Nunca crucé ni un saludo con Felipe Quispe, pero, por mi
oficio, seguí su actividad política desde alrededor de los 80 del siglo pasado.
Mi primera referencia fue de profunda rabia. En su opción por el camino de la
violencia en contra del sistema, uno de los grupos creados bajo su influencia
cooptó a un colega de trabajo que fue, luego, ejecutado por problemas internos.
Una segunda referencia fue cuando escuché la famosa entrevista que le hizo la periodista Amalia Pando luego de que comenzara a ser desarticulado el Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK) de su creación y en el que militaron los hermanos Álvaro y Raúl García Linera. Sorprendidos por la Policía pasaron varios años de prisión, en los que, una tercera referencia, resolvió estudiar historia y varios de los profesores que le daban clases en la cárcel daban fe de su inteligencia y disciplina.
La cuarta y definitiva referencia sobre su personalidad la tuve cuando organizó, desde la CSUTCB, la resistencia a los gobiernos que se iban sucediendo en el Palacio Quemado. Sostengo la hipótesis de que Quispe fue el articulador del derrocamiento del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, coyuntura que fue hábilmente aprovechada por Evo Morales quien desde el Chapare y sin arriesgar nada se hizo cabeza visible de esas jornadas.
En ese proceso, que se extiende desde la presidencia de Hugo Banzer Suárez y culmina en octubre de 2003, Felipe Quispe fue un actor que ganaba cada vez más notoriedad no sólo por su capacidad organizadora de las movilizaciones sino por su propuesta de fundar el Collasuyo, intuyendo territorios que hoy pertenecen a Perú y Ecuador, y por sus siempre mordaces comentarios sobre la vida política y social del país, y sus rivales políticos.
En ese tiempo, con el propósito de crear espacios de diálogo entre oriente y occidente, Ana María Romero de Campero organizó una serie de encuentros entre representantes empresariales, sindicales y gremiales de ambas regiones. Circulan infinidad de versiones sobre el desarrollo de esos encuentros y ojalá que algún día alguien logre sistematizarlos. Si bien la agresión se mantuvo, por lo menos en ese espacio público Felipe Quispe, autodenominado el Mallku, consolidó su figura.
Pero, se encontró con el MAS que lo veía como enemigo y utilizó todos los mecanismos del poder para deslegitimarlo y derrotarlo. Aislado, Quispe se retiró –al menos así lo decía– de la política e incursionó en el deporte, organizando un club de fútbol con jugadores del altiplano y con ambiciones de llegar a las ligas mayores.
Desde entonces mantuvo un perfil bajo, que abandonó en las movilizaciones de octubre y noviembre de 2019 enfrentándose al MAS y sus intenciones de prorrogarse en el poder. Empero, retomó su proyecto original de enfrentamiento con el mundo k’ara, decisión que lo aisló de la movilización urbana.
Y cuando nuevamente decide enfrentar al MAS lanzando su candidatura a la gobernación paceña, Felipe Quispe fallece y lo hace, como la polémica persona que siempre fue, generando susceptibilidades, interrogantes y también adhesiones impensables en sectores de clase media que hasta su muerte no se pronunciaban sobre Quispe o varios lo hacían para criticarlo. Hoy pareciera que quieren convertirlo en una especie de Cid Campeador.
Tratando de explicarme la irrupción a través de las redes sociales y los medos de comunicación de tantos admiradores, hombres y mujeres, creo que Quispe muerto permite recuperar su figura para que la nueva élite citadina creada en los últimos 14 años recicle al Mallku (más que a Felipe Quispe), y utilice esa identificación indígena para justificar su adhesión al MAS.
Abona a esa idea la forma en que están actuando el MAS y el gobierno. Puesto que el proyecto del MAS no es propiamente indígena, usa esa retórica para copar el Estado y la sociedad.
Hoy el MAS gobierna de nuevo y no lo hace bien. Ha perdido legitimidad y uno de quienes han denunciado esa realidad fue Quispe. Pero, su muerte le puede dar nuevo insumo a un discurso que justifique su permanencia en el poder, que es su ambición mayor.
Felipe Quispe, pues, trasciende su muerte y dependerá de sus seguidores si su legado es aprovechado por el MAS o alimenta otra propuesta de país…
Juan Cristóbal Soruco es periodista.