El presidente Luis Arce está a punto de perder el mando de la gestión gubernamental y corre el riesgo evidente de convertirse en un mero administrador que actúa bajo las órdenes del ahora llamado comandante Evo Morales. Ya no es el protagonista central, sino el personaje de una película dirigida por otro.
La arremetida de las fuerzas “evistas” dentro del partido ha sido mucho más efectiva que la presión de las facciones renovadoras y en pocos días consiguió no solo direccionar un vergonzoso fallo judicial en contra de la expresidenta Jeanine Añez, sino convocar a una asamblea con el único propósito de dejar establecido que en el MAS solo hay un jefe al que incluso el gobierno debe rendir cuentas de sus actos.
La escalada o ruptura comenzó hace ya tiempo, cuando se destaparon las primeras diferencias entre el ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, y la cúpula cocalera del Chapare, a raíz de un intercambio de denuncias que tenían como telón de fondo los presuntos vínculos con el narcotráfico de exautoridades policiales de la lucha antidrogas.
Sorprendentemente, Arce resistió la presión para alejar a Castillo de su gabinete y sus operadores incluso consiguieron que el ministro saliera bien librado de una interpelación en la asamblea, organizada precisamente para lograr su censura e inmediata destitución.
La posición presidencial desató la ira del “comandante” masista, que endureció el tono de sus críticas y hasta puso en duda la gestión económica del gobierno, un golpe sin duda bajo contra el supuesto artífice del “milagro” que puso a Bolivia en el tablero de los indicadores favorables.
El exmandatario actúa conforme a un guión de poder y no le interesa cuál sea el resultado para el gobierno de Arce, sino como crear un escenario en el que pueda mantener vigencia y llegar como opción hacia los comicios de 2025.
El cerco a Santa Cruz, la violenta presión contra la alcaldesa de El Alto, Eva Copa y su la agresiva reaparición en el ámbito público a propósito de la sentencia contra la expresidenta forman parte de una misma estrategia concebida para marcar un retorno al pasado.
No es que Morales se haya ido de boca cuando reveló que el juicio contra Jeanine Añez se decidió en una reunión de la que formaba parte Arce. Sabía de las consecuencias de su declaración, de su efecto político y del rechazo nacional e internacional para una condena a todas luces injusta. No ignoraba tampoco que el principal perjudicado por esas revelaciones iba a ser el propio presidente, quien tiene mucho que cuidar y perder si quiere tener un futuro político más allá del actual mandato.
Casi simultáneamente, el “comandante” convocó a una asamblea partidaria para recuperar el “trono” y de paso señalar a los próximos líderes políticos que serán sometidos a juicio por su participación en el inexistente golpe creado para encubrir no solo el fraude de 2019, sino la huida de Morales.
Así, el exmandatario revive a sus propios enemigos, debilitados y desorientados luego de la victoria electoral de Arce e intenta profundizar un escenario de polarización del que el país había comenzado lentamente a salir, entre otras cosas porque los renovadores del MAS descubrieron que el futuro del proyecto pasaba por empezar a copar un centro político abandonado por los extremos en pugna.
Morales quiere vivir en un país a su medida y también elegir a sus adversarios. Necesita ser el director de una trama de la que solo él puede ser protagonista, aunque solo se trate de crear un espejismo, una proyección virtual e interminable sobre las paredes de la vieja casa de la política nacional.
Para el expresidente cualquier cambio es una amenaza, peor si es en el MAS, porque eso supone que él se transforme en el monumento olvidado de alguna plaza de barrio, en la página borrosa y amarillenta de algún pasquín partidario.
Si Bolivia se mueve, Morales queda atrás. De ahí la necesidad de preservar a toda costa el viejo retrato del poder, aunque ello signifique devolver al país a sus antiguos problemas y reavivar las llamas del incendio que él mismo provocó para gobernar desde la división.
Si no actúa de inmediato, Arce arriesga el control y su futuro, y el MAS la posibilidad de refundarse y avanzar en un sentido democrático. Los líderes opositores no tienen mucho margen de maniobra, ni siquiera ahora que recibieron el “oxígeno¨ que supone un eventual juicio en su contra.
Evo Morales, por ahora, está consiguiendo su objetivo. Ser la sombra que gobierna la Bolivia de los viejos fantasmas.
Hernán Terrazas es periodista y analista
@brjula.digital.bo