está ocurriendo actualmente. El “intento de golpe”, ya fuera real o fabricado, ha aumentado la incertidumbre económica en todos los espacios del país, tanto así que se informa que el dólar ha llegado a costar 10,50 bolivianos además de que muchas empresas internacionales encendieron las alarmas de inversión en el país pues nadie quiere invertir en un territorio donde la posibilidad de una interrupción de la democracia con violencia y radicalidad es visible.
El feriado bancario de 1979 terminó dando paso a 10 días de desorden. El 1 de diciembre desde el Gobierno de Gueiler se aplicó un paquete tibio de reformas principalmente bancarias que en última instancia no resolvieron mucho de nuestra crisis; los artífices del golpe nunca fueron procesaros y seis meses después, una nueva asonada sacudiría la democracia boliviana; el régimen tampoco podría detener el lento pero seguro camino a la ruina, de tal suerte que cuando volvimos a la democracia, el panorama se tiñó de mayor oscuridad.
La historia no se repite, se repiten las actitudes de los sujetos históricos ante coyunturas similares. La situación podría ser diferente ahora, si el Gobierno acepta la crisis y toma medidas quizás cuestionables pero efectivas para paliar el conflicto, pero como el alto costo social y político es previsible y el escenario político se ha tornado en un concurso de popularidad, es posible que veamos una vez más, el fin de un ciclo de manera lamentable.